Voy a hablar del agotamiento o de la transformación de la división izquierda /
derecha en Europa, un indicio desde luego secundario, pero sin embargo
significativo de la crisis de la democracia representativa.
Un indicio que no tiene el carácter fundamental o espectacular de los factores tan reveladores de la decadencia cultural y “civilizacional” europea que son el descenso demográfico, la contracción del territorio, la suplantación de la soberanía del pueblo por la soberanía del individuo (el famoso individualismo que se suele achacar a la mayoría de los liberalismos históricos), sin olvidar la extinción de la auctoritas de la Iglesia, el carácter residual de la religión cristiana la cual ha sido históricamente el verdadero garante de las virtudes o del êthos como lo han reconocido figuras intelectuales tan prestigiosas como Montesquieu, Tocqueville, Lord Acton, Dawson, Röpke, Belloc o Jouvenel, por citar algunas
personalidades.

Cierro este paréntesis previo y vuelvo inmediatamente a lo que nos interesa: el desgaste o
debilitamiento de la división izquierda / derecha. Desde finales de los años 2000, gran parte por no decir la mayoría de los ciudadanos encuestados en la Unión Europea, opinan que la democracia representativa ha dejado de funcionar correctamente. No hay, dicen, diferencias sustanciales entre los gobiernos de derecha y de izquierda. Las tasas de participación a duras penas superan los 50% en las grandes consultas electorales. La abstención aumenta paulatinamente. Una buena parte de los ciudadanos desprecia, desacredita o rechaza no solo a sus gobiernos sino al conjunto de la clase política; sueña con una democracia directa, anhela representantes con mandatos imperativos o se retira progresivamente de cualquier forma de participación política.

Uno de los temas que ha sido más evocado por los comentaristas políticos europeos durante los últimos años (muy especialmente en Francia e Italia) es la posibilidad o imposibilidad de superación de la división izquierda / derecha. En España, hasta hoy, la cuestión de la validez y sostenibilidad de dicha dicotomía ha sido más bien desatendido por los académicos y los periodistas, con algunas notables excepciones como las del abogado, ex profesor adjunto de la Universidad de Granada, Antonio García Trevijano o del profesor de filosofía de la Universidad de Oviedo, Gustavo Bueno. Las preocupaciones y obsesiones más extendidas entre los españoles o mejor dicho entre los miembros de la oligarquía política española son tres: el independentismo o separatismo nacionalista, la memoria histórica antifranquista y el progresismo cultural, o sea lo que los norteamericanos llaman el marxismo cultural (es decir el multiculturalismo, el movimiento LGBT, la gender theory, el feminismo radical o ultrafeminismo etc.). En la Península parece no haber perdido toda su relevancia el famoso eslogan del catedrático de derecho político y ministro de información de los años 1960, Manuel Fraga Iribarne, “Spain is different”. ¿Cuánto tiempo durara esta excepción políticocultural? “Ai posteri l’ardua sentenza” como dijo Alessandro Manzoni.

Sin embargo, si se quiere entender mejor la radical evolución político-social reciente de los
países europeos (el nacimiento y desarrollo de los movimientos populistas, el ascenso de las democracias iliberales en el Este, la ex alianza gubernamental entre la Liga y el Movimiento 5 estrellas en Italia, – Italia siendo siempre el laboratorio de la vida política europea -, las rebeliones/insurrecciones del pueblo contra las autoproclamadas “élites progresistas” como los “Bonnets rouges” y los “Chalecos amarillos” en Francia, el Brexit del Reino Unido, etc.) para entender mejor todos estos acontecimientos es necesario reflexionar e intentar contestar seriamente a unas cuantas preguntas claves: ¿Qué es la derecha? ¿Qué es la izquierda? ¿Cuáles son los argumentos a favor y en contra de la tradicional división articulando la vida política de las democracias representativas modernas? Finalmente: ¿Por qué la dicotomía izquierda / derecha está cada día más desacreditada en la opinión pública de los países europeos? Y ¿Por qué muchos observadores consideran que la vieja dicotomía es incapaz de responder a los nuevos desafíos políticos, sociales, culturales y civilizacionales? Intentemos pues primero definir la derecha y la izquierda.

