Pierre-André Taguieff, filósofo e historiador de las ideas, reflexiona sobre los procesos de emancipación erigidos como soporte y finalidad del progreso sin fin, que
conducen a un totalitarismo del individuo ex nihilo. La obsesión por la emancipación es una nueva forma de barbarie basada en la ciencia y la técnica.

Usted piensa que la emancipación es la consigna de la Modernidad. ¿Cuáles son las razones?

Entre los modernos, la forma más extendida de pensar en la Modernidad consiste en considerarla como la entrada de la especie humana en su edad adulta. Sin embargo, la emancipación, en su significado jurídico, es entendida como la entrada en la edad adulta o también el acto por el que un individuo se libera de la autoridad parental y de la tutela. Se trata de explicar cómo esta noción jurídica banal ha podido convertirse en un tema filosófico y político de la mayor importancia desde finales del siglo XVIII, con la forma del proyecto universalista de la emancipación de la especie humana.

Para entender esta transposición del devenir legal individual en devenir adulto de la humanidad, hay que resituar la idea en el gran relato del Progreso, tal y como fue elaborado desde Bacon y Leibniz a Turgot y Condorcet, que supone una analogía entre la evolución
del individuo y la de la humanidad considerada “como un mismo hombre”, según la fórmula de Pascal. La historia de esta trasposición filosófica comienza con la famosa definición de la Ilustración ofrecida por Kant en 1784: “Las Luces, es la salida del hombre de la minoría de la
que él mismo es responsable”. Esta definición implica también: “Sapere aude! ¡Ten la valentía de servirte de tu propio entendimiento! Esa es la consigna de las Luces”. Se trata de salir del estado de tutela mediante la decisión valiente de pensar por sí mismo. Es la definición de la emancipación intelectual que cada individuo debe conseguir.

Pero el deseo de emancipación se revela insaciable. Así, la ampliación del imperativo de emancipación a otras dimensiones de la vida humana así como su aplicación a todos los grupos humanos conlleva muchos problemas.

La universalización del ideal de emancipación
conduce a pensar la política como una “cosmopolítica”, lo que equivale a tener una visión utópica de la realidad sociohistórica. Tener como ideal o como horizonte deseable la emancipación de la especie humana es también suponer que la emancipación es un proceso sin fin, como el progreso universal, que es la promesa de una transformación indefinida de lo que no está del todo bien hacia lo mejor.

¿Son sinónimos la emancipación y el desarraigo?

La emancipación de cualquier grupo humano que se considere sometido, discriminado y explotado es, por supuesto, perfectamente legítima. La emancipación de los judíos, esclavos, mujeres, naciones prisioneras de imperios o pueblos colonizados son procesos
históricos considerados como intrínsecamente positivos, basados en el respeto a la dignidad humana así como a los valores-normas de libertad e igualdad de trato. Pero la mitologización del ideal de emancipación lo transforma en elogio del individuo sin vínculos o, por emplear una palabra considerada sospechosa, sin identidad. Pero ¿puede erigirse en ideal humano un individuo sin identidad? El ideal moderno por excelencia, aquel de la
ruptura con todo lo que nos impide ser libres, persiste pues bajo el vocablo de “emancipación”: parece que es urgente liberarse, soltar lastre, cortar las amarras, es decir, aligerar nuestras existencias. Incluso eso sería la vía que lleva a la felicidad. Esta utopía, que yo denomino “emancipacionismo”, es el opio consumido y difundido por las élites sin territorio de hoy en día. Los pueblos viven en un mundo totalmente diferente.

El deseo frenético de emancipación implica el rechazo de las herencias y tradiciones, las pertenencias y vínculos de fidelidad. Sometida al ideal de la tabla rasa, esta visión
emancipacionista radical abre la puerta a los proyectos de regeneración o remodelación de la especie humana, que se inscriben en la historia del prometeísmo moderno, la de la gnosis del Progreso sin fin. En esta visión hay una nueva forma de barbarie, apoyada por la ciencia
y la técnica.

¿Cuáles son los vínculos entre el ideal de emancipación y el progresista?

El ideal emancipacionista está ligado a la fe en el progreso necesario, lineal, continuo, irreversible y sin fin. Los liberales, anarquistas y socialistas, como los reformistas y los revolucionarios que se encuentran en diversos campos, están de acuerdo con el ideal de
emancipación. Es en ese concepto en el que se reconocen los modernos. Bajo la bandera de la emancipación, persiguen dos fines no solo distintos, sino susceptibles de ser contradictorios: la libertad y la felicidad. El entusiasmo emancipacionista esconde las antinomias que engendra, por ejemplo: emanciparse mediante el trabajo o emanciparse del trabajo. Pero el peligro está en otro sitio: querer a cualquier precio la libertad absoluta y la
felicidad perfecta es justificar todos los medios para llegar a ello, incluyendo el recurrir a la
violencia.

La evaporación de la ilusión comunista es la principal razón de la promoción reciente de la palabra “emancipación”, así como su sacralización y diseminación en todo el campo político.

La emancipación funciona hoy en la izquierda y la extrema izquierda como un sustituto del comunismo: digamos que es el comunismo quitándole la revolución proletaria. Convierte la idea revolucionaria en socializada, para hacer de ella el opio de las masas desorientadas y
de los individuos sin raíces.

¿El objetivo de esta ideología es la emancipación de la humanidad misma?

Hay varias formas de asumir la herencia de la Ilustración. Los herederos ortodoxos de las Luces se contentan con cualquier versión del catecismo republicano-revolucionario, felicitándose de estar emancipados en lo esencial. Otros se muestran más exigentes preguntándose sobre la noción de emancipación (¿para qué? ¿de qué? ¿con qué objetivo?) y sobre los límites de un programa de emancipación de los individuos o de los grupos humanos. Otros incluso quieren radicalizar el imperativo de emancipación, concluyendo que
no debería tener límites.

En todos los casos, el acto de romper con el pasado y el de romper los vínculos son valorados positivamente. Se supone que el pasado no es más que un peso muerto y que todo vínculo es una privación de libertad. De ahí la primacía del futuro y la creencia en el poder omnímodo de la voluntad, lo cual justifica todos los proyectos de auto transformación de los individuos, por muy delirantes que sean. El transhumanismo, cuyo objetivo es crear una
pos-humanidad imaginada como una sobre-humanidad, está en la línea del emancipacionismo, muestra del progresismo desatado.

La aceleración emancipacionista llega al culmen con el neofeminismo de los campus universitarios y las redes sociales. Se declara la guerra de sexos en nombre de la ideología de género. En el momento actual en el que las mujeres son menos dominadas y explotadas que antes, precisamente debido a las luchas feministas del pasado, es cuando más se intensifican las reivindicaciones neofeministas. El odio al varón, considerado violador por
naturaleza, elimina la legítima preocupación por la justicia social y la igualdad entre los sexos. Las movilizaciones neofeministas están hoy caracterizadas por la misandria: todo hombre es juzgado a priori como culpable y esencializado como depredador por naturaleza
mientras que toda mujer, inocente desde el origen, es considerada una víctima. La revolución sexual ya tuvo lugar, pero las revolucionarias no cejan en su empeño. Cuando San Jorge ha derrotado al dragón, vuelve a escena inventando nuevos dragones, en nombre de la virtud agraviada.

Fuente: L´Incorrect

Pierre-André Taguieff

By neo