Este es el texto completo del discurso especial del Papa Francisco en lareunión anual del Foro Económico Mundial en Davos , leídopor el cardenal Turkson.
Agradezco profundamente su amable invitación para dirigirme a la reunión anual del Foro Económico Mundial, que, como es habitual, se celebrará en Davos-Klosters a finales de este mes. Confiando en que la reunión será una ocasión para reflexionar más profundamente sobre las causas de la crisis económica que ha afectado al mundo en los últimos años, quisiera ofrecer algunas consideraciones que espero puedan enriquecer los debates del Foro y hacer una contribución útil a su importante labor.
Vivimos en un tiempo de notables cambios y de significativos progresos en diversos ámbitos que tienen importantes consecuencias para la vida de la humanidad. En efecto, «hay que elogiar las iniciativas que se están llevando a cabo para mejorar el bienestar de los hombres, como la sanidad, la educación y las comunicaciones» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52), así como en muchos otros sectores de la actividad humana, y hay que reconocer el papel fundamental que ha tenido en la realización de estos cambios la actividad económica moderna, estimulando y desarrollando los inmensos recursos de la inteligencia humana.
Sin embargo, los logros alcanzados, aunque han permitido reducir la pobreza de un gran número de personas, han llevado a menudo a una exclusión social generalizada. En efecto, la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo sigue padeciendo cotidianamente la inseguridad, a menudo con consecuencias dramáticas.
En el contexto de vuestro encuentro, deseo subrayar la importancia que tienen los diversos sectores políticos y económicos para promover un enfoque inclusivo que tenga en cuenta la dignidad de cada persona humana y el bien común. Me refiero a una preocupación que debería orientar toda decisión política y económica, pero que a veces parece poco más que una ocurrencia de último momento. Quienes trabajan en estos sectores tienen una responsabilidad precisa hacia los demás, en particular hacia los más frágiles, débiles y vulnerables. Es intolerable que miles de personas sigan muriendo de hambre cada día, a pesar de que se dispone de cantidades considerables de alimentos, que a menudo simplemente se desperdician. Del mismo modo, no podemos dejar de conmovernos ante los numerosos refugiados que buscan condiciones de vida mínimamente dignas y que no sólo no encuentran hospitalidad, sino que a menudo, trágicamente, perecen al trasladarse de un lugar a otro. Sé que estas palabras son fuertes, incluso dramáticas, pero quieren afirmar y cuestionar al mismo tiempo la capacidad de esta Asamblea para marcar la diferencia. De hecho, aquellos que han demostrado la aptitud para ser innovadores y mejorar la vida de muchas personas gracias a su ingenio y experiencia profesional pueden contribuir aún más poniendo sus habilidades al servicio de quienes aún viven en la pobreza extrema.
Se necesita, pues, un renovado, profundo y ampliado sentido de responsabilidad por parte de todos. «La empresa es, en efecto, una vocación, y una vocación noble, siempre que quien la ejerce se sienta interpelado por un sentido más grande de la vida» (Evangelii gaudium, 203). Estos hombres y mujeres son capaces de servir más eficazmente al bien común y de hacer más accesibles a todos los bienes de este mundo. Sin embargo, el crecimiento de la igualdad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo presuponga. Exige ante todo «una visión trascendente de la persona» (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 11), porque «sin la perspectiva de la vida eterna, el progreso humano en este mundo queda privado de aliento» (ibid.). Requiere también decisiones, mecanismos y procesos encaminados a una mejor distribución de la riqueza, a la creación de fuentes de trabajo y a una promoción integral de los pobres que vaya más allá del simple asistencialismo. Estoy convencido de que de esta apertura a lo trascendente puede surgir una nueva mentalidad política y empresarial, capaz de orientar toda la actividad económica y financiera en el horizonte de una ética verdaderamente humana. La comunidad empresarial internacional puede contar con muchos hombres y mujeres de gran honestidad e integridad personal, cuyo trabajo está inspirado y guiado por altos ideales de equidad, generosidad y preocupación por el auténtico desarrollo de la familia humana. Os exhorto a aprovechar estos grandes recursos humanos y morales y a afrontar este desafío con decisión y clarividencia. Sin ignorar, naturalmente, las exigencias científicas y profesionales específicas de cada contexto, os pido que vele por que la humanidad esté al servicio de la riqueza y no gobernada por ella.
Estimado señor presidente y queridos amigos, espero que podáis ver en estas breves palabras un signo de mi solicitud pastoral y una contribución constructiva para que vuestras actividades sean cada vez más nobles y fructíferas. Renuevo mis mejores deseos de éxito en el encuentro, al tiempo que invoco las bendiciones divinas sobre vosotros y los participantes en el foro, así como sobre vuestras familias y sobre todo vuestro trabajo.
Desde el Vaticano, 17 de enero de 2014.