Una de las mayores confusiones, que suelen presentarse entre new-agers y neopaganos nóveles, tiene que ver con el origen de la brujería. Para muchos, este fenómeno es sólo identificado como parte del folklore y de las tradiciones europeas precristianas. Dada esta presunción, resulta lógico que pocos entienden su verdadero alcance y naturaleza.
Orígenes y al alcance del fenómeno:
Puede decirse que la brujería es un fenómeno universal, transversal a las religiones y que siempre se da en la periferia de las mismas. En un sentido amplio, ha sido un elemento presente en todas las culturas, al menos desde la época del paleolítico superior.
Por supuesto el vocablo ”brujo” o “bruja” tiene relación con las lenguas ibéricas, del mismo modo que “witch” lo tiene con las anglosajonas 11, no obstante, expresiones equivalentes pueden encontrarse, en diversas lenguas, en todas las regiones del mundo y en cualquier época de la Historia.
Puede definirse como “brujería” a toda búsqueda de conocimiento natural, de soluciones mágicas (pero también herbolarias, oraculares y psicológicas) para las dolencias y los problemas de la vida cotidiana, y de caminos espiritualidad alternos al sistema de creencias hegemónico para su propio lugar y tiempo.
Simplemente, se trata de la práctica de la espiritualidad no oficial, de formas de interacción con el entorno, no avaladas por el poder imperante. En este sentido, es paralela y a la vez toma distancia de la religión, oponiéndose siempre a lo que sería su sacerdocio oficial.
La brujería no debe ser confundida con el shamanismo, en virtud de que éste siempre funciona como referencia espiritual oficial del clan o la tribu, mientras que el practicante de la primera es (necesariamente) un personaje marginal (por lo menos desde el punto de vista de la mayoría de la comunidad donde éste habita).
Tratándose siempre de una actividad ajena al poder y a las clases dominantes, la brujería suele ser repudiada y combatida. Mientras que el chamán (quien puede ser hombre o mujer) es una figura venerada por el colectivo donde opera, el brujo o la bruja siempre es mirado con recelo (a veces incluso temido) y se recurre al mismo sólo en casos de extrema necesidad.
Debe entenderse que la cacería de brujas no fue un fenómeno exclusivo de la Inquisición de la ICAR o del protestantismo, ni siquiera del cristianismo en general. Las fuentes históricas y los hallazgos arqueológicos, tiene noticia de persecuciones y ejecuciones por brujería desde la Antigua China a la cultura Anasazi de New México (USA); desde la Antigua Roma hasta diversas sociedades tribales del África subsahariana.
Brujería y misoginia:
Más allá de las diversas interpretaciones altamente cargadas de sesgos ideológicos sobre el rol de la Mujer en épocas paleolíticas, tanto antropólogos como biólogos y arqueólogos coinciden en el hecho de que existía (por lo menos) una equiparación de ambos géneros a nivel de la importancia social, de las responsabilidades y del protagonismo que ejercían.
Fue hacia unos 12000 años atrás, cuando la agricultura comenzó a practicarse y el sedentarismo se hizo progresivamente más común, que se estratifican los roles sociales y se establece rígidamente el concepto de propiedad.
A partir de ese momento, de manera lenta pero sistemática, el protagonismo y la importancia social y religiosa de la Mujer fue decreciendo en casi todas las sociedades, llegandose a un nivel mínimo durante la Edad del Hierro y luego profundizando mucho más con el auge de las religiones abrahámicas.
Fue en este marco que las mujeres, postergadas en los sacerdocios oficiales en la mayoría de los casos, comenzaron a desarrollar (con mayor frecuencia que los hombres) las artes de curación natural, de acopio de recetas herbolarias, de la magia culinaria y de otros aspectos más sutiles del conocimiento del entorno natural y de sus propiedades y características que, por lo general, pasan desapercibidas desde la óptica de una vida cada vez más urbanizada y estructurada.
No existe una relación directa entre el fenómeno de la brujería y las divergencias de los géneros a través de la evolución social. El hecho de que en casi todas partes parecieran haber existido más “brujas” que “brujos” se dio, simplemente, porque en la mayoría de los casos, la religión oficial (que como se dijo siempre antagoniza con la brujería) estaba dominada por los hombres.
Las brujas y el Diablo:
En las sociedades patriarcales siempre se pautó la existencia de un camino oficial para relacionarse con los dioses, despreciándose de una manera más o menos marcada a todo otro intento en ese sentido. Por esta razón, como se dijo más arriba, casi todas las sociedades persiguieron a la brujería, dado que la misma constituye una forma alterna de espiritualidad y de conexión con la Naturaleza (y por ende con los dioses).
Con el advenimiento de las religiones abrahámicas, y la pretensión de que existe sólo un camino espiritual válido, con dogmas establecidos y una doctrina rígida a seguir, las manifestaciones alternativas de conocimiento y espiritualidad se convirtieron en “diabólicas”. Según esta lógica, si el “único dios verdadero” era la fuente de la salvación, la espiritualidad y el conocimiento autorizado, todo otro camino espiritual y toda otra forma de conocimiento, tenían (por fuerza) que provenir del principal antagonista de esa deidad, o sea, del Diablo.
