Ecce Homo

¿Los paganos creen en Cristo?

(¿Por qué los paganos rechazan a Jesús como Maestro?)

La respuesta es un rotundo NO. Los paganos no creemos en Cristo como un diossalvador o profeta; tampoco como maestro espiritual«ascendido» o resucitado; como un «avatar», o lo que fuere. Las razones son múltiples y profundas, aquí se tratarán de exponer las principales.

Así mismo, algunos paganos pueden ver al personaje, supuestamente, histórico de Jesús de Nazaret como un «maestro de sabiduría» pero, sin embargo, en esta serie de artículos, se demostrará (además) que gran parte de sus ideas y creencias eran antagónicas con las bases mismas del Paganismo.

 

Primera Parte:

Para poder analizar este difícil tema, primeramente, se debe separar la figura de «Cristo» en tres niveles: El personaje histórico, o sea el Jesús de Nazaret que (probablemente) existió; el «Cristo mítico», es decir, la serie de leyendas y mitos que se adosaron a la figura del personaje histórico durante los siglos en que el Cristianismo tomó forma como una religión mundial (la formación de este ciclo mítico puede datarse entre la segunda mitad del siglo I y los tiempos de Justiniano, el emperador bizantino) y el «Cristo místico» o metafísico, al cual aluden numerosas órdenes esotéricas, ocultistas; diversas sectas cristianas minoritarias y algunos paganos un tanto confundidos.

Relación del Jesús histórico con los paganos:

En cuanto a Jesús de Nazaret, cuyo verdadero nombre era Yashua bar Yôsef («Jesús hijo de José»), hay que entender que era un judío fiel a su fe, una fe que es antagonista de todo culto pagano en virtud de su exacerbado monoteísmo y su xenofobia (al menos así era en el s. I de la era común). Históricamente, no sabemos casi nada de él (hay discrepancias sobre si fue en verdad histórico, si se trató de un personaje «compuesto» por leyendas previas de varios otros, etc…), pero lo poco que conocemos con cierta certeza alcanza para invalidar gran parte de las teorías de los apologistas, tanto de los cristianos como de aquellos que quieren «rescatar» a esta figura histórica del propio Cristianismo.

Si bien Jesús no parece haber pertenecido a la comunidad de Qumran (mal llamada de los «esenios»), tenía muchas creencias en común con dicha secta, entre otras cosas la idea de una inminente venida del «Malkut Yãhwêh» o «Reino de Dios» y la necesidad de abandonar el mundo (apartarse de la vida mundana) y la dualidad entre «bien» y «mal», expresada a través de la idea de «Dios» y «Satanás». En tal doctrina, no cabía ninguna tolerancia hacia otras creencias que no fueran la de tener a Yãhwêh como dios único y monarca del universo.

Ocurría lo mismo con la secta «bautista» de Yôḥānnān (nombre hebreo de «Juan el Bautista»), de quien Jesús fue originalmente discípulo y con quien, posteriormente, tuvo disidencias, como se puede ver en:

«De cierto os digo que no se ha levantado entre los nacidos de mujer ningún otro mayor que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.» (Mateo 11:11).

Pese a ello, esta sería la fuente de donde Jesús aprendió las doctrinas del «perdón de los pecados», el bautismo, la salvación por el arrepentimiento y otros puntos capitales de lo que luego sería la doctrina cristiana.

Hay que comprender lo anterior, para entender de donde fue que Jesús de Nazaret tomó los basamentos de sus enseñanzas. Esto es importante, porque de no tenerse en cuenta, surge la falsa imagen de un «Jesús universalista» y ajeno a su cultura natal y a la realidad de la Palestina del siglo I, que le tocó vivir.

El Jesús histórico, con toda probabilidad, era un judío convencido de su fe, alguien que nació, vivió y murió en acuerdo con la Toráh y los profetas del antiguo Israel. Alguien que, además, fue profundamente anti-pagano. De sus propias palabras:

«No penséis que he venido para abrogar la Ley [la Toráh hebrea] o los Profetas. No he venido para abrogar, sino para cumplir» (Mateo 5:17), y seguidamente: «Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley…».

