La reivindicación del paganismo es quizás uno de los elementos más originales y sorprendentes del pensamiento de la Nueva Derecha (en adelante ND) en general y de Alain de Benoist en particular. En este artículo intentaremos estudiar este aspecto del gran pensador francés y relacionarlo con la filosofía de Martin Heidegger.
En su libro Comment peut-on être païen? y en una entrevista publicada en la revista Hesperides, de Benoist explica el trasfondo filosófico de su reivindicación del paganismo, diferenciándola de otros reivindicaciones folclóricas o sincretistas, tipo New Age, y relacionándola con su crítica al cristianismo (al menos al cristianismo original) como fundamento teológico del igualitarismo, del progresismo y de la metafísica de la subjetividad.
Hay, en primer lugar, una búsqueda de las raíces. Durante milenios los pueblos de Europa practicaron religiones habitualmente denominadas “paganas”, expresión inicialmente peyorativa. Estas religiones fueron sistemas de representación, de valores, de figuras, que sirvieron de impulso espiritual y de marco referencial a numerosas culturas y civilizaciones de las que somos herederos, aunque no exclusivamente. Las enseñanzas que podemos extraer del estudio de estos sistemas de representación son válidas para todos los tiempos, incluso el nuestro. Cuando el mito nos dice que tras casarse con Themis, diosa del orden y de la justicia, Zeus engendró las Estaciones y los Destinos, nos dice algo más que un simple relato. La suerte reservada a Prometeo nos enseña algo sobre las consecuencias del desenfreno técnico, mientras que el precepto délfico “nada en exceso” nos ayuda a comprender al carácter perverso de la tendencia moderna “cada vez más”.
Las religiones paganas fueron combatidas por el cristianismo, portador de un sistema diferente de representación, y que encaraba el hecho religioso de una forma completamente distinta. Los cristianos denunciaron el paganismo, al principio, como un culto rendido a “ídolos” o demonios. Después optaron por hacerse con todo aquello que pudiera ser recuperado de la tradición pagana que no atentara contra los fundamentos de su fe. Muchos lugares de culto mariano habían sido santuarios paganos de la “diosa-madre”, y el culto a los santos rememoraba el politeísmo. Fiestas paganas como el solsticio de invierno se convirtieron en la Navidad cristiana, y el de verano en la fiesta de San Juan. A otro nivel se produjo también una “recuperación” de los grandes filósofos de la antigüedad, como Platón y Aristóteles para el pensamiento cristiano.
Con el cristianismo aparece la intolerancia religiosa, cosa desconocida en el paganismo. Las persecuciones paganas contra los cristianos se fundamentaban en elementos políticos y no religiosos (su negación de la autoridad del Emperador). Después del edicto de Constantino el paganismo es tolerado, pero ya es prohibido en el año 392 y penado con la muerte en el 435. Se inicia la era de las guerras de religión y de las herejías (concepto desconocido en el paganismo). La intolerancia cristiana, fundada sobre el imperativo de conversión y sobre la creencia de un bien y un mal absolutos da lugar a una sociedad estructuralmente perseguidora, donde una parte de ella es acusada de encarnar el “mal”, sean paganos, herejes, judíos, “leprosos”, “sodomitas”, “brujas” etc.
Así vemos que si en el plano doctrinal no hay coincidencia posible entre la teología cristiana y la ontología pagana, en el plano histórico y sociológico el cristianismo (especialmente el catolicismo y el cristianismo ortodoxo) se presenta como una especie de fenómeno mixto, con un politeísmo latente, manifestado a través del culto mariano y de los santos. Las manifestaciones “paganas” del cristianismo están más próximas a la interpretación tradicionalista del mismo, mientras que las corrientes modernistas, así como la Reforma Luterana y todas las iglesias protestantes que surgen de la misma son las que se esfuerzan en eliminar estos residuos paganizantes y “volver a los orígenes”.
En ocasiones se asocia paganismo con ateísmo, lo cual es absurdo. De hecho la palabra “dios” es de origen pagano y tiene su origen en la designación indo-europea de cielo diurno (dyew-). La Biblia no habla en ningún momento de Dios, sino de Iahvé, Adonaï, de Elohim, de Eterno, de Padre, de Mesías, de Cristo. La posibilidad de ateísmo aparece con el cristianismo, como su reverso. En el paganismo el ateísmo carece de sentido.
