Diego Fusaro
El viejo capitalismo burgués, en la fase dialéctica, prefería la cultura de la derecha, con su nacionalismo, su autoritarismo disciplinario, su patriarcado, su alianza con el altar y sus valores, en aquel tiempo funcionales a la reproducción del modo de producción.
Hoy, el turbocapital posburgués de la globalización, del free markety el free desire, en la fase absoluto-totalitaria, prefiere la cultura de la izquierda, con su celebración de la desregulación antropológica y de la openness ilimitada del imaginario y de las fronteras reales, con su dogmática de la desoberanización de los Estados y la deconstrucción falsamente rebelde de las normas viejoburguesas. En esto reside – en palabras de Preve – la «profunda afinidad entre la cultura de izquierda y el hecho de la globalización..”
El capitalismo de derecha, del nacionalismo, de la disciplina, del patriarcado, de la religión y del servicio militar obligatorio, cede el paso al nuevo capitalismo izquierdista –esto es, al neoliberalismo progresista– del cosmopolitismo, del permisivismo consumista, del individualismo post-familiar y del Erasmus como nueva «mili obligatoria» para la educación de las nuevas generaciones en los valores de la precariedad y el nomadismo, de la openness y del disfrute desregulado.
El orden del discurso hegemónico manejado por los heraldos de la cultura de la izquierda fucsia, por una parte, celebra la globalización como realidad natural e intrínsecamente buena. Y, por otra, con un movimiento simétrico, deslegitima como peligrosas reacciones étnicas y religiosas, nacionalistas y regresivas, todo aquello que de diversas formas la pone en cuestión. Sin embargo, como ha sugerido Preve, bastaría con «reorientar gestálticamente» la mirada para ganar una perspectiva diferente, desde abajo y para el de abajo. En lugar de «globalización», deberíamos hablar de imperialismo capitalista americano-céntrico sin fronteras. Y en lugar de reacciones étnicas y religiosas, nacionalistas y regresivas, deberíamos hablar de legítima resistencia nacional y cultural frente a la violencia falsamente humanitaria de la globalización capitalista de la miseria y la homologación.
Es lo que Nancy Fraser ha calificado de «neoliberalismo progresista» (progressive neoliberalism), sintetizando bien la luna de miel entre el fanatismo clasista de la economía de mercado y las instancias liberal-libertarias de la «crítica artística» de la new left referente en lucha contra toda figura de la tradición y del límite, de la comunidad y la identidad, del pueblo y la trascendencia. La sustitución sesentayochesca del revolucionario marxiano, que lucha contra el capital, por el rebelde gamberro nietzscheano, que transvalora los viejos valores burgueses, provoca ese plano inclinado que conduce a la paradójica condición actual: el “derecho al porro» y al «útero de alquiler» son concebidos por la neoizquierda como más importantes y emancipadores que cualquier acto de transformación del mundo, o de toma de posición contra la explotación neoliberal del trabajo, los exterminios coloniales y las guerras imperialistas hipócritamente presentadas como «misiones de paz».
En esto reside el engaño de los «derechos civiles», noble título utilizado del todo impropiamente por el neoliberalismo progresista para: a) desviar la atención de la cuestión social y de los derechos laborales; y b) llevar a la izquierda y a las clases dominadas a la asunción de los puntos de vista neoliberales, para los cuales las únicas luchas que vale la pena librar son aquellas por la liberalización individualista de las costumbres y del consumo (repetimos: «derechos civiles» los llama la neolengua liberal), junto con la necesaria exportación, mediante misiles, de esos derechos a las áreas del planeta que aún no están subsumidas bajo el libre mercado y su neoliberalismo progresista.
Particularmente en filosofía, el nihilismo relativista y antimetafísico del «pensamiento débil» posmodernista se presenta idealiter como el pináculo del anticonformismo, cuando en realidad es la Weltanschauung ideal para justificar la sociedad sin fundamentos de la globalización liberal-nihilista del fundamentalismo relativista de la forma mercancía. La liberalización individualista de los estilos de vida se basa en la filosofía del relativismo posmoderno, gracias a la cual se disuelven los valores y “los inmutables” – por decirlo con Emanuele Severino -, y todo se vuelve «relativo«, es decir, en relación exclusiva con los deseos de consumo del sujeto deseante.
El relativismo nihilista y el utilitarismo antiveritativo resultan la forma mentis ideal para el cosmos liberal-mercadista, ya que comportan que todas las representaciones pueden ser igualmente útiles, siempre y cuando no entren en conflicto con el mercado y, de esta forma, lo favorezcan. La izquierda posmodernista encuentra su expresión más clara en la obra filosófica de Richard Rorty -convencido de que el pensamiento de izquierdas (leftist thought) se basa en la deconstrucción «irónica» de los absolutos y los fundamentos metafísicos-, y en el, aparentemente muy distinto, pensamiento de Slavoj Žižek, un bizarro exemplum de “marxismo posmoderno” que, además de transformar a Marx y Hegel en fenómenos trash (basura), termina deslegitimando la resistencia a la globalización atlantista como totalitaria y terrorista.
El mismo «pensamiento débil» de Gianni Vattimo, independientemente de sus objetivos últimos en un sentido anticapitalista y antiimperialista –por otro lado en contradicción con sus presupuestos filosóficos básicos-, debe su éxito no secundariamente a su alto grado de compatibilidad con la nueva estructura líquida y posmetafísica del capitalismo. Teorizando el «debilitamiento» de las estructuras metafísicas y veritativas fundamentales, Vattimo esbozó, ya en los años ochenta del «siglo breve», el nuevo marco ideológico de referencia del mercadismo absoluto-totalitario, confirmando efectivamente la tesis de Jameson acerca de la naturaleza del posmodernismo como lógica cultural del tardo-capitalismo.
