Por Magdalena del Amo*.- No está de más recordar en estos días la consigna latina “ne quid nimis”, traducida de “medem agan”, que rezaba en el frontón del templo de Apolo en Delfos. Su traducción al castellano es “nada en exceso”. Los clásicos griegos y latinos hablaron de normas conductuales y de la mesura. De algunos no sabemos con exactitud ni el año de su nacimiento y muerte, pero hablaron de casi todo, y bien; por eso conviene releer a los clásicos de vez en cuando.
Hoy vivimos en el mundo de los excesos, de la exageración, de la estridencia, del histrionismo, del culto a lo feo, de la horterada permanente en busca de emociones con las que avivar nuestras almas vacías. Los mensajes teledirigidos y la manipulación en general emponzoña nuestra existencia convirtiéndonos en meros robots programados para consumir sin límite. No es nada original hablar de los excesos navideños en los que, año tras año, todos caemos, llenándonos de cosas que no necesitamos. Este año, a las tradicionales compras histéricas de besugos, angulas, roscones y regalos varios, aderezados con alcohol y abundante brillibrilli hay que añadir las irracionales colas para la compra de test para hacerse pruebas covid. La psicosis colectiva se manifiesta también en este extremo que nos caracteriza como rebaño. Todo ello incrementado con la colaboración de los famosos más o menos adscritos al sistema, otra estrategia del “márquetin para manipular conciencias”. Paradójicamente, se exhiben y se publicitan los “positivos” de políticos y famosos que, como buenos ciudadanos, se aíslan voluntariamente y alardean de sus múltiples vacunaciones, mientras se ocultan las muertes por los efectos secundarios de las inoculaciones experimentales. Esto hace mella en el alma colectiva y aumenta la dimensión de la pandemia.
El exceso se extiende a las redes sociales. ¿Cuántos vídeos, fotos y memes estamos recibiendo y reenviando de manera compulsiva como si fuéramos androides? Exceso en los regalos también, y con moraleja. ¿Cuántos regalos recibimos o entregamos, con el tique de compra, por si lo elegido no es “acertado”? Hemos llegado al extremo de regalar pidiendo perdón y con cierto complejo de culpa por si el regalo no es del gusto del agraciado.
Estas palabras no pretenden ser una exaltación de la racanería y el ayuno, sino una reflexión sobre lo excesivo. El roscón, el mazapán, el champán, las felicitaciones y los regalos, sí, pero en sus dosis. La voracidad y la gula –otro tema de los clásicos— de estos días la pagan también los inocentes capones, cochinillos, pavos y corderitos. ¡Ellos están deseando que llegue la Navidad para acudir a la piedra sacrificial de nuestras mesas adornadas de estrellas y ramitas de acebo! El sangriento sistema de la cadena trófica es el invento más atroz del Demiurgo. Es una de mis reiteradas reflexiones y no me cansaré de pedirle explicaciones al Creador por algo tan mal diseñado, a base de tanto dolor. ¡Un gran misterio!
Dicho esto, y más allá de recuerdos y nostalgias, desde este humilde rincón, reivindico la Navidad de antes, con significado, con fundamento, con corazón; la Navidad del Belén en casa, los villancicos, la Misa de Gallo, la cena en familia, la sobremesa con los chistes y anécdotas ya conocidas, y el día de Reyes. La Navidad que nos hacía a todos ser un poco mejores y nos recordaba que el rey Herodes quiso matar al Niño Jesús y él y sus padres tuvieron que huir en una burrita. Los especialistas en historia antigua nos desvelaron que tal viaje a Egipto nunca tuvo lugar. No importa. Sea realidad o patrón literario para revestir la figura del héroe civilizador, como dice Mircea Eliade, así fue inmortalizado por los pintores primitivos, los flamencos y los del Renacimiento, y así figura en el imaginario colectivo.
La Navidad de hoy es todo, menos Navidad. En los alumbrados de las ciudades, ni una alusión a la Sagrada familia, a los reyes o a los ángeles. Solo luces, figuras desprovistas de significado y estrellas, pero ¡estrellas sin cola!, no vayan a hacernos recordar que es la estrella de Belén que guió a los Magos hasta el portal. En el marco de la dictadura de lo políticamente correcto se argumenta que es por respeto a la diversidad. En realidad es para no herir a los envalentonados musulmanes con alusiones a Aquel que vino a establecer –por encima de castas y clases— la igualdad entre los seres humanos, y a darnos la fórmula magistral para librarnos del Mal: “Amaos los unos a los otros”. En un mundo movido por el enfrentamiento y el odio, se trata, en verdad, de un mensaje muy revolucionario y por eso llevan siglos tratando de matarlo, como a su fundador.