Hay que entender que la base fundamental de «la Ley» (de la Toráh hebrea), era:

«Yo soy Yãhwêh, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás…» (Éxodo 20:1-4).

Dicho mandamiento (el primero del famoso «Decálogo»), es totalmente antagónico con el politeísmo pagano, con nuestra práctica de usar imágenes, símbolos y objetos para adorar a los (múltiples) dioses y con la idea general de que en el Universo, no existe una única fuerza o potencia que lo rija o controle.

La Toráh hebrea deja en claro que ese dios no es parte del Universo, ni es el Universo en sí (concepto de inmanencia), sino que es extra-cósmico y «trascendente» (ajeno a la Naturaleza).

Si la idea sobre lo divino que el Jesús histórico tenía, es totalmente opuesta a las nociones paganas, ¿Cómo sería posible reconciliar ambas cosas o pretender que éste puede ser tomado como «maestro» dentro de nuestro sistema de creencias o como un dios más, de entre nuestras muchas tradiciones (o panteones)?

Por otra parte, es importante considerar la relación directa, o falta de ella, que Jesús tenía con los «gentiles». Un ejemplo típico es:

«Cuando Jesús salió de allí, se fue a las regiones de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea que había salido de aquellas regiones, clamaba diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero él no le respondía palabra. Entonces se acercaron sus discípulos y le rogaron diciendo: Despídela, pues grita tras nosotros. Y respondiendo dijo: Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró delante de él diciéndole: ¡Señor, socórreme! Él le respondió diciendo: No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos (Mateo 15:21-26)

Nótese el desprecio inherente, en las propias palabras de Jesús, hacia una mujer pagana necesitada (entre los judíos del s. I, los perros eran animales repudiados y tenidos por impuros, por lo cual la analogía es muy dura).

Si bien el pasaje continúa con la explicación de que Jesús cedió y ayudó a la mujer, ante los ruegos y la genuflexión de ésta, queda claro que existía un sentimiento de antagonismo muy marcado en su forma de pensar hacia los no judíos (gentiles). Hay que tomar esto como una cuestión cultural, no como una particularidad del carácter de Jesús, ya que era lo común en aquellos tiempos. Pero, precisamente, al mostrarse como un judío normal y corriente en muchos episodios de los Evangelios, deja claro su antagonismo con las creencias no-abrahámicas.

También era totalmente refractario a predicar, enseñar o contemporizar con los paganos, como puede verse en:

«A estos doce los envió Jesús, dándoles instrucciones diciendo: No vayáis por los caminos de los gentiles, ni entréis en las ciudades de los samaritanos«. (Mateo 10:5)

Esta frase se ha interpretado en diversas formas, pero todas ellas tienen un claro sentido descalificatorio hacia los paganos. Se la puede entender como: «no hagáis o creáis en cosas paganas»«no os aventuréis en territorio pagano porque es peligroso» o «no os metáis a predicar a los paganos porque no es nuestro asunto». Pero sea cual fuere el sentido original, de nuevo se marca la diferencia entre judíos y no-judíos y se muestra la clara intención de Jesús de reducir su obra y enseñanza a los de su raza.

Otro indicio que pocos conocen y que aún los eruditos en el tema rara vez toman en cuenta, es que Jesús se crió y vivió gran parte de su vida en Nazaret (asentamiento humano que por entonces no llevaba ese nombre), una aldea de no más de 300 o 400 personas durante el siglo I. Esta comarca, distaba sólo 7 Km de la ciudad de Sepphoris (también llamada Dioceserea), la misma fue la capital de la provincia romana de Galilea hasta el año 26 d.C., fecha en la cual un levantamiento judío produjo una fuerte represión imperial.

Jesús y su familia, siendo esta de artesanos, no pudieron dejar de visitar y comerciar en dicha ciudad, pero la misma no se nombra en los evangelios ni una sola vez y menos se refiere que Jesús la visitara, durante su ministerio o en cualquier otro momento de su vida. ¿La razón? Se trataba de una ciudad mayormente pagana.