Más allá de las múltiples definiciones propuestas, hay dos enfoques -radicalmente diferentesque se enfrentan: uno filosófico y otro histórico. El filosófico, busca definir la esencia, la naturaleza íntima de los dos fenómenos. El histórico, es empírico y relativista, niega que sean absolutos aislados, independientes de situaciones contingentes (locales y temporales). El primer enfoque conduce a reforzar o consolidar la dicotomía tradicional y el segundo lleva a criticarla, cuestionarla o ponerla en duda.

Veamos primero el punto de vista esencialista según el cual la división no ha
terminado.

El punto de vista esencialista ha sido defendido por numerosísimos autores en toda Europa y desde por lo menos siete décadas. Podemos citar entre otros, el francés René Rémond ó el franco-hispano-húngaro-americano Thomas Molnar. También desde la derecha y en Francia, encontramos al antiguo consejero del ex-presidente francés Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson (y su biógrafo, próximo colaborador del teórico de lo que fue la ND, Alain de Benoist, el periodista François Bousquet), encontramos también al politólogo Guillaume Bernard o al catedrático de Derecho Constitucional Jean-Louis Harouel. Desde la izquierda, los más conocidos son quizás el italiano Norberto Bobbio, el inglés Ted Honderich o el francés Jacques Julliard. En España, se puede citar, desde la izquierda, a la profesora de Ética Esperanza Guisan y, en la otra vertiente, al politólogo Gonzalo Fernández de la Mora.

En el sentido más convencional y vulgar de la palabra se suele equiparar la derecha a la
estabilidad, la autoridad, la jerarquía, el conservadurismo, la fidelidad a las tradiciones, el
respeto al orden público y a las convicciones religiosas, la defensa de la familia y de la
propiedad privada. Se suele también repetir hasta la saciedad que la izquierda encarna la
insatisfacción, la reivindicación, el movimiento, el sentido de la justicia, el don y la
generosidad. Según la doxa u opinión “progresista-liberal” y también neo-marxista, la
derecha sería la reacción contra la Ilustración, contra el Progreso, la Ciencia, la Igualdad, el
Humanismo. En última instancia, la derecha y la izquierda reflejarían el eterno conflicto
entre los ricos y los pobres, los opresores y los oprimidos.

Pero si se investiga más seriamente el tema, la identificación de la derecha política con la
derecha económica, o de la derecha de convicción con la derecha de intereses, muy extendida en los medios de comunicación, se revela un mito, una falsedad propagandística. Lo saben muy bien los lectores de Wilfredo Pareto familiarizados con su famosa tesis sobre la colusión entre los plutócratas y los revolucionarios (tenemos el ejemplo diáfano de los actores y herederos de la Revolución Francesa, y basta citar hoy al magnate multimillonario y especulador financiero George Soros para que muchos ciegos recuperen la vista). De hecho, en Europa ha habido siempre una derecha tradicional, social y anticapitalista, que afirma su compromiso con la comunidad nacional, con el bien común y que defiende la justicia social. Y también paralelamente ha habido siempre en la historia de Europa una izquierda socialista defensora del republicanismo y del laicismo, pero también de la patria o de la nación (la ausencia actual de una izquierda patriótica o nacionalista en España constituyendo una cierta anomalía).

Varios análisis más o menos sofisticados reflejan el punto de vista esencialista a
favor de la división D/I.

Aquí se suele insistir en toda una serie de oposiciones. Citaré unos cuantos:
1. Primero, existiría el pesimismo de la derecha frente al optimismo de la izquierda. Habría el realismo y el sentimiento trágico de la vida versus el idealismo, el sentimentalismo, el
buenismo, el triunfalismo de la buena conciencia. Habría también, según esta premisa, dos
temperamentos que se opondrían siempre: los conservadores contra los progresistas.

