Las expresiones transhumanistas como “bebés de diseño” o “humanos a la carta” forman ya parte de nuestra cotidianeidad y surgen con fuerza en los últimos años debido a los nuevos avances científicos de mejoramiento y perfeccionamiento genético donde pueden llegar a ser utilizados con fines benéficos como la prevención y erradicación de enfermedades genéticas generadas por mutaciones, predisposiciones o aberraciones cromosómicas; sin embargo, como toda innovación técnica, también puede llegar a ser utilizada con otros fines no tan humanitarios ni éticos. Sin embargo, ¿está legitimada la ética humanista para impedir, o prohibir, la creación de humanos genéticamente excelentes? La generalización (equitativa horizontalmente) de estas técnicas génicas, ¿no mejoraría las capacidades (benéficas) de la humanidad en su integridad? Al fin y al cabo, la “selección natural” desapareció hace varios milenios del ámbito de la humanidad y la eugenesia activa solo trata de evitar que el ser humano acabe siendo una entidad degenerada y disminuida con grave riesgo para la supervivencia de su especie.

Comencemos diciendo que el término “bebés de diseño” se refiere a la formación de un
embrión mediante reproducción asistida o fertilización in vitro, para asegurar la presencia o
ausencia de genes o características particulares utilizando herramientas de ingeniería
genética. Es importante definir que un gen es una unidad de información compuesta de ADN codificado para un producto funcional y determina la aparición de los caracteres hereditarios en los seres vivos, por lo tanto, la manipulación de éstos puede llegar a alterar las características físicas e intelectuales de los seres humanos.

Una herramienta utilizada es la edición de genes, la cual permite borrar, añadir o cambiar
genes con la finalidad de evitar graves enfermedades genéticas causadas por un único gen.
Por estos motivos, también puede ser utilizada para poder manipular genes relacionados con el color de ojos y cabellos, estatura, fuerza e inteligencia, una vez conocidos los genes
específicos que se relacionan con cada una de estas características. Otra técnica utilizada en la modificación de genes es la recombinación genética la cual permite el intercambio de
información genética; ésta se podría utilizar para seleccionar los genes que se desean,
modificar y tener un control de la información intercambiada. Estas técnicas se basan en el
reemplazo de un gen alterado, su inactivación o incluso la adición de nuevas instrucciones
por porciones de genes, por lo que pueden ser usadas para combatir enfermedades causadas por una mutación.

El diagnóstico genético preimplantacional (DGP) es una forma de diagnóstico temprano que
se desarrolló́ gracias a la aparición de las técnicas de reproducción asistida que hoy
conocemos como la fecundación in vitro (FIV) y la inyección intracitoplasmática de
espermatozoides (ICSI). Este diagnóstico permite detectar, mediante estudios genéticos,
enfermedades monogénicas causadas por mutaciones o alteraciones en un solo gen,
anomalías cromosómicas por ganancia o pérdida de cromosomas, así como determinar el
sexo de los embriones antes de transferirlos al útero y, por tanto, antes de que se produzca la implantación. Por lo tanto, el objetivo, generalmente, es seleccionar aquellos embriones sanos evitando la transmisión de enfermedades genéticas y hereditarias así como los síndromes de predisposición al cáncer y otras graves anomalías.

Además, haciendo uso de diferentes técnicas de ingeniería genética se han logrados mejoras genéticas, en principio éticamente cuestionables, como es la técnica Genetic Doping, que consiste en el mejoramiento no terapéutico para obtener un mejor desempeño deportivo, alcanzado, mediante modificaciones genéticas, el aumento de la expresión de diversos genes que incrementan los límites físicos normales humanos.

En definitiva, la nueva técnica, llamada edición de genes, permite borrar, añadir o cambiar
genes (de ahí, la expresión “tijeras genéticas” para modificar el genoma humano). Así, se
pueden corregir graves enfermedades genéticas causadas por un único gen como la fibrosis
quística, la distrofia muscular o algunos cánceres hereditarios antes de que el bebé nazca.
Esto es posible modificando los genes de un embrión o del óvulo de la futura madre cuando
se sabe que es portadora de determinada enfermedad. Para corregir el gen defectuoso se necesitaría someter a los futuros padres a un tratamiento de reproducción asistida, concebir los embriones y eliminar la mutación que provoca la enfermedad en el embrión antes de implantarlo. El proceso es relativamente sencillo y apto para cualquier clínica de
reproducción asistida.

Además de curar graves enfermedades, la manipulación permitiría retocar genes con fines
menos aparentemente menos loables para mejorar al futuro del niño. Si se conocen genes
específicos relacionados con el color de ojos y cabellos, la estatura, la resistencia física o la
inteligencia, se podrían hacer cambios para traer al mundo “niños casi perfectos” o “niños a
la carta” (el criterio de la perfección es tremendamente subjetivo, y varía según las culturas, razas, religiones, etc.). Clínicas privadas de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania o Japón ya “fabrican” bebés a la carta, aunque no de forma oficial: el precio más asequible está en torno a los 150.000 euros, pero si se busca algo “especial” el precio ronda el millón de euros.

Los avances científicos surgen de una necesidad y los bebés a la carta o los humanos de
diseño no son la excepción. Sin embargo, ¿qué pasaría si se volviera algo tan cotidiano como comprar ropa on line o elegir la casa de sus sueños por internet? Esto es, que no solo se quisiera controlar o prevenir enfermedades, sino que se diseñara por completo el color de ojos, cabello, piel, altura y otras características en los bebés. Simplemente, buscar el hijo perfecto sin importar que se parezca o no a los progenitores, pero que tenga características que los padres hayan elegido de acuerdo a lo que ellos —o la sociedad en la que viven o el grupo étnico al que pertenecen— consideran “perfecto” o “deseable”, o por el contrario, que se vuelva una tecnología tan privilegiada —en términos de poder adquisitivo— que solo unos pocos puedan tener acceso a ella; y de esta forma, la sociedad podría derivar en una “aristogenocracia”, en el que la gente con recursos formaría una élite sana y casi perfecta, y el resto, sin posibilidades, constituiría una plebe genéticamente desfavorecida, (excepto aquellos que tuvieran genes de gran valor para utilizarlos en diversas terapias génicas). Lo de siempre, solo que esta vez estaríamos ante una división entre ricos y pobres genéticos.

Estos escenarios distópicos transhumanistas y eugenésicos que buscan la perfección humana, nos hablan de un futuro incierto donde los límites de la mejora humana van más allá de un laboratorio y donde la desigualdad —presente, desde luego, desde la formación de las primeras comunidades humanas, y exacerbada con el imperio del dinero de la sociedad liberal-capitalista— llegaría a formar dos tipos completamente distintos de especies humanas: los humanos, con todas sus carencias y limitaciones, y los posthumanos, con todas sus posibilidades y privilegios.

Pero, en realidad, aparte del sentimiento humanista dirigido a la erradicación de
enfermedades y taras, evitando así el sufrimiento humano, ¿qué motivo o norma podría
impedir, en términos éticos, a unos padres buscar el mejoramiento, si no la perfección, de sus hijos, ya sea en función de sus criterios estéticos o según los cánones de belleza dominantes, seguramente condicionados por el presunto éxito del modelo occidental, que hacen del “patrón nórdico” un modelo a imitar?

Patrick O Connor.

By Saruman