Además, existe otro dato geográfico que puede dejar en claro las ideas de Jesús sobre su misión: Ni él, ni sus discípulos antes de que fuera crucificado, viajaron más allá de un par de cientos de kilómetros del territorio de Galilea. De hecho, los evangelios registran una sola visita a Jerusalén, llevada a cabo durante la semana previa a su ejecución (si dejamos de lado la legendaria visita al Templo de Jerusalén, en su infancia, durante su bar mitzvah).

Esto debería dejar en claro el «localismo» de las enseñanzas e intenciones de Jesús y de sus discípulos (al menos mientras éste vivió). Si esto se compara con la actividad pastoral de Pablo de Tarso, que en pocos años recorrió buena parte del Mediterráneo, queda claro que no era tan difícil viajar en aquellos tiempos y que Jesús bien podría haberlo hecho, si su interés hubiera sido aprender y/o enseñar en las grandes ciudades del Imperio Romano.

No menos importante, es señalar que Jesús no tuvo ni un solo discípulo pagano, tampoco amigos o allegados (al menos que se supiera). Tal cosa no se dio, necesariamente, porque no existieran candidatos adecuados, ya que era por demás común entre los paganos el tratar de aprender o seguir a maestros de cualquier doctrina o escuela filosófica (algunos pasajes evangélicos aluden tangencialmente a ciertos «griegos»προσήλυτος -prosélitos-,interesados en su doctrina1, pero los mismos jamás lograron formar parte activa de su movimiento y menos aun llegar a ser sus discípulos). Lo más seguro es que Jesús rechazara a todo no judío entre las filas de sus apóstoles, discípulos y seguidores.

 Respecto del culto pagano en sí, Jesús mostraba cierto desprecio por el estilo de sus rituales y espiritualidad. Esto puede verse en:

«Y al orar, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que serán oídos por su palabrería.» (Mateo 6:7).

Probablemente, a esto último algunos argumentarán que en realidad Jesús se oponía también a las formas sofisticadas de culto en el propio Judaísmo, pero si bien esto es cierto, debe entenderse que justamente se oponía a todo «lo pagano» que observaba en la vida de los sacerdotes judíos, como el hecho de llevar vidas suntuosas, practicar rituales complejos, usar elementos onerosos en el culto, etc. Todas cosas que se pueden extrapolar fácilmente a cualquier práctica normal en el Paganismo (tanto en el ancestral como en el moderno).

Para finalizar, hay que tomar en cuenta que, ni aun en el sentido de «tratar de convertir», de misionar, Jesús dio importancia a los paganos y a su mundo. Existe una gran confusión al respecto por la existencia de versículos como los siguientes:

«Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…» (Mateo 28:19); «…y que en su nombre se predicase el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén». (Lucas 24:47) y «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.» (Marcos 16:15).

En el caso del evangelio de Marcos, cabe recordar que los versículos del cap. 16, que van de entre el 9 al 20 (último del libro) son una interpolación tardía, lo cual es aceptado por todos los teólogos cristianos. Este fragmento, fue validado definitivamente en el canon durante el Concilio de Trento, entre los años 1545 a 1563, pero había sido discutido por más de 1000 años antes de ello. Dicho texto, se trata de una interpolación del siglo II, basada en los evangelios de Mateo y Lucas.

Esto es importante, porque en el evangelio original de Marcos, el primero en ser escrito y que data del año 70 d.C., no sólo no existía alusión a la prédica «católica» (universal), sino que incluso no se decía nada sobre la resurrección, terminando el libro con el siguiente versículo:

«Ellas salieron y huyeron del sepulcro, porque temblaban y estaban presas de espanto. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.» (Marcos 16:8).

Por otra parte, los versículos de Mateo y Lucas, son «supuestas» palabras de Jesús luego de su «resurrección» (de la Pascua en que fue crucificado y muerto). Vale decir, el mismo texto evangélico acepta que no fueron palabras del Jesús histórico, del personaje humano y real, sino adiciones posteriores, basadas en las leyendas sobre lo que ocurrió luego de su muerte (o sea, del mito sobre su resurrección).

Existe una evidencia circunstancial, pero muy elocuente, sobre la interpolación tardía de los versículos sobre predicar a las naciones: En los «Hechos de los Apóstoles», donde se narra las discusiones entre Pablo de Tarso, el apóstol Pedro y otros partidarios de la predicación a los paganos y la iglesia de Jerusalén (Hechos cap. 15), la cual estaba dirigida por Jacobo, hermano de Jesús (llamado «Santiago el menor» por los católicos). Las diferencias de opinión dieron lugar al llamado «Concilio de Jerusalén», el primero en la historia del Cristianismo, en el año 48 d.C.