2. Segundo, existirían dos posiciones metafísicas: la trascendencia y la inmanencia. Por un
lado los que defienden a Dios y por otro los que deifican al hombre. Se suele oponer aquí la
metafísica cristiana y la correcta lectura de los Evangelios a las grandes herejías y utopías
falsificadoras del cristianismo, el milenarismo, el gnosticismo (el Dios del mal frente al Dios
del bien). Habría en el fondo la luz y la oscuridad, el bien y el mal pero, por supuesto, cada
uno de los dos bandos de derecha o de izquierda los interpreta y define a su manera. Algunos subrayan que en la iconografía cristiana tradicional el buen ladrón se encuentra siempre a la derecha de Cristo y el malo a la izquierda. Desde un punto de vista antropológico, muchos prefieren hacer paralelismos más vulgares refiriéndose por ejemplo al lobo derecho y al lobo izquierdo del cerebro, o a la mano derecha y a la mano izquierda; otros recuerdan las definiciones significativas de las palabras: izquierdo / siniestro, malvado, perverso, funesto, amenazador; derecho, recto, justo noble, razonable.

3. Tercero: existiría la creencia en la naturaleza humana sin cambios, propia de la derecha y, enfrente, la creencia de la izquierda en la perfectibilidad indefinida del hombre (un hombre por supuesto impecable, no manchado por el pecado original como lo enseña el
cristianismo). Resumiendo, y asumiendo el riesgo de caricaturizar se podría decir que la
izquierda no cree en el pecado original y que la derecha no cree o cree poco en la redención.

4. Cuarto: existiría la derecha que cree en el orden natural frente a la izquierda que cree en la razón universal; la derecha que tiene una visión holística de la sociedad frente al enfoque individualista de la izquierda (el individualismo dominante habría aparecido con la
Revolución francesa lo que explicaría la reacción colectivista y totalitaria ulterior del
marxismo y del nacional-socialismo). Existiría el organicismo de la derecha (es decir la visión de la sociedad que se desarrolla como un árbol con raíces y ramas que no se pueden cambiar impunemente conforme a la voluntad de cada cual) frente al mecanicismo de la izquierda (es decir la sociedad que funciona como un reloj con la posibilidad de cambiar y modificar sin límite cada una de las piezas).

5. Quinto: existiría la derecha que defendería la ética familiar y comunitaria frente a la
izquierda obsesionada por la liberación de la moral y de las costumbres (véase hoy los
movimientos LGTBI).

6. Sexto: existiría el aristocratismo espiritual (que no se debe confundir con el aristocratismo social o material), el aristocratismo espiritual que va de la mano con el sentido de la libertad típico de la derecha frente al igualitarismo nivelador y materialista de la izquierda; en otros términos: la calidad frente a la cantidad. El francés Jean Jaélic sostiene que la izquierda es una pendiente hacia la igualdad material y la derecha una pendiente hacia la aristocracia espiritual. Gonzalo Fernández de la Mora mantiene que la idea fuerza de la izquierda es la búsqueda de la igualdad, cuyo motor es la envidia, y que la esencia del mensaje de la derecha es la creencia en la emulación. Norberto Bobbio, Esperanza Guisán y Ted Honderich, ven también en el principio de igualdad la síntesis de la política de izquierda.

7. Séptimo: existiría la obsesión por la unidad de la derecha (con su llamada a la unión de la comunidad nacional) contra el espíritu de división de la izquierda (con su permanente
reactivación de la lucha de clases).

8. Octavo: existiría la visión conflictiva o polemológica del mundo, característica de la
derecha, frente al sueño del futuro radiante de la humanidad, la utopía del “hombre nuevo”
de la izquierda (por supuesto no se trata aquí del hombre nuevo deseado por el Dios cristiano sino del hombre nuevo perseguido por los totalitarismos modernos – el marxismo-leninismo, el nacionalsocialismo racista y el neoliberalismo-mundialista). Y nos encontramos aquí de nuevo con las herejías cristianas, la gnosis y la negación del pecado original.

9. Noveno: finalmente, existiría la pelea eterna entre lo viejo y lo nuevo, lo antiguo y lo
moderno. Algunos autores no dudan incluso en ver un marcador de la derecha en la defensa de la lengua. Como si los maestros de las escuelas públicas de antaño, a menudo
republicanos, laicistas, socialistas, “progresistas” y nacionalistas, no fueran más que
reaccionarios o derechistas ignorados.