La sociedad turbocapitalista ya no se sustenta en supuestas verdades trascendentes (religión cristiana) ni en la correspondencia con la naturaleza humana (filosofía griega). Se basa, por el contrario, únicamente en la verificación de la correcta reproducción capitalista realmente dada. Por esta causa, el turbocapitalismo de la global market society se expresa económicamente en el utilitarismo y filosóficamente en el nihilismo relativista. Como presagiaba Preve y como nosotros mismos destacamos en Difendere chi siamo(2020), la sociedad turbocapitalista necesita de homines vacui y post-identitarios, consumidores sin identidad y sin espíritu crítico. Y es el izquierdismo de la sinistrash el que produce con celo el perfil antropológico ideal para la globalización capitalista, el homo neoliberalis posmoderno y de «mente abierta», o sea, “vacía” de todo contenido y dispuesta a recibir todo aquello de lo que el sistema de producción quiera de vez en cuando «llenarla».
De hecho, el turbocapitalismo posmetafísico no conoce ningún límite moral, religioso, ni antropológico que oponer al advenimiento integral del valor de cambio como único valor admitido: el sujeto ideal del turbocapitalismo –homo neoliberalis– es, entonces, el individuo de izquierdas, enfrascado en batallas arcoiris por los caprichos del consumo y desinteresado de las batallas sociales por el trabajo y contra el imperialismo; en una palabra, es el Superhombre nietzscheano posburgués, posproletario y ultracapitalista, portador de una voluntad ilimitada de poder consumista, económicamente de derecha, culturalmente de izquierda y políticamente de centro. Es, para quedarnos en el léxico de la filosofía, la realización del «hombre protagórico«, cuyo sujeto -entendido como individuo deseante es – πάντων χρημάτων μέτρον-, «medida de todas las cosas«. De modo que la política misma se convierte, para la nueva izquierda, en lucha contra todos los límites que de diversas formas obstaculizan la realización de los deseos subjetivos de ese hombre protagórico.
Además, el individuo left oriented es el sujeto ideal del turbocapital, ya que tendencialmente -pensemos principalmente en la generación de los sesentayochistas– es una figura decepcionada por las «ilusiones» proletarias y comunistas. Y, eo ipso, proporciona una base psicológica depresiva en nombre del «desencanto» (Entzauberung); casi como si fuera una «figura» ideal de la Fenomenología del Espíritu, el desencanto historicista, es decir, la pérdida de la fe en el advenimiento de la sociedad redimida, se invierte dialécticamente en la aceptación –depresiva o eufórica– de la cosificación planetaria del orden neoliberal. El propio posmoderno puede, con razón, ser entendido como la figura fundamental de la racionalización del desencanto y como la reconciliación con el nihilismo del capital elevado a único mundo posible, con el añadido del definitivo ocaso de la creencia en los «grandes relatos» emancipadores.
Por eso, la new left liberal se presenta también como una «izquierda posmoderna», guardiana del nihilismo relativista y del desencanto del fin de la fe en los grandes relatos de superación del capitalismo: el “pensamiento fuerte», veritativo y todavía radicalmente metafísico de Hegel y Marx, es abandonado por la nueva izquierda en favor del «pensamiento débil» de un Nietzsche reinterpretado en clave posmoderna como sulfúreo «martillador» de los valores y de la idea misma de verdad, y como teórico del Superhombre con una voluntad de poder consumista ilimitada.
En lo que concierne al nihilismo relativista, que la izquierda neonietzscheana celebra como «emancipador» respecto de las pretensiones metafísicas y veritativas de los Absolutos, es ese precisamente el fundamento de la desemancipación capitalista, que vuelve todo relativo al nihil de la forma mercancía y, neutralizando la idea misma de verdad, aniquila la base de la crítica de la falsedad y de la insurrección contra la injusticia. El nihilismo no conduce a la emancipación de la multiplicidad de estilos de vida, como cree Vattimo, sino que más bien conduce a la aceptación desencantada de la jaula de acero del tecnocapitalismo, dentro de la cual las diferencias proliferan en el mismo acto con el que son reducidas a articulaciones de la forma mercancía. Desde este punto de vista, Foucault también tiende a ser «normalizado» y asimilado por las neoizquierdas, que lo han elevado a la categoría de crítico posmoderno del inevitable nexo entre verdad y poder autoritario. Y así hacen coincidir la liberación con el abandono de cualquier pretensión veritativa.
En cuanto al desencanto, coincide con el perfil del «último hombre» tematizado por Nietzsche. Der lezte Mensch, «el último hombre«, toma conciencia de la «muerte de Dios» y de la imposibilidad de la redención en la que también había creído, y se reconcilia con el sinsentido, juzgándolo como un destino irredimible. Este perfil antropológico y cultural encuentra puntual confirmación en la aventura existencial de la «generación del 68» y del propio Lyotard, el teórico de La condición posmoderna. Él perdió su originaria fe en el socialismo (fue militante del grupo marxista Socialisme ou Barbarie) y se reconvirtió al nihilismo capitalista, vivido como una jaula de acero ineludible pero con espacios de libertad individual consentidos (en forma rigurosamente alienada y mercadizada, ça va sans dire). Por todo ello, el posmodernismo sigue siendo una filosofía de la racionalización del desencanto y, al mismo tiempo, de la conversión a la aceptación del nihilismo tecnocapitalista entendido como oportunidad emancipadora.