Por esa razón, cualquier uso evidente u ostentación de ese conocimiento, era condenado de manera drástica. Viéndose a aquellos practicantes de toda disciplina no aceptada por el dogma, como a seres con poderes sobrenaturales otorgados por entidades malignas.
Al mezclarse esa concepción, con las leyendas ancestrales de seres malignos o peligrosos que se ocultaban en la noche, tanto en la superstición popular como en las mentes de teólogos fanáticos, surgió el clásico concepto de la “bruja sobrenatural” del Medioevo Europeo.
¿Qué es una bruja?
Tal como sucede con la palabra “pagano”, que posee hoy un valor reivindicativo, pero que jamás fue usada por aquellos definidos como tales por sus adversarios durante los primeros siglos de la Era Cristiana, “bruja” es un vocablo tomado hoy por la tradición wicca, así como por algunas corrientes del feminismo, como una condición a valorarse de manera retrospectiva.
Pese a lo anterior, en los tiempos en que la brujería era perseguida (durante el Medioevo y los primeros siglos de la modernidad), la mayoría de las personas acusadas de estas prácticas, jamás pensaron en definirse a sí mismas como tales.
Desde un punto de vista antropológico una bruja o brujo sería una persona que busca para sí misma, y ofrece a los demás, algún medio mágico o espiritual alternativo, respecto de la religión oficial y/o de sanación y alivio de males y pesares, respecto de la medicina urbana y académica.
La brujería forma parte de la estructura básica de la sociedad humana, es por eso que (cambiando los términos a nivel lingüísticos y los aspectos más externos de sus prácticas) se da repetidamente a lo largo y ancho de la historia.
Podría definirse a la misma como la búsqueda instintiva de soluciones a los problemas físicos y emocionales y del conocimiento (por medios divergentes) de las cosas que el sistema de creencias hegemónico prohíbe.
Teología y ética de la brujería:
En el contexto del neopaganismo, debido a la gran influencia que la Wicca mantiene sobre el mismo por ser la corriente dominante, existen ideas románticas respecto de la ética y las normativas benevolentes que rigen la conducta del brujo o la bruja promedio (la “Rede” es un ejemplo de ello). Del mismo modo, se cree que los grupos de antaño mantenían conocimientos arcanos e intuiciones sobre el origen de las cosas naturales y de la vida, así como de los asuntos espirituales.
Los diversos “mitos fundacionales” surgidos a partir del ocultismo victoriano, la teosofía y más tarde de la New Age, no han hecho sino profundizar esta distorsión cognitiva. No obstante, la realidad histórica y el análisis antropológico muestran algo muy diferente…
Debido a que la brujería tiene puntos de intersección con la teología y la religión, no carece (en lo absoluto) de pautas conductuales, pero dada la forma pragmática y utilitaria con que enfoca estas cosas, cada acto o “trabajo mágico” va a mensurar más por sus resultados que por sus medios o por las herramientas utilizadas.
Cabe aclarar que existe una gran diferencia entre quienes ven a la brujería a través del prisma de alguna tradición neopagana, respecto de aquellas personas que heredaron culturalmente esas prácticas.
En el primer caso, habrá desde una puritana y pacata visión (heredada de la religión abrahámica de crianza) hasta un razonable liberalismo ético e intelectual; en el segundo, casi siempre se darán pautas ceñidas a la práctica y a los resultados (sin que casi importe nada más).
Conclusiones:
Para entender el fenómeno cultural comúnmente llamado “brujería” es preciso tener en mente que casi toda sociedad humana ha tenido a sus “brujos” y “brujas”, que estas personas nunca fueron quienes lideraron las instituciones de las creencias dominantes y que, casi siempre, fueron perseguidas.
Por otra parte, la predominancia del género femenino en este contexto, debe entenderse sólo como una respuesta colateral al patriarcado y no como algo “natural” o realmente buscado por uno u otro género o por cualquier colectivo humano específico.
La brujería nunca fue un fenómeno exclusivo de Europa ni su persecución, algo privativo de las creencias abrahámicas.
En la búsqueda de un neopaganismo con ideas serias y bien fundamentadas, basadas en la historia (y sus fuentes) y en el saber antropológico, no en el romanticismo o la frivolidad new-age, pero tampoco en la afiebrada virulencia de los radicales y reaccionarios, es imprescindible entender qué es, así cómo cuándo y dónde se originó este fenómeno. De ese modo se le podrá otorgar la dimensión que le corresponde, sin que se olvide su legado pero también evitando que eclipse a los aspectos más profundos e ilustrados de la vida espiritual e intelectual del practicante.
1) Se omite en este artículo cualquier análisis etimológico de los vocablos “bruja” y “witch”, debido a la complejidad que tal planteo requiere y a lo altamente especulativa que resulta cualquier afirmación a ese respecto.