En resumen, desde el punto de vista esencialista hay siempre una derecha y hay siempre una izquierda. Jacques Anisson du Perron (hoy Patrick Bousquet), parten de la premisa o axioma intangible: “la derecha siempre ha existido desde que se confundió con la organización política de las civilizaciones tradicionales. Y por el contrario, la izquierda ha aparecido sólo en los tiempos modernos…». Según este criterio maximalista estaríamos condenados eternamente a vivir y conocer dos concepciones opuestas del mundo y de la vida, y en un nivel inferior, habría dos formas de psicología o de temperamento.
Históricamente, se sabe que el liberalismo, el socialismo y el nacionalismo han nacido en el
siglo XIX y a la izquierda del tablero o del espectro político. Pero desde un punto de vista filosófico, según el matemático y disidente ruso Igor Chafarevich, el socialismo ha existido
siempre como tendencia específica de las sociedades humanas. Nicolas Berdiaev dice lo
mismo del nacionalismo o patriotismo. Los que no entienden la perennidad del
nacionalismo, dice, pues que observen el pueblo judío en la historia. En cuanto al
liberalismo, o mejor dicho la actitud y tradición liberal, como lo ha demostrado entre otros
Dalmacio Negro Pavón no se explica ni se puede entender si no se inserta en la genealogía
cristiana.

Esto dicho, la mayoría de los autores “esencialistas” insisten en el carácter diverso y plural
tanto de la derecha como de la izquierda. Ponen en evidencia que no hay una derecha y una izquierda, sino derechas e izquierdas. Pero no hay consenso entre ellos a la hora de definirlas o clasificarlas. Así, por ejemplo, el catedrático democristiano francés René Rémond distingue tres derechas: tradicionalista, liberal y nacionalista; y tres izquierdas: libertaria, autoritaria y marxista. Otros, como el socialista israelí Zeev Sternhell, distingue dos derechas: radical/revolucionaria y conservadora, y dos izquierdas: progresista y revolucionaria. Otros aún, como el catedrático monárquico tradicionalista Stéphane Rials ven sólo una derecha tradicional y cuatro izquierdas: autoritaria-nacionalista, liberal-burguesa, anarco-libertaria y social-marxista. Pero hay también otros autores que señalan la existencia de una buena docena de tendencias de derechas y de izquierdas y que desacreditan o quitan mucho valor e interés a todas las clasificaciones existentes con carácter pedagógico.

Veamos ahora el punto de vista histórico-relativista y por lo tanto la crítica de la
división izquierda / derecha.

Históricamente, la división derecha/ izquierda tiene apenas un siglo o un siglo y medio de
antigüedad. Eso es la realidad. Después de la Revolución Francesa la división u oposición se
limitó a una cuestión de lenguaje y de lenguaje parlamentario (los partidarios del poder
ocupaban los escaños de la derecha y la oposición los de la izquierda). Pero como bien dijo
Gustavo Bueno: “En las Cortes de Cádiz no hay derecha e izquierda”. La mítica, inevitable o
eterna división es en efecto muy reciente. Si nos atenemos a la toma de conciencia por la
opinión pública, su nacimiento se remonta a penas a los años 1870, 1900; quizás aún más
tarde, a los años 1930. Por lo tanto, el gran conflicto cíclico entre la derecha eterna y la
izquierda inmortal tiene en realidad poco más de un siglo. El prestigioso politólogo francés,
Julien Freund, decía en 1986: “es una división esencialmente europea e incluso localizada en los países latinos, aunque, haya sido recuperada hace poco por los países anglosajones”.

Para el historiador de las ideas políticas, es fácil demostrar que los valores de la derecha y de la izquierda no son inmutables, que los cruces o intercambios de ideas han sido y siguen
siendo constantes. Las derechas como las izquierdas son diversas y plurales, y eso explica sus permanentes conflictos y divisiones. Las derechas y las izquierdas son universalistas o
particularistas; globalistas / mundialistas y defensoras del libre comercio o patrióticas,
proteccionistas y anticapitalistas; centralistas y jacobinas o regionalistas, federalistas y separatistas; atlantistas y europeístas (con partidarios de una Europa federal, y de una
Europa gran mercado escalón hacia el mundialismo), o nacionalistas y europeístas (con
defensores de una Europa de las naciones y partidarios de una Europa potencia), son o nos
son tercermundistas. Las derechas y las izquierdas son individualistas, racionalistas,
positivistas, organicistas, mecanicistas, ateas, agnósticas, espiritualistas, teístas o cristianas…

No existe una definición intemporal ni de las derechas ni de las izquierdas que se aplique en todos los lugares y en todos los tiempos. Históricamente, derechas e izquierdas sólo se
definen en relación con períodos y problemas que surgen en un momento dado.