Lo específico del cristianismo (y de otras religiones inspiradas en la Biblia) no es tanto el monoteísmo (matizado por el culto mariano y de los santos en el catolicismo y en el cristianismo ortodoxo) sino su ontología dualista del Ser creado y el Ser increado. Donde se contiene toda la fe cristiana no es tanto en las primeras palabras del Credo “credo in unum Deum”, sino más bien en las siguientes “patrem omnipotentem, factorem coeli et terra”. Es la distinción fundamental entre la religiones abrahámicas, que son históricas (la idea de historia lineal aparece con el cristianismo) de las religiones paganas, que son “cósmicas”. Este carácter dualista del cristianismo queda expresado a la perfección en la fórmula del IV Concilio de Letrán “Entre el Creador y la criatura ninguna semejanza puede ser afirmada sin que ella implique un desemejanza aún mayor”.
La consideración del mundo como una creación contingente que, por definición, nada añade a la perfección de su creador, automáticamente produce una devaluación de este mundo. Desacralizado y profanado (es decir, arrojado al ámbito profano), el mundo ya no forma parte de un “cosmos” armonioso, en que los hombres y los dioses coexisten, sino que es un simple objeto que puede ser entregado a la racionalidad técnica. Se abre así el camino de la secularización, del “desencantamiento” y el ateísmo.
Es un error pensar que los paganos veneraban a sus dioses como los cristianos adoran al suyo. Inmanente y trascendente al mismo tiempo, el dios cristiano solo existe a partir de sí mismo, como autosuficiencia absoluta, como realidad absolutamente condicionada, y así es como se revela al hombre. En el paganismo no hay revelación, sino desvelamiento o epifanía. El mundo es transparente a lo divino. Por otro lado, mientras que en el cristianismo la relación del hombre con Dios es esencialmente jerárquica (debo obedecer a Dios), en el paganismo la relación del hombre con los dioses es, ante todo, del orden del don y el contra-don: los dioses me dan y yo doy a los dioses. El sacrificio no es tanto un testimonio de obediencia como una forma de mantener y contribuir al orden del cosmos.
En el paganismo los dioses no son la última instancia, porque los propios dioses son colocados en el horizonte de la cuestión del Ser, y aquí es donde podemos relacionar el paganismo con la metafísica de Heidegger. En este sentido es aleccionador citar las admirables palabras del protofilósofo griego Heráclito: “Este mundo, el mismo para todos, no fue hecho ni por los dioses ni por los hombres. Siempre estuvo ahí y siempre estará. Fuego eterno que ora se enciende, ora se apaga”. El mito sitúa al destino por encima de los dioses.
En su separación radical de la metafísica y de la ontología Heidegger restituye en toda su plenitud la concepción pagana del Ser. El Ser deviene: no es el mundo, pero no puede ser sin él. El gran reproche de Heidegger a la metafísica occidental es que haya prosperado a costa del olvido del Ser y que haya establecido las condiciones para el agravamiento constante de tal olvido. La metafísica occidental considera al Ser como razón necesaria, como mera causa primera del ente. Esta vía ha terminado por desembocar en la subjetividad moderna, que no es otra cosa que la metafísica realizada. Para Heidegger, el alba de toda labor de pensamiento no consiste en especular sobre la razón del ser del ente, sino meditar sobre el hecho de que hay algo y no nada. Y es precisamente el paganismo primigenio el que se origina en la perplejidad del hombre arrojado al mundo, que posa su mirada sorprendida a su alrededor y se pregunta ¿Por qué hay algo y no nada? quien más se aproxima a esta pregunta heideggeriana.
Para Heidegger es la Grecia antigua el momento “auroral” del pensamiento. Pero no se refiere como otros a Platón o a Aristóteles, pues estima que la filosofía de estos autores ya descansa sobre su propia inadecuación a la esencia de la verdad. Hay que ir más atrás, a los filósofos presocráticos en los cuales se confunde la cosmología pagana con los inicios de la filosofía, antes de que la metafísica incipiente empezara a pensar al Ser como razón suficiente del ente. Para Heidegger el dialogo con los pensadores griegos de los orígenes aún está por iniciarse.
En este sentido, el discurso de Alain de Benoist, así como el de la ND en general, tiene mucho en común con el de los autores de la Revolución Conservadora. La búsqueda de las raíces del individualismo y del nihilismo contemporáneo lleva a los propios orígenes de la civilización occidental. No basta, como hace la vieja derecha tradicionalista, culpar al comunismo, a la Revolución Francesa o a la Ilustración. Para Benoist en el cristianismo se encuentras las raíces del individualismo y del igualitarismo que han destruido las antiguas civilizaciones holistas, de aquí su reivindicación del paganismo. Heidegger va más lejos, y ve en la metafísica del Ser de Parménides los orígenes más remotos de la “cosificación” del mundo contemporáneo. Toda la historia de la metafísica occidental es la historia del olvido del Ser.
