“La Internacional” es un bonito canto, sobre todo la melodía, ya que la letra no es
siempre acertada. Se pide borrar las huellas del pasado, por ejemplo. ¡Ah! Suprimir
todo lo que nos ha precedido, eterno ideal de aquellos que quieren recrear el mundo
en función de su idea particular. ¡Eliminemos todo y volvamos a empezar! Y, al mismo
tiempo, llegará un “hombre nuevo”, un hombre que se diferenciará de todos los que
han vivido antes que él.
¿Qué “hombre nuevo”?
Históricamente, el tema del “hombre nuevo” aparece por primera vez en San Pablo (Ep.4,
17). Pero la ideología de la tabla rasa pronto tendrá otras formas. en el siglo XVIII, los
filósofos de la Ilustración afirman que el ser humano es, cuando nace, una vela de cera sin
utilizar, una tabula rasa: su personalidad no será más que el fruto de sus experiencias personales y las influencias de la educación y de su entorno. Transpuesta en el ámbito
científico, esta idea dará lugar a la biología soviética de Lyssenko, que niega las leyes de la
herencia de Mendel y sostiene la tesis de una heredad de lo adquirido. Esta teoría fue
rápidamente desacreditada, pero la idea de que la heredad no cuenta nada en la
constitución de los seres fue retomada en otras ocasiones por las ciencias sociales.
Sostiene la fábula de un corte radical entre la naturaleza y la cultura: para Kant, el ser
humano lo es porque se sustrae a todas las determinaciones naturales. La libertad se
confunde con la capacidad para desarraigarse.
La ideología escatológica del progreso, por su parte, apela a una marcha de la humanidad
hacia una perfección cada vez más grande. Proclama la superioridad del futuro sobre un
pasado de tradiciones irracionales y supersticiones, que hacen de él algo devaluado y
superado. Como entre los sofistas, lo nuevo adquiere un valor en sí mismo: el futuro será
necesariamente mejor que el presente, que es también superior al pasado. En la expresión
“Antiguo Régimen”, el término peyorativo es “Antiguo”. La idea subyacente es que el
pasado, portador de valores obsoletos y modelos arcaicos, no tiene nada que decirnos y es
mejor olvidarlo. En 1789, el pastor Rabaut Saint-Étienne, gran defensor de los derechos
humanos, declaraba: “La historia no es nuestro código”. En suma, el pasado ha sido un
error.
Esas gentes no entienden que no es nunca el presente el que se dota de un futuro: ¡es el
presente el que da un futuro al pasado! Lo que les molesta en el pasado es que no podrá
ser nunca diferente de lo que fue. Por ello, hay que borrar el recuerdo de forma que se
acceda al paraíso del deber-ser, del mundo tal y como debe ser, y no tal y como fue, de
forma que llegue una historia que ya no será trágica sino, ante todo, moral.
Paralelamente, la propagación de la ideología liberal, centrada en el individuo, acelera el
paso de la sociedad de estatus a la sociedad de contrato, una evolución en la que el muy
liberal Henry Sumner Maine veía la definición misma del progreso. Relativiza el origen y
marca también el paso de la comunidad a la sociedad, del grupo al individuo. En la sociedad de los individuos, cada vez más narcisistas e inmaduros, ya no es solo la sociedad la que busca refundarse a partir de nada, es el ser humano mismo el que quiere crearse a partir de nada. Por ello ve una limitación insoportable a su “libertad” todo aquello que puede atarle a algo existente aparte de sí mismo (sociabilidad, pertenencias, vínculos, costumbres,identidad sexual).
“Los muertos ya no estarán a salvo”
La tabla rasa tiene hoy dos denominaciones: la “cancel culture” y el “transhumanismo”.
Jean-Claude Michéa tiene razón cuando dice que la cancel culture es el “complemento
indispensable del rodillo de la economía liberal de mercado”. La cancel culture no es tanto
una cultura de la supresión como una supresión de la cultura. Leyendo un libro sobre el
concepto de ‘historia’ de Walter Benjamin, vemos esta frase terrible: “Los muertos ya no estarán tampoco a salvo del enemigo si ganara”. Con la cancel culture, a eso hemos
llegado. La caza de lo “inapropiado”, culpable de no responder a las normas de la ideología
dominante, permite todo y todo lo justifica. Desacreditar primero, hacer desaparecer
después todo lo que, desde hace dos o tres milenios, ha sido creado, pensado, escrito,
teorizado, pintado, esculpido, representado. Esto es posible porque, buscando bien, siempre se encuentran restos de “racismo sistémico”, “homofobia”, “sexismo” y otros temas de moda. Todo ideal de la deconstrucción es eso: después de haber deconstruido, se pisoteanlos trozos y se limpian los restos.
Aquellos que se dedican a esa tarea no han aceptado nunca que la historia sea trágica, que
lo real solo se entiende en la complejidad del claroscuro. Sueñan con un mundo
transformado en un lugar seguro. Es el partido del neopuritanismo castigador, el nuevo
partido iconoclasta y perseguidor, el partido de la contrición y la deserción, del
arrepentimiento y la teshuvá. Sabiendo que “una civilización sólo subsiste por la fe que tiene en sí misma” (Julien Freund), en realidad, es el partido del desastre.
Con el transhumanismo ya no es solo el pasado lo que se supera, sino al ser humano. En la
perspectiva del “gran reinicio”, se pone en marcha una mutación antropológica cuyo objetivo es hacer del ser humano un individuo digital, conectado, regido por dispositivos
tecnológicos, aislado todo lo posible de sus semejantes, viviendo siempre en la distancia y
lo virtual. La verdadera Gran Sustitución es la del ser humano por la máquina. Un
transhumanismo tecnológico que, en las circunstancias actuales, va acompañado del
higienismo de Estado. El Estado terapéutico. La tabla rasa, es el fin del ser humano y el
caos. Fuente: Éléments pour la civilisation européenne.
Alain de Benoits