Los principales temas políticos se mueven constantemente de izquierda a derecha y
viceversa. Lo he mostrado ampliamente en mi libro Droite / Gauche, pour sortir de
l’équivoque. La lista de dichos temas es aburrida pero no puedo hacer menos que
mencionarlos de pasada. Es el caso por ejemplo del imperialismo, del colonialismo (no
olvidemos que a nivel moral se pretendía aportar los beneficios de la ciencia, de la razón, del progreso y /o de la religión), es el caso del racismo (durante casi un siglo de 1850-1940 el progresismo, el laicismo y el anticristianismo francés han ido de la mano con el racismo ; paradójicamente hoy el multiculturalismo postula una forma de racismo – así los jóvenes socialdemócratas suecos piden que se fomente la inmigración y la mezcla racial para poner fin a la raza sueca).

Es el caso también del filosemitismo y del antisemitismo, del filosionismo y del antisionismo, del filomasonismo y de la antimasonería, del anticristianismo, del anticatolicismo, del antiparlamentarismo, de la crítica del modelo demo-liberal, del tecnocratismo / antitecnocratismo, del maltusianismo / antimalthusianismo (véase la oposición entre los maltusianos verdes de hoy y los comunistas antimalthusianos de ayer con el secretario general del PCF Thorez y su mujer); es también el caso del federalismo, del centralismo, del antiestatismo, del regionalismo y del separatismo, del ecologismo, de la acusación contra los derechos humanos y el derecho de injerencia (acuérdense de las severas críticas del liberal antifascista italiano Benedetto Croce, del socialista Harold Lasky o del nacionalista Mahatma Gandhi contra la declaración universal de los derechos del hombre de 1948); es también el caso de la denuncia de la Ilustración, del anticapitalismo, de la defensa de la soberanía y de la identidad de los pueblos, del anti-inmigracionismo, de la preferencia nacional (principio defendido por el Frente popular francés en los años 30; véase los múltiples decretos y leyes anti-inmigracionistas de 1923, 1926, 1932, 1936, 1937 y 1938); es también el caso de la homofobia y de la homofilia (cuando no existían aún los movimiento LGBT; acuérdense del ejemplo aún reciente de Cuba), de la islamofilia e islamofobia(que por cierto no deben confundirse con la arabofilia y arabofobia), del patriotismo, del nacionalismo, de la eurofilia y eurofobia, de la Rusofilia y Rusofobia, de la alianza con el Tercer Mundo, del pro y antiamericanismo (o crítica del imperialismo estadounidense), etc. etc.

Todos, repito, absolutamente todos estos temas escapan al obsesivo debate entre la derecha y la izquierda. Muchos de ellos siguen oponiendo y dividiendo no solo los partidos sino también adentro de los partidos. Y así se entiende mejor que las uniones o alianzas de las derechas o de las izquierdas hayan sido y son siempre frágiles, volátiles y provisionales. Esto dicho, hablando de uniones y alianzas, no se debe olvidar por supuesto el peso de dos
factores importantes: primero, la hybris, la desmesura, esa pasión exagerada, irracional, que la vida política ilustra a diario y, segundo, los egos, habitualmente sobredimensionados, de los líderes políticos, con sus intereses y sus planes de carreras antagónicos (Se suele decir que los políticos de hoy son verdaderos actores. ¡Puede ser! Pero subrayemos, a la hora de imponerse frente a sus amigos no hay líderes importantes que rechacen comportarse como verdaderos asesinos (Los ejemplos que lo confirmen abundan: véase Sarkozy con su eminencia gris Patrick Buisson en 2007, Pedro Sánchez en 2018 o Matteo Salvini en 2019).

