Cuando alguien lee o escucha la palabra “Maratón”, por lo general, le llega a la mente el evento más extenuante y representativo de los Juegos Olímpicos, la carrera de 42 km y 195 metros, que se lleva a cabo desde 1896 (cuando se inauguraron los primeros juegos de la era moderna) y que constituye el epítome de la fuerza de voluntad y resistencia en el atletismo…

Para algunos, también la evocación de una antigua batalla, librada por los griegos en la Primera Guerra Médica, allá por el 490 a.C. y sobre la cual, todos estudiamos en nuestras épocas de escuela.

Sin embargo, sólo para unos pocos, el origen, la importancia y profunda significación que este deporte tiene para la civilización occidental, quedará realmente clara…

La finalidad de este artículo, será tratar de aunar los valores y tradiciones que hay detrás de esta carrera pedestre y de su historia, en especial, para el corazón de todo auténtico pagano.

Los humanos nacimos para correr:

En nuestra vida urbana, signada por el transporte motorizado, el sedentarismo y los “controles remotos”, hemos olvidado lo natural que es el correr para nuestra especie.

Quienes gustan de mantenerse “en forma” a nivel físico, a lo sumo trotan con regularidad en el parque de su barrio o usan “máquinas caminadoras”, sea en el gym que frecuentan o en sus propias casas.

Sólo un mínimo porcentaje de los humanos actuales (generalmente, deportistas, atletas o militares entrenados), tiene la capacidad de correr más que unos pocos cientos de metros, sin colapsar luego de ello.

A pesar de lo anterior, en tiempos paleolíticos, todos debían hacerlo a diario, para cazar (todavía lo hacen algunas sociedades de cazadores-recolectores en los lugares más remotos de la Tierra) y, en anteriores etapas de la evolución homínida, para huir de los depredadores.

Durante la mayor parte de la historia de nuestra especie, el correr más rápido y el tener más resistencia (para mantener la carrera el mayor tiempo posible), eran cosas de suma importancia, equivalentes a la diferencia que existe entre comer y sufrir hambre y, más aún, entre la vida y la muerte…

Incluso al llegar la etapa de la agricultura y la vida urbanizada, todavía fue importante esta cualidad, ya que a partir de poseer tierras, recursos y bienes almacenados, surgió la necesidad de defenderlos y, con esta necesidad, la guerra organizada.

De nuevo, el combatiente, al igual que el cazador en tiempos prehistóricos, no podía ganar ni sobrevivir a la batalla, sin velocidad, resistencia y destreza para correr grandes distancias, a veces durante horas o días enteros y con su equipo a cuestas.

Paulatinamente, estas artes y habilidades para la cacería, la guerra y las destrezas marciales, fueron recreándose como juegos y competencias no-letales, particularmente, en las civilizaciones más desarrolladas.

De esta forma, se entrenaba a los eventuales soldados, sin necesidad de derramar sangre… Fue a partir de esto que surgieron los deportes: La cultura minoica, con sus frescos sobre el “salto del toro” y el boxeo, es un claro ejemplo de lo anterior.

A veces, estas actividades se llevaban a cabo como un ritual sagrado, para honrar a los dioses; otras muchas, como verdaderos entrenamientos para cuando la batalla real fuera necesaria y en ocasiones, ambas cosas a la vez.

Así es como nacieron los Juegos Olímpicos (Ολυμπιακοί αγώνες / Olympiakoi Agones), llevados a cabo en la ciudad homónima (Olimpia) en honor a Zeus, desde el año 776 a.C., en la Hélade (Grecia Antigua), así como los demás Juegos Panhelénicos.

Una antigua leyenda sobre el origen de los mismos, cuenta que, ante el ruego de las mujeres griegas, que veían morir en la guerra a sus esposos, padres e hijos, los dioses les mostraron una solución: “Cambiar el ideal de matar, por el ideal de vencer…”.