Si los versículos citados, pertenecieran a las fuentes o dichos originales de Jesús, estos apóstoles no habrían tenido problemas en justificar su inclinación de abrirse hacia los paganos. Pero tal cosa no ocurrió y la iglesia de Jerusalén siguió oponiéndose a ello durante años (siendo que dejó de hacerlo, seguramente por su desaparición física en momentos de la muerte de Jacobo -ejecutado en el 62 d.C. y por la destrucción de Jerusalén y la guerra judía contra Roma, pocos años después, entre el 64 a 70 d.C.).

Si se analizan con cuidado todos estos elementos y se los observa en conjunto, quedará claro que el hombre en el que está basado el Cristianismo, no era un «maestro» universalista o una suerte de filósofo, que trató de difundir a todo el mundo una cierta «verdad». Muy por el contrario, se trató de alguien que fue fiel a su fe natal desde la cuna a la tumba; que nunca viajó fuera del territorio de su nación (al menos no una distancia apreciable o significativa como para que se registrara en las crónicas) y que basó su predicación en las doctrinas judías radicales de su época pero, más que nada, en la Ley Mosaica.

La misión de Jesús, su intención, parece haber sido hablar por los pobres y desamparados de su territorio natal, oponerse pacíficamente a Roma y su dominación y tratar de reformar el Judaísmo de su época (sin éxito, ya que a la larga generó una nueva religión y es considerado sólo como un «rabino descarriado» por los judíos modernos).

A dicho personaje, no le gustaban los paganos y no tuvo relación directa con ellos. Tampoco tenía filiación alguna con las tradiciones, mitologías y concepciones filosóficas y morales no judaicas. Todas sus doctrinas y enseñanzas estaban basadas en la tradición bíblica y en los movimientos religiosos radicales y anti-romanos de su tiempo.

No se debe confundir los múltiples y abundantes elementos que los hagiógrafos neotestamentarios, las devociones populares tempranas y luego los «Padres de la Iglesia» tomaron prestados de las tradiciones paganas orientales, egipcias, helénicas, etc… para conformar el personaje que devino en el «Dios Hijo» o Pantocrátor (del griego: «gobernador del universo»), de la Trinidad Cristiana. Tampoco los elementos ancestrales que dieron forma a los mitos de la infancia o la muerte y resurrección de este personaje (todo lo cual se analizará en un futuro artículo).

Este cúmulo de cosas no tienen que ver con el hecho de que el personaje histórico original era un judío normal y devoto, tan antagónico con el Paganismo como cualquiera, en su lugar y tiempo.

Discrepancias éticas:

No es necesario enumerar las discrepancias existentes entre la ética pagana y la moral cristiana, es sabido por todos que, en casi todos los aspectos, ambas religiones difieren de manera irreconciliable. Sin embargo, cabe aclarar que en los puntos donde se coincide, esto no ocurre por cierta armonía o concordancia espiritual, teológica o filosófica, sino por el simple sentido común. Por esa razón, matar (sin razón), mentir o robar es malo para ambas religiones.

Un caso típico de este «sentido común», es la famosa «regla de oro», la cual se repite en infinidad de culturas, no porque una la copiara de la otra, sino por el hecho de que deriva de una contemplación atenta de la vida en sociedad, de la naturaleza humana y de cuál sería la mejor forma de vivir.

Algunos ejemplos:

«Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.» (Cristo, en Lucas 6:31)

«No hagas a otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti.» (Kong-Fu Tze -Confucio, Diálogos, 15, 23)

«Una situación que no es agradable o placentera para mí, tampoco debe serlo para otro; y una situación que no es agradable o placentera para mí, ¿cómo puedo infligirla en otro?» (Siddhartha Gautama -el Buddha-, Samyutta Nikaya V, 353, 35-354.2)

«No hagas a otros lo que no quieres que ellos te hagan a ti.» (Rabi Hillel I, Talmud, Sabbat 31) (Algunos creen que Jesús de Nazaret leyó a este rabino, ya que el mismo murió unos 5 años antes de su nacimiento).