¿Quiénes han sido los autores críticos de la división izquierda / derecha?

Los encontramos en casi todo el espectro político; no es el monopolio de ningún autor, de
ningún movimiento intelectual, de ningún partido político. Veamos algunos ejemplos:
Es el liberal José Ortega y Gasset que dice: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha,
una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en
efecto, son formas de la hemiplejía moral” (La rebelión de las masas, prefacio para el lector
francés, 1930).

Es el liberal francés Raymond Aron que afirma: “Una cierta claridad en la confusión de las
disputas francesas sólo puede lograrse rechazando estos conceptos ambiguos [de derecha e izquierda]” (Prefacio a L’opium des intellectuels, 1955).

Es el liberal-conservador Julien Freund que escribe: “La distinción entre izquierda y derecha
es polémica y electoral […] es una de las formas actuales de la lucha por el poder”. Y también:

“La corrección filosófica requiere que vayamos más allá de esta clasificación circunstancial y local” (L’essence du politique, appendice, rééd. 1986).

Es el nacional-sindicalista, José Antonio Primo de Rivera que declara: “El ser derechista,
como el ser izquierdista, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que
sentir. En algunos casos es expulsarlo todo y sustituirlo por una caricatura de la mitad” (9
de enero de 1936).

Es el marxólogo, Costanzo Preve, figura representativa del comunismo italiano, que
asegura: “La dicotomía derecha / izquierda no es más que un residuo incapacitante o una
prótesis artificial perpetuada por la clase dominante” (Italicum, nº1-2, 2004).

Es el izquierdista Jean Baudrillard, que afirma: “Si algún día la imaginación política, la
exigencia y la voluntad política tienen una posibilidad de recuperarse no podrá ser más que
sobre la base de la abolición radical de esta distinción fosilizada que ha sido anulada y desacreditada al hilo de los años y que solo se mantuvo gracias a la complicidad en la
corrupción” (De l’exorcisme en politique, 1998).

Es el socialista libertario griego, Cornelius Castoriadis, que dice: “Hace tiempo que la
dicotomía izquierda / derecha no se ajusta a los grandes problemas de nuestro tiempo ni a
opciones políticas radicalmente opuestas (Le Monde, 12 de julio de 1986).

Existe un sinfín de autores con convicciones distintas y diversas que denuncian, deploran o
se alegran ante la obsolescencia o agotamiento de la división izquierda / derecha. Se pueden citar a granel el tradicionalista Donoso Cortés, los liberales Ortega y Unamuno, el marxista heterodoxo, Gustavo Bueno; los americanos Christopher Lasch, Paul Piccone y Paul Gottfried; los italianos Costanzo Preve, Augusto del Noce, Pier Paolo Pasolini, Marco Tarchi, Marco Revelli, los franceses Pierre-Joseph Proudhon, Maurice Barrès, Charles Péguy,
Simone Weil, Daniel-Rops, Jean Baudrillard, Jean-Claude Michéa, Christophe Guilluy,
Vincent Coussedière, Alain De Benoist, Marcel Gauchet y un largo etc.

Legiones de politólogos y periodistas han constatado que la izquierda neosocial-demócrata y neoliberal (con sus aliados de la extrema izquierda) ha dejado de proclamar su voluntad de resolver la cuestión social y hacer la revolución social (con la esperanza de la liberación del proletario) para asumir los principios del libre mercado e invocar preferentemente los
“valores” socioculturales (defensa de la utopía del “ciudadano mundo” y de la integración de las minorías victimizadas, homosexualismo, feminismo, inmigracionismo, ideología del
género y multiculturalismo), cuando, por su parte, la derecha neoliberal (rechazando las
alianzas con las derechas tradicionales y radicales) ha abandonado la defensa de la Nación, la moral, la religión y la familia, para preocuparse exclusivamente y cínicamente de la
economía.

Veamos ahora lo que puede significar declararse simultáneamente de derecha y
de izquierda.