Desde sus comienzos, los Juegos Olímpicos, fueron un medio para unir a las numerosas ciudades estados de la Grecia Antigua y así crear una identidad pan-nacional (La Hélade). Durante los mismos, que (al igual que en la actualidad) se celebraban cada cuatro años, entre los meses de Julio y Agosto, se suspendían todas las contiendas bélicas, se ofrecían libres salvoconductos para recorrer la región y se interrumpían todos los eventos culturales y sociales (excepto los más críticos o sagrados).

En los Juegos, el ideal principal era el aretéSuperarse a sí mismo, cada vez más y, mediante ello, obtener la victoria.

Carreras pedestres en la Hélade:

En la época clásica, los griegos daban mucha importancia a las marchas y carreras pedestres. Una de las razones era, que el complejo terreno que comprendía tanto el Ática como el Peloponeso, no era demasiado apto para los correos ecuestres, por lo cual se prefería a los ἡμεροδρομος (“hemerodromos”, mensajeros de largas distancias de excelente estado físico), para cualquier comunicación urgente entre las ciudades estado.

Pero además, los hoplitas (guerreros de infantería), cargaban con una armadura de bronce que, completa, pesaba alrededor de 23 Kg y con ella debían recorrer grandes distancias (a veces, a la marcha o la carrera). Por esa causa, el entrenamiento de resistencia era indispensable.

En la época de auge de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, existían tres carreras pedestres importantes: El στάδιον (stadion), de donde luego derivó la palabra latina “stadium”, que consistía en un evento de velocidad, con una distancia a recorrer de 192 metros (un “estadio”). Esta disciplina existió desde el mismo inicio de los Juegos, h. 776 a.C.

Así mismo, fue el evento más valorado y a su vencedor se le otorgaba el honor de ser el encargado de apagar la antorcha olímpica (o su equivalente en los otros juegos panhelénicos).

Otra carrera importante era el Δίαυλος (diaulo), que consistía en un recorrido de dos “estadios” (o sea 348 metros).

Finalmente, el Ὁπλιτόδρομος (hoplitodromos) era una competición en donde los atletas corrían uno o dos estadios, con la armadura hoplita completa (πανοπλία = “panoplia”), aunque desde el año 450 a.C., se fueron abandonando elementos de la misma de manera paulatina, hasta que se terminó por correr sólo con el escudo.

Se trataba de una carrera de resistencia, antes que de velocidad y sólo podían participar los adultos.

Los grandes atletas:

Gracias a que los vencedores de los juegos eran aclamados y tratados como héroes en todas las ciudades estado, hoy en día se conocen muchos de sus nombres y logros.

Plutarco, en sus “Vidas Paralelas”, narra la historia de Éuquidas, que luego de la victoria griega en la Batalla de Platea (479 a.C.), corrió, en un solo día, de ida y vuelta hasta Delfos, para renovar el fuego sagrado de Apolo, que había sido profanado por los bárbaros persas…

Sobre ello, dice el autor referido: “Los magistrados, pues, de los Griegos, enviaron de pueblo en pueblo a que en todas las casas se apagase el fuego, y en Platea, habiendo ofrecido Éuquidas que iría en toda diligencia a tomar y traerles el fuego del dios, marchó para Delfos. Lavóse allí el cuerpo, hízose aspersiones, coronóse de laurel, y, tomando del ara el fuego, se volvió corriendo a Platea, y llegó antes de ponerse el sol, habiendo andado aquel día mil estadios (190 km). Saludó a sus conciudadanos, e inmediatamente cayó en el suelo, y expiró de allí a poco. Recogieron los de Platea su cadáver, y lo sepultaron en el templo de Ártemis Euclea, poniéndole por inscripción estos versos: «A Delfos llegó Éuquidas corriendo y volvió a su ciudad el mismo día…»». (Vidas Paralelas, Arístides, XX).