Lo que suele interpretarse erróneamente, y eso sí merece ser aclarado, es la propia enseñanza moral del Jesús histórico. Muchas veces, los paganos adjudican las «anomalías» o posturas extremas a los concilios de la ICAR, a los «Padres de la Iglesia»; a Pablo de Tarso (esto último es también muy cierto) y a otros factores, pero imaginan que Jesús era tolerante, abierto y libertario. Una rauda revisión de los fragmentos de los evangelios que, se supone, contienen sus palabras, deja en claro que tal concepción es una creencia sin fundamento alguno.

Por ejemplo:

«…Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14:6) o también: «El que no está de mi parte, contra mí está, y el que no recoge conmigo, desparrama.» (Lucas 11:23).

Esta es la doctrina unívoca, excluyente y fundamentalista, la que no permite que el Paganismo vea en Jesús y sus enseñanzas a «otro gran maestro» de la Antigüedad, porque aceptar su autoridad sería ceñirse a un camino en donde las demás tradiciones no tienen lugar, donde los dioses ancestrales son despreciados y sólo la figura del dios bíblico es vista como válida para concebir lo divino.

Otro ejemplo:

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:3) y también: «…No resistáis al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.» (Mateo 5:39)

La generalidad de los paganos nos definimos a nosotros mismos como guerreros. Esto no presupone ser violentos, pendencieros o agresivos, pero sí implica que consideramos válido y necesario luchar por la Justicia, cuando no hay más remedio, de manera violenta.

Casi todas las tradiciones paganas promueven la vida tranquila y en paz, pero no el «pacifismo». Somos conscientes de que en la vida, a veces hay que luchar y que muchas veces nos tenemos que defender y defender a los nuestros o a los seres inocentes que cuentan con nosotros.

En este sentido, esta «inacción» o «resistencia pacífica», que para los cristianos es una virtud de gran importancia, es vista por nosotros como algo deshonroso y totalmente desaconsejable. El pagano nunca golpea primero, pero tampoco ofrece la otra mejilla si es agredido.

No obstante, hay que aclarar que es muy posible que el sentido original de esta frase se comprendiera mal, ya que lo que parece expresar es una advertencia hacia la oposición violenta en contra de Roma (lo cual, si se tenía un mínimo de sentido común, debía considerarse un absurdo y un camino rápido hacia la exterminación). Sin embargo, la interpretación que primó y que se consolidó como lo «dicho por Jesús», de la sumisión y la no resistencia a la injusticia, es totalmente antagónica con nuestros valores.

Todavía existen aspectos más contrastantes entre las creencias paganas fundamentales y la doctrina o enseñanzas de este personaje:

Jesús era partidario del monoteísmo abrahámico y, como se dijo, de la Ley de Moisés (Toráh hebrea). Esto lo llevaba a predicar el «teísmo monárquico», idea a la que toda tradición pagana es refractaria, porque plantea un poder único y patriarcal (masculino) en la existencia, sin lugar para otros dioses y diosas ni para un balance de los géneros en la Creación, la Vida y el Cosmos (llamaba a su «padre celestial» Ab’ba (en arameo: «Papi» o «Padrecito», dejando bien en claro su género masculino).

Otro punto importante, es la negación de «Eros» que Cristo manifiesta en su mensaje. Para él, toda actividad sexual fuera de la reproducción y dentro del matrimonio, era un grave pecado. Es cierto que «perdonaba» a quienes se arrepentían, pero los paganos pensamos que el sexo es sagrado, que más allá de respetar a los demás, no abusar y nunca forzar a nadie, todo está permitido y es válido en la sexualidad, y que incluso es uno de los mejores caminos para acercarnos a los dioses. No hay necesidad de arrepentirse de algo que no es malo o perverso ni de pedir perdón por llevar a cabo actos conformes a las leyes de la Naturaleza.

La negación de la sexualidad no fue una invención de Pablo de Tarso o de la Iglesia Católica, la cual surgió luego del reinado del emperador Constantino I. Esta doctrina, ya existía en el discurso de Jesús, si bien con mucha menos virulencia que lo que se desarrolló después.