Marxistas, social-demócratas, social-liberales y neoliberales reducen a menudo la denuncia
de la oposición derecha / izquierda a una actitud extremista, cínica o incluso fascista.
Muchísimos comentaristas políticos denuncian en la crítica de la tradicional dicotomía la
mera regeneración del fascismo (cuando no del nazismo) de los años treinta (Son legiones los líderes políticos y religiosos que practican a diario ese tipo de amalgama propagandista. El Papa Francisco, un argentino, paradójicamente experonista, confunde también sin vacilación el soberanismo, el populismo, la xenofobia y el egoísmo de los pueblos europeos (pueblos en realidad victimas del egoísmo de los privilegiados), con el racismo hitleriano. Aparentemente insensible ante la virtud cardenal de prudencia, justifica el inmigracionismo de masa extraeuropeo en nombre de un universalismo cristiano maximalista. Ignora olímpicamente el objetivo específico de lo político, es decir asegurar la concordia interior y la seguridad exterior. Sé que no se pueden invocar públicamente esas inquietudes o reservas sin suscitar acusaciones histéricas, violentas y odiosas por parte de los inevitables censores. Pero sé también que es un deber decir que esos reduccionismos políticos y político-religiosos no son más que argumentos de propaganda invalidados por los hechos y la realidad histórica.

Definirse simultáneamente de derecha y de izquierda es expresar sencillamente la convicción de que una comunidad política necesita a la vez justicia y libertad, progreso y conservación, patriotismo e internacionalismo, personalismo y colectivismo, orden y libertad, iniciativa económica y garantías sociales, respeto de los derechos humanos y afirmación de los deberes del hombre, igualdad y meritocracia, solidaridad y competitividad. ¡Ni más ni menos! Y de hecho no es poco.

Dicho de otra forma, es la voluntad de defender y afirmar, por una parte, los valores
espirituales, religiosos, patrióticos o nacionales y, por otra parte, las cuestiones sociales o de justicia social. No es, como muchos dicen, una especie de egoísmo, monopolio de los
fascismos de los años treinta. Bien al contrario, es una tentativa de síntesis que se encuentra en los programas de numerosísimos movimientos de pensamiento europeos, y que han ido naciendo y desarrollando a finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX. Son movimientos a veces radicales, revolucionarios y extremistas, y otras veces moderados y reformistas según los lugares y las épocas. Podemos citar unos veinte modelos o ejemplos como el tradicionalismo social (véase el Donoso Cortés, inventor de la Tercera Vía como lo demostró el economista italiano Stefano Solari) o el primer catolicismo social monárquico-legitimista (en Francia el de René de La Tour du Pin y Frédéric Le Play); el bonapartismo, el
boulangismo (del general Boulanger) de finales del siglo XIX, el nacionalismo social (de
Maurice Barrès y Charles Péguy); el socialismo-patriótico (del socialista-libertario y
nacionalista Auguste Blanqui durante la Commune de 1871; o el de los socialistas no
marxistas Henri Rochefort, Gustave Tridon, Jules Vallès, Albert Regnard, etc.).
También conviene citar aquí el sindicalismo revolucionario, el cooperativismo y el
mutualismo (de Proudhon, Georges Sorel, Antonio Labriola, Georges Valois, etc.); el
distribucionismo y el corporativismo católico (el de los católicos ingleses Hilaire Belloc y
Chesterton; el de los franceses Louis Baudin, Jean Daujat, Gaetan Pirou, Louis Salleron,
Gabriel Marcel; el del belga Marcel De Corte); el monarquismo nacionalista de la primera
Acción Francesa de Charles Maurras; el conservadurismo-revolucionario alemán (Spengler,
Jünger, Othmar Spann, Moeller van den Bruck, etc.); el personalismo de los no-conformistas franceses de los años 30 (Emmanuel Mounier, Thierry Maulnier, Alexandre Marc, etc.); el nacional-sindicalismo de José-Antonio Primo de Rivera; el Fianna Fáil del irlandés Eamon de Valera principal fundador de la República democrática irlandesa; el fascismo italiano con sus dos vertientes conservadora y revolucionaria ; el gaullismo en la Francia de la posguerra (1946-1969); el ordo-liberalismo (de Walter Eucken, Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow o Jacques Rueff); y finalmente, los diversos populismos de hoy (tanto de izquierdas como de derechas con sus discursos soberanistas y/o identitarios que no se pueden explicar sin la voluntad de reducir la brecha socioeconómica y/o etnocultural, sin el deseo de reintegrar políticamente, económicamente y culturalmente las clases populares).