Otro personaje digno de recordarse, es Leónidas de Rodas, tal vez el más grande corredor de todos los tiempos…

Este atleta, compitió en cuatro juegos olímpicos, llevados a cabo en los años de 164 a.C., 160 a.C., 156 a.C. y 152 a.C., ganando, en cada uno de ellos, las tres carreras más importantes: El stadion, el diaulo y la de los hoplitodromos. Por tal razón, habiendo sido galardonado 12 veces, nadie pudo superarlo en toda la Antigüedad.

Pero todavía existieron otros dos corredores heroicos, protagonistas de otra batalla, que por los avatares de la Historia, terminaron confundidos en un solo personaje…

La Batalla de Maratón:

Para referirnos a ellos, es necesario recordar la contienda bélica de la cual tomaron parte, la de Maratón, acaecida el 12 de agosto de 490 a.C. (según el calendario espartano).

Este evento, el más significativo de la Primera Guerra Médica, tuvo su origen en la Rebelión Jónica, ocurrida en el 499 a.C., cuando las ciudades estado de la costa de Anatolia (actual Turquía), en el Egeo, se comenzaron a sublevar en contra del dominio persa.

Años después, el rey de la Dinastía AqueménidaDarío I, que gobernó al Imperio Persa entre los años 521 y 486 a.C., emprendió una campaña de castigo, teniendo como finalidad la destrucción de Atenas (debido a que esta, años atrás, había apoyado a los rebeldes).

No se conoce con exactitud la cantidad de efectivos enviados por el déspota persa (probablemente unos 40000, embarcados en 600 trirremes y comandados por Datis, el mejor general del imperio) pero es seguro que superaban en relación 3:1 o 4:1 a los atenienses (no más de 12000, según las fuentes de la época, todos hoplitas –infantería-, ya que Atenas no contaba con caballería o arqueros), quienes decidieron enfrentarlos en las playas de Maratón (distante unos 37 km de Atenas).

Heródoto, así como otros historiadores, refieren que la situación era desesperada para los hoplitas atenienses, quienes estaban comandados por Milcíades II “el Joven”, el cual conociendo esto, envió a Esparta a uno de sus mejores hemerodromos, Filípides (o Fidípides) de Atenas, con la misión de solicitar a sus magistrados ayuda militar para la batalla.

Según Heródoto: “Lo primero que hicieron dichos generales, aun antes de salir de la ciudad, fue despachar a Esparta por heraldo a Fidípides, natural de Atenas, hemerodromo.» (Historiae, Libro VI, CV).

El correo, partió inmediatamente, ni bien los atenienses salieron de su ciudad, hacia la batalla. En dos días, llegó a Esparta, habiendo corrido 246 km y cumplimentado su misión. Sin embargo, debido a que las leyes prohibían a los lacedemonios combatir durante luna llena, la ayuda se demoró y sólo llegó hasta después de consumada la batalla (Heródoto, Historiae, Libro VI, CXX).

Finalmente, y pese a la ayuda tardía de Esparta, Atenas aplastó a los persas mediante una osada maniobra sorpresiva, obligándolos a retroceder hasta que muchos se ahogaron en el mar. (Según Heródoto, la cantidad de bajas persas fue de al menos 6400 hombres, mientras que por el bando griego cayeron sólo 192 atenienses y 11 platenses).

La espectacular victoria ateniense se debió en gran medida al estado atlético de sus soldados, así como a la capacidad que tenían para ir cubiertos con sus armaduras y aun así, ser ágiles en el combate. (Se dice que cargaron contra el ejército aqueménida a toda velocidad y a través de todo el campo de batalla).

Continuando con la historia del corredor Filípides, hay que aclarar que la misma se solapa con otra, acontecida al final (y no al comienzo) de la contienda militar de Maratón…

Debido a que Milcíades sabía que era necesario el avisar prontamente a los magistrados de Atenas que la victoria se había logrado, envió a otro correo para dar la buena nueva. No se conoce su nombre con seguridad, pero sí su destino… Plutarco nos narra que al llegar a la ciudad, sólo pudo decir: «¡Alegraos, vencemos!” y cayó muerto por el esfuerzo, ya que no sólo había corrido la distancia entre el campo de batalla y la metrópolis de Atenas, sino que antes había tomado parte en el combate.