También es importante el hecho de que Jesús de Nazaret niega la virtud del «areté«, de la auto-superación, de los logros personales y la individualidad. Todo el tiempo predica que lo sigan y que sigan a su Ab’ba (en arameo, algo así como en español «papi» o inglés: «daddy»). Jesús creía que ningún logro personal vale la pena, que todo el sentido de la vida es seguir a ese dios invisible y buscar «el reino de los cielos». Quería un «rebaño» de ovejas, por eso constantemente usaba el ejemplo del «buen pastor».

Los paganos pensamos que nada hay más importante que cumplir el propio destino, que dejar una marca positiva y valiosa para el mundo y nuestros semejantes. Nuestra premisa básica es superarnos cada día, buscar ser más «excelentes» a cada momento. Esto difiere capitalmente con la doctrina cristiana (original). Nosotros queremos ser lobos o águilas, nunca ovejas y menos ser parte de un «rebaño» conducido por alguien más.

Luego hay que considerar el concepto del «bien» y del «mal»; de «Dios» versus «Satanás» y de «pecado» en oposición a la «virtud». Nada de esas cosas, que son pilares básicos en las enseñanzas de Jesús, tienen sentido para el pagano. Para nosotros, la virtud está en el balance, en la armonía entre los opuestos, en transitar el camino del medio. No creemos en poderes absolutamente malos o buenos (nuestros dioses pueden ser benévolos o poco propicios según sea el caso) y menos aun en el concepto de «pecado».

Otro punto irreconciliable es la idea de «la venida del reino de Dios» y toda la concepción apocalíptica de Jesús, sus discípulos y de las doctrinas o tradiciones afines. Para todas las tradiciones del Paganismo, existen ciclos perpetuos en la Naturaleza. Se cree que jamás se producirá un cambio radical, al menos mientras el mundo siga existiendo.

La idea cristiana de la vida es una línea recta, una que lleva a los seres a la salvación o la condenación, según sea lo que estos «decidan» durante sus vidas mortales. Para los paganos, todo está formado por ciclos y nunca nada es definitivo. La transitoriedad y el eterno retorno, rigen la Vida y la Naturaleza.

Finalmente, pero no menos importante: Jesús creía en el mesianismo y el profetismo. Se consideraba a sí mismo el Mesiaj (Mesías) esperado por los judíos desde siglos atrás; creía ser un ser divino, con una misión prefijada y creía que su dios había enviado al hombre, constantemente, una serie de profetas «precursores» para preparar su venida y para guiar a las generaciones anteriores de su pueblo (los hebreos).

En el Paganismo no existe el profetismo ni el mesianismo. Ninguna tradición cree que existan maestros «descendidos» de reinos celestiales o de entre los dioses, para enseñar o salvar a la Humanidad.

Los paganos aceptamos la existencia de maestros, pero sólo en el sentido de que algunos seres saben más que otros. Para el paganismo, el discípulo de hoy puede ser el maestro de mañana y superar a su mentor con holgura, porque nadie es «dueño» de la verdad ni existe «revelación» alguna. Sólo existe el estudio y el aprendizaje mediante el esfuerzo y la dedicación.

Tampoco necesitamos de salvadores o mesías, porque al no creer en el pecado, no existe la necesidad de «redención» del mismo, y al pensar que se puede aprender directamente de la Naturaleza o de los que nos precedieron en el camino de la Vida, tampoco hacen falta los «profetas».

En conclusión, el personaje histórico que dio origen a la religión cristiana y a los mitos relacionados con la misma, no tuvo interés alguno en enseñar a los paganos, fue refractario a los mismos y se basó exclusivamente en las doctrinas propias de su tradición étnica y nacional.

La gran mayoría de sus enseñanzas, son contrapuestas a lo que el Paganismo cree sobre la Vida, la Existencia y la conducta que debemos mantener en la misma. Por tanto, es imposible abordar al Cristo histórico como «maestro» o como guía de alguna clase y seguir caminando por el sendero del Paganismo.

[Próximamente, una segunda parte del artículo, abordará el problema del «Cristo Mítico» y su relación con el Paganismo].

By Saruman