Paradójicamente, la crítica de la división izquierda/derecha ha sido también
reivindicada por el centro, por el social-liberalismo y la social-democracia.
Es el caso en Francia de Emmanuel Macron, y en Italia de Matteo Renzi, y de diversas otras
figuras políticas. Es el caso de intelectuales como el inglés Anthony Giddens y el
norteamericano Amitai Etzioni. Todos estos representantes o abogados de la oligarquía
mundialista han manejado, manipulado o instrumentalizado una versión centrista y diluida
de la crítica de la división derecha/izquierda con fines electoralistas. Saben que la división
está hoy ampliamente desacreditada en la opinión pública de sus países respectivos y lo
toman en consideración por lo menos en sus discursos. Sueñan con regenerar el consenso del centro, con reforzar la alianza de las oligarquías burguesas de derecha y de izquierda. En plena irrupción de los Gilets jaunes, movimiento popular antioligarquico, Macron afirmaba que él era un “progresista” luchando contra “la lepra nacionalista” (1 de noviembre de 2018) y menos de un mes después, delante de una asamblea de alcaldes, no tenia empacho en decir “somos verdaderos populistas” (21 de noviembre de 2018). Así de versátiles y contradictorios son los gobernantes y políticos contemporáneos.
Pero en realidad sus políticas están en perfecta consonancia con las políticas de los
socialdemócratas o demócrata-cristianos de hace unas décadas como Tony Blair, Schroeder o Clinton. Es la misma línea. No es inútil recordar aquí que a finales de los años 1990 estos
políticos europeos social-demócratas supieron recuperar e instrumentalizar hábilmente el
concepto de Tercera Vía presentándolo en una versión descafeinada. Se puede resumir el
objetivo y el resultado de dichas estrategias electorales, recordando las famosas palabras del joven Tancredi, personaje del Gatopardo: “Si queremos que todo siga como está,
necesitamos que todo cambie”.

¿Cuáles son las nuevas divisiones que están descartando o sustituyendo la
división izquierda / derecha?

Ya lo hemos dicho, la derecha y la izquierda son el resultado de ciertas opiniones sobre
hechos e ideas, que no provienen de un modelo ideal, de un arquetipo, o de una idea en el
sentido platónico del término. No hay ni “valores eternos” de la derecha ni “principios
inmortales” de la izquierda. No se trata de negar que históricamente la división derecha izquierda explique gran parte de los fenómenos políticos del pasado, sino de negar que los explique todos.

El problema es que la división D/I ha venido a ser una máscara, que sirve para ocultar otra
división, actualmente más decisiva: la que opone los pueblos partidarios del arraigo a las
autoproclamadas élites que son vectores del desarraigo; la que opone los partidarios de la soberanía, de la identidad y de la cohesión nacional a los adeptos y partidarios de la
“gobernanza mundial”; la que opone los excluidos de la mundialización que viven en zonas
periféricas de los países desarrollados de Europa (gente o ciudadanos que obviamente tienen -o tendrán- necesariamente sus representantes debido a la “ley de hierro” de la oligarquía tan bien descrita y analizada por Dalmacio Negro Pavón) a los privilegiados del sistema, a la oligarquía o hiperclase mundial que vive en los barrios acomodados de las grandes ciudades, en las zonas más desarrolladas del país, y que se relaciona preferentemente o exclusivamente con los privilegiados de otros países.

Existe hoy obviamente en toda Europa un nuevo dualismo que se sustituye a la vieja
oposición derecha / izquierda (incluso autores esencialistas que rechazan la posibilidad de
una extinción o desaparición de la dicotomía admiten esa profunda modificación o
renovación): populismo versus oligarquismo, arraigo versus mundialismo, cultura
comunitaria versus cultura progresista. Dos nuevos modos de interpretar la realidad que se
enfrentan, dos maneras de ver por dónde viene el mayor peligro, dos maneras racionales
pero irreconciliables de elegir nuestro futuro y nuestro compromiso.

Arnaud Imatz

 

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