Cuando Heidegger habla del “origen” no remite a un acontecimiento primitivo ni a un lugar determinado. Significa, ante todo, aquello a partir de lo cual la cosa es lo que es, es decir, de donde proviene su esencia. En el paganismo no se puede ir sino hacia allá de donde se proviene, a la dación primera, donde el Ser se confunde con el don inaugural que hace concordar al hombre con la totalidad del mundo, sin restarle nada de lo que le es propio. Este retorno a los fundamentos no excluye ninguna influencia ulterior; no busca destilar un elemento más puro que los otros, se limita a reconocer el papel determinante de lo fundacional. El “pasado” domina la experiencia espiritual simplemente porque la memoria constituye un terreno privilegiado para el arraigo de lo sagrado. Toda conciencia espiritual es conciencia de un fundamento ligado al origen, sin ser para ello antagonista de la historia.
La historia está abierta a las influencias más diversas; la conciencia del origen las pone en perspectiva estimulando la facultad de la memoria. El recurso a la memoria se encuentra hoy abiertamente enfrentado a la ideología dominante, que solo se inscribe en lo instantáneo (el perpetuo presente) y en la operatividad. Por eso la memoria supone un contrapeso vital a la omnipotencia de los procesos de dominación de la realidad, que funcionan solo en los registros de la inmediatez y de la eficacia.
Otro aspecto interesante de la reivindicación del paganismo que hacen Alain de Benoist y la ND es el de las relaciones religión-ética-moral. El cristianismo es, obviamente, una religión moral, ya que su razón de ser es ofrecer la posibilidad de la “salvación”. La falta moral coincide con el pecado, es decir, la transgresión de los mandamientos de Dios. El reverso es que “si Dios no existe, todo está permitido”. En el paganismo las cosas funcionan de otra manera: los dioses no están para castigar las trasgresiones de la moral, y ellos mismo pueden cometer acciones “inmorales” ¿Significa esto que los paganos estaban libres de toda norma ética?, evidentemente no. Simplemente, la religión no es fundamento de la moral.
Cuando Séneca o Marco Aurelio, desde la filosofía estoica, predican la benevolencia y la generosidad no la fundamenten en un mandato de los dioses. Aristóteles escribe la Ética a Nicomano después de haber negado la inmortalidad del alma. La moral pagana no es una moral de retribución, no espera una recompensa. El hombre no espera ser “salvado”, sino ayudado a construirse a sí mismo.
La humanidad no esperó la llegada del cristianismo para plantearse preocupaciones morales. Una sociedad que no distinguiera entre lo bueno y lo malo simplemente no podría existir. Son de risa las afirmaciones de que para un pagano no existía el bien y el mal, o incluso las que asemejan el paganismo al hedonismo liberal que predica “haz lo que quieras mientras no perjudiques a los demás”. Aristóteles (Política 4,9) definió la moral como “virtud heredada”, según lo cual la fuente fundamental de la moral sería la plasticidad humana. El hombre no está totalmente determinado por sus instintos, tal como ha mostrado la moderna Etología, ni tampoco sus instintos están completamente programados respecto a su objeto y a su medio. De ahí resulta que el hombre está siempre en situación de construirse o de perderse, de menguar o de crecer, y que la realización de sus deseos puede significar igualmente su destrucción. Al no estar íntegramente determinado por su naturaleza, al ser capaz de lo mejor y lo peor a un tiempo, el hombre solo puede construirse a si mismo por medio de un código moral que de sentido a estas palabras: lo “mejor” y lo “peor”. En este sentido puede afirmarse que la moral, incluso antes de ser inculcada y aprendida, se funda en una disposición (hexeis), en el sentido aristotélico del término.
La diferencia entre los paganos y los cristianos no es en absoluto una diferencia “moral”, en el sentido que unos se conduzcan moralmente mejor que otros. Más bien se refiere a los fundamentos y motivos del acto moral y a los valores que unos y otros hacen prevalecer. En el cristianismo la piedad es el fundamento interno para la relación moral con el prójimo. Esta idea es ajena al paganismo; para él existen otras formas de reconocer la valía de los demás, formas que no se limitan a experimentar la piedad. El paganismo no eleva un juicio moral sobre el mundo; para él solo hay un único Ser, y ni hay bien superior a este Ser. Frente a la moral cristiana, basada en la “culpa” y el “pecado”, el paganismo practica una moral de la virtud y el honor.
La reivindicación del paganismo por parte de Alain de Benoist y otros autores de la ND no solamente remueve los cimientos del pensamiento occidental. Pone sobre la mesa un hecho fundamental: las religiones son sistemas de valores y formas de vida y no, como pretende la estúpida ideología moderna, algo que pertenece a la privacidad.
por José Alsina Calvés