De nuevo, acudiendo a Plutarco, quien vivió siglos después (h. 46 a 120 d.C.), el nombre de este hoplita habría sido Tersipo. (Plutarco, Moralia, 347C).

Fue Luciano de Samosata (125 a 181 d.C.) quien cambió este nombre, unificando ambas hazañas y afirmando que fue Filípides, quien murió al llegar a Atenas. Sin embargo, esta última versión terminó siendo la que prevaleció, convirtiéndose en leyenda, quizás por su romanticismo.

Como fuere, el heroísmo de Atenas en Maratón, no sólo quedó por siempre en la memoria de toda Grecia, sino que también se emparentó a esa victoria, con la capacidad de correr y con el atletismo de sus soldados.

Los caídos fueron sepultados en el lugar de los hechos y Simónides de Ceos, el mismo poeta que luego fuera el autor del epitafio de los espartanos en Termópilas, les dedicó el siguiente epigrama:

Ελλήνων προμαχούντες Αθηναίοι Μαραθώνι
χρυσοφόρων Μήδων εστόρεσαν δύναμιν.

“Luchando en la vanguardia de los helenos, los atenienses en Maratón
destruyeron el poder de los medos, de oro vestidos.”

Las consecuencias de Maratón:

La mayoría de los historiadores y expertos en la cultura clásica, coinciden en el hecho de que, a pesar de que todavía se deberían librar otras dos guerras médicas (contra los “medos” –persas-), y que, años más tarde, llegaría los ataques de otro déspota, el rey Jerjes I (519 a 465 a.C.), debiéndose librar las batallas de TermópilasSalamis y Platea, los hechos de Maratón cambiaron la Historia del Mundo.

Si los atenienses hubieran perdido la batalla, el ejército completo de Atenas habría sido destruido y Darío I habría arrasado la ciudad. Probablemente no se habría detenido allí, siguiendo la conquista en otras zonas de Grecia. Pero, como fuere, el caso es que no habría existido el “Siglo de Oro” y todo lo que conocemos como Occidente, sería algo muy diferente de lo que, en realidad, es.

Sin el referido siglo de toda la Hélade, pero principalmente de Atenas, no habríamos tenido la Filosofía, la Democracia, las artes libres ni la misma Ciencia. No habría surgido el Imperio Macedonio creado por Filipo II y su hijo, Alexandros III, el “Magno”, cuyas conquistas crearon, por primera vez, un puente cultural y comercial entre Oriente y Occidente. Egipto y Babilonia, jamás se habrían librado del dominio persa y Roma, sin el influjo helénico, habría sido muy diferente de lo que fue.

Tampoco, la Humanidad hubiese conocido a Alejandría y su maravillosa biblioteca, donde tantos sabios se educaron; Sócrates jamás hubiese enseñado en las escalinatas de la Acrópolis y Platón nunca habría escrito sus diálogos… La lista podría seguir indefinidamente…

En suma, Maratón marcó el destino del Mundo Occidental, por todos los siglos por venir y hasta nuestro presente… Gran parte de todo lo que tenemos y somos las personas libres, cultas y modernas de Occidente, se lo debemos en gran medida, a aquellos hoplitas atenienses.

Los Juegos Olímpicos Modernos:

El renacimiento de los Juegos Olímpicos se deben a Pierre de Coubertin (barón de Coubertin, 1863 a 1937), quien fuera un historiador, pedagogo e idealista francés.

Éste, adaptó varias disciplinas deportivas de la Antigüedad a las normas e idiosincrasias de la época victoriana. Pero, no obstante, su visión romántica del pasado, requería de la creación de algo que rememorara de manera épica a los juegos helénicos y, para ello, diseñó a lo que hoy conocemos como la “Maratón”, la carrera de resistencia de unos 42 km.