Ser cristiano hoy, un buen cristiano, es ser antisistema. Porque el auténtico cristiano está en contra de la usura del sistema financiero, de la corrupción política e institucional, de las mentiras de la ciencia y el sistema alimentario, de las trampas de la industria farmacéutica, del asesinato sistemático de bebés en gestación, de la muerte por eutanasia, de la antropología desnaturalizada, de los eufemismos para engañar a los ingenuos, en definitiva, de los que, contra el gran regalo de Jesús, quieren desviarnos del camino recto y hacernos permanecer aborregados en nuestra etapa animal, en un estado de zombificación crónica que nos hace incapaces de reaccionar. La Navidad de verdad nos hace reflexionar sobre todo esto. Si no somos firmes en la defensa de nuestras creencias y tradiciones, los laicistas acabarán imponiendo su moral y prohibirán cualquier manifestación pública, sin tener en cuenta el sentir de una buena parte de la población.
Acostumbro a decir que los laicistas reaccionan ante los símbolos cristianos igual que los posesos. La famosa película El Exorcista –basada en hechos reales—airea las reacciones de la protagonista ante el sacerdote, la cruz y el agua bendita. En alguna ocasión he dicho que algunos de la izquierda radical vomitan verde y cambian de voz ante la presencia de lo sagrado.
Las rabietas masónicas de la diversidad no son simples reacciones sin fundamento; en ellas subyace algo mucho más profundo. A los católicos se nos acorrala. Los Dioclecianos de hoy quieren retornarnos a las catacumbas; que no se visibilicen nuestras oraciones y nuestros ritos; que ocultemos las cruces y todo símbolo religioso. Salvo que las cruces sean invertidas. El símbolo más importante del satanismo luce esta Navidad en algunas avenidas de grandes ciudades, como Zaragoza. Lo que empieza marginando la asignatura de Religión acaba cerrando las iglesias. Pero ocultar la Navidad es imposible, primero porque es un hecho histórico. Tan es así, que este nacimiento único, divide la historia en dos: a. C. y d. C. Y segundo, porque la Navidad está enraizada en nuestras almas.
A pesar de lo evidente, el enemigo trata de borrar su auténtico significado. Han prohibido los villancicos en las calles y los belenes de las instituciones han ido desapareciendo. El último envite para anular esta efeméride tan trascendente fue de la Comisión Europea. El dosier “inclusivo” de la institución fue retirado de momento, pero no eliminado. Esta guía sugiere no hacer alusiones a la Navidad, sino a las fiestas o vacaciones, ni emplear en ningún momento el término cristiano y mucho menos aludir al Niño Jesús. La protesta de los parlamentarios conservadores consiguió que la iniciativa no se llevara a cabo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta las próximas navidades?
Hace años que la iluminación de las calles es una exhibición laicista desprovista de alusiones al nacimiento de Jesús, tal como leemos en el evangelio. Ni los católicos le dan la debida importancia. Otros, de inclinación sincretista y New Age acuden al Machu Pichu o a Stone Henge a festejar el solsticio de invierno o día del nacimiento del Sol, o buscan otros itinerarios y ritos paganos de etapas de barbarie, que promocionan las agencias de viajes. Respetamos esta manera de celebración, lo mismo que a quienes no celebran nada, como un acto de rebelión contra el consumismo.
Ahora bien, nuestras navidades deben seguir siendo lo que fueron siempre. Y en vista del esperpento, que cada año va in crescendo, sería bueno que los ayuntamientos se abstuviesen de organizar actos religiosos, como las cabalgatas del género, con reinas magas y demás parafernalia. Les queda el resto del año para organizar carnavales, orgullos gay, saturnales y dionisíacas, sin necesidad de contaminar una tradición que para los católicos es sagrada. En cuanto a los mensajes navideños que circulan al por mayor en las redes sociales, entre mucha bobada, algunos tienen una gran carga espiritual, pero sin aludir en ningún momento al mensaje cristiano o a Jesús. La dictadura progre permite nombrar a Confucio, a Buda, a cualquier ancestro mítico maya, hopi o siux, pero a Jesús ni nombrarlo. ¿Estoy diciendo que hay una conspiración contra el cristianismo? Afirmativo. Y el pueblo está aprendiendo muy bien la lección. Solo le falta el examen para nota. ¡Feliz Navidad!
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*Psicóloga, periodista, escritora