Urge transformar esto en prioridad nacional y aceptar que el ministro ha perdido capacidad política para conducirla. Porque, como alguna vez dijo el presidente, parafraseando a Gabriela Mistral, “el niño y la niña, no pueden esperar”.
En Colombia, cuatro niños perdidos sobreviven 40 días en la profundidad de la selva.
En Chile, casi cuatro millones de escolares siguen a la deriva, a 40 meses del inicio de la pandemia.
Los niños resisten gracias a la sabiduría ancestral, en una selva llena de peligros. Los nuestros vagan en una jungla sorda y egoísta donde abundan monos pelados y peludos.
Algunos prefieren distraerse con acusaciones constitucionales, conscientes de que esas lianas no llevan a ninguna parte. Otros prefieren encerrarse en las cuevas de la reivindicación particular, para no ver la urgencia colectiva. La mayoría, antes de ayudar, elige subir a los árboles para lanzar piedras a los culpables de moda, esos que, desde una conveniente candidez, recién descubren que el fin no justifica los medios, incluso para ellos.
La tragedia es que, ni monos pelados, ni monos peludos, ni los devenidos en impugnadores, ni los disfrazados de conciliadores, estamos respondiendo a la urgencia.
Ahí están los resultados del SIMCE: veinte años de retroceso en matemáticas, profundización de las brechas sociales y de género. Un descalabro del aprendizaje, mientras se agudiza la crisis de salud mental, aumenta la depresión, la ansiedad, los desórdenes alimentarios y del sueño.
Ahí está la crisis de violencia escolar, la adicción a redes virtuales, la dependencia de la pantalla, la pérdida de habilidades sociales, el deterioro de la inteligencia emocional, mientras las escuelas quemadas en el sur y el anuncio de un paro de profesores simbolizan la impúdica ceguera de quienes se atribuyen causas justas.
Ahí está la nueva institucionalidad de la niñez, aún iniciando su implementación, pariendo el Sistema de Garantías y el Servicio de Protección Especializada. A su lado, la Defensoría de la Niñez, descabezada, a la cola de un cuoteo político para repartir cargos en la Corte Suprema y el Tribunal Constitucional.
Y cabe preguntar: ¿estamos haciendo algo para encontrar a esos niños?
Poco, pero algo.
La semana pasada, sin que casi nadie se enterara, el Consejo para la Reactivación Educativa, integrado entre otros, por Yasna Provoste, Ignacio Briones, Carolina Leitao y Rosa Devés, entregó sus recomendaciones al ministro de Educación. Se incluyen propuestas concretas en tres ejes: Convivencia y Salud Mental, Fortalecimiento de los Aprendizajes y Asistencia y Re-vinculación.
Es cierto, es solo un documento de buenas intenciones, como tantos otros. Puede que sea poco, seguramente es insuficiente, pero es un avance consensuado entre diversos y el ruido de la selva no está permitiendo que se escuche.
Es tarea del gobierno subirle el volumen. Urge transformar esto en prioridad nacional y aceptar que el ministro ha perdido capacidad política para conducirla. Porque, como alguna vez dijo el presidente, parafraseando a Gabriela Mistral, “el niño y la niña, no pueden esperar”.