Por entonces, los estudiosos eran conscientes de que el mito de Filípides tenía ciertos problemas y lagunas, pero de todos modos, ya había quedado cimentada la idea de que fue él quien murió al llegar a Atenas y dar la buena nueva de la victoria a sus compatriotas.

Por esa razón, se tomó el mito con literalidad y, cuando se dieron los primeros juegos de la era moderna, los cuales comenzaron el 24 de marzo de 1896, con la participación de los principales países europeos, se recreó la carrera bajo la premisa de la leyenda de Filípides y de la famosa batalla.

En realidad, lo que no se tomó en cuenta, es que la hazaña de Filípides fue mucho mayor (246 km en menos de dos días) y se ignoró completamente a Tersipo, pasándole su trágica y a la vez heroica suerte, al primero.

Pese a lo anterior, el concepto en sí y los ideales implicados en la carrera en cuestión, permanecieron intactos, siendo la máxima expresión del revivalismo del antiguo areté y de los valores helénicos.

Como dato al margen, cabe la aclaración, que la peculiar distancia de 42.195 m, no fue ideada desde los primeros juegos modernos. Por el contrario, esto sucedió en 1908, año en que los Juegos Olímpicos se celebraron en Londres, Inglaterra. Los reyes de entonces, el Príncipe de Gales, Jorge V y la Reina Alexandra, solicitaron el poder presenciar la carrera desde el Palacio de Windsor y para poder cumplir este deseo, se tuvieron que agregar los 195 metros que había de distancia, entre la residencia real y el estadio olímpico. Desde entonces, por tradición, siempre se mantuvo esa longitud, misma que sigue siendo la reglamentaria de toda “maratón”, hoy en día.

La distancia real entre el campo de batalla de Maratón y la Acrópolis de Atenas, es de unos 27,5 Km, si se toma como referencia una línea recta o bien, cerca de 37 km, recorridos a pie o en transporte, a través del paisaje del Ática.

Volviendo a la primera edición de los Juegos Modernos, celebrados en Atenas: El ganador de la Maratón, fue justamente un griego, llamado Spiridon Louis, que no era un atleta profesional, sino un simple vendedor de agua mineral. Este corredor, se convirtió en héroe nacional para una Grecia que llevaba siglos necesitando la reconstrucción de su identidad como nación.

Conclusión:

Como se ha visto, la “Maratón” es mucho más que una simple carrera de resistencia, constituye un símbolo de los más importantes valores y hazañas de la cultura más alta de la Antigüedad. Pero todavía más importante: Rememora un hecho, sin el cual, nada de lo que conocemos y valoramos hoy en día, estaría aquí, con nosotros.

Toda persona nacida en Occidente, le debe gratitud, honor y respeto a aquellos atenienses. Así como a todos los atletas que corren cada vez que los Juegos Olímpicos se realizan, por lo que, el evento en sí, significa.

Pero, adicionalmente, para quienes somos paganos y vemos a los dioses olímpicos, como algo más que figuras de una mitología olvidada y a los héroes de la Hélade, como nuestro legado ancestral, debe significar aún más: Un claro y evocativo puente entre todos los que hoy en día vivimos y aquellos griegos que crearon la civilización de la cual todos gozamos.

La Maratón, es la expresión del areté manifestada en un evento deportivo… Constituye la virtud pagana fundamental: El superarnos, cada día, a nosotros mismos y así, tratar de triunfar y de ser los mejores en lo que cada uno decida emprender en la Vida.

Por todo esto, pagano, la próxima vez que veas una “maratón”, piensa en lo aquí narrado y recuerda a Éuquidas de Platea, a Filípides de Atenas, a Tersipo y a todos los atenienses de la Maratón original; también ve con respeto a quienes, en el presente, tratan de emular (al menos en parte) a aquellas hazañas… ¡Porque ellos lo merecen!

 

Oscar Carlos Cortelezzi

 

 

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