Hace 40 años, en 1981, en Neltume.

 

Desde el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 hasta mediados de 1976, la DINA había golpeado duramente al MIR. Prácticamente toda su dirección había caído en manos de los hombres de Manuel Contreras. Se contaban por decenas los muertos, los desaparecidos y los detenidos en los cuarteles secretos de la poderosa policía secreta del régimen militar.

El MIR, sin embargo, no estaba derrotado.

Andrés Pascal, Nelson Gutiérrez, Hernán Aguiló, Roberto Moreno y René Valenzuela, entre otros, elaboraron el “Plan 78”, que también se conoce como “Operación Retorno”.

Una parte de este plan consistía en la instalación de dos frentes guerrilleros en el sur de Chile. El Frente N° 1 se ubicaría en las selvas cordilleranas de Neltume, al interior de Valdivia.

Allí el MIR había tenido una sólida presencia entre 1969 y 1973, a través del Movimiento Campesino Revolucionario, MCR, y de un incipiente grupo guerrillero dirigido por el legendario “Comandante Pepe”, José Liendo Vera, fusilado junto a 11 de sus hombres a comienzos de octubre de 1973.

Ahora la nueva columna guerrillera sería del orden de una compañía.

El Frente N° 2 estaría en la cordillera de Nahuelbuta, un macizo boscoso que separa a la provincia de Malleco de la zona costera de Arauco, poblada por reducciones mapuches y algunos descendientes de italianos llegados a comienzos del siglo pasado. Allí se instalaría un pelotón de miristas, con la misión de emprender acciones distractivas y de rápido crecimiento.

Se planificó también la formación de unidades tácticas de combate suburbano para copar espacios entre la ciudad y los faldeos cordilleranos, desde Loncoche al sur.

El diseño estratégico incluía introducir nuevas bases madres para reconstituir el partido en Concepción, Temuco y Valdivia. Y crear redes clandestinas de apoyo para abastecimiento, logística, comunicaciones, informaciones y otros requerimientos de la guerrilla. Todo estaba muy claro en los papeles.

A comienzos de 1979 se inició la selección e instrucción del contingente, conformándose en Cuba la Escuela “Luciano Cruz”. La dirección de los frentes estaría en las manos de “Paine” y de “Ciro”, este último a cargo de la escuela.

Los instructores privilegiaron la formación ideológica por sobre la práctica de monte, lográndose miristas con instrucción, no guerrilleros, relatarían años después algunos de los sobrevivientes. Se formaron tres pelotones y sólo uno supo de qué se trataba la aventura que iniciaban.

En la preparación de los planes se usaron mapas de 1:1.000.000, inútiles incluso para un profesor de geografía básica. El 30 % desertó antes de  ingresar a Chile y del total de disponibles no más del 50 % estuvo ligado a tareas guerrilleras.

A mediados de febrero de 1980 se envió una patrulla de exploración, que realiza dos intentos por penetrar a la zona donde se iba a instalar el frente.

La unidad estaba integrada por siete hombres, cuatro de los cuales, incluido el jefe, no formaban parte del núcleo inicial formado en la escuela. Tenían la misión de preparar las condiciones mínimas y la exploración inicial para recibir al contingente.

Al realizar la operación de ingreso, se dividieron en dos patrullas –de tres y cuatro- para sortear los controles de Argentina. Debían reunirse, antes de ingresar, en un punto en el monte, pero no volvieron a reencontrarse y el plan se frustró.

La patrulla de tres ingresó completa y se conectó con dos miristas asignados a tareas de redes en el llano. La patrulla de cuatro se dispersó: dos regresaron a Europa y dos ingresaron por su cuenta, por distintas vías, desconectados entre sí.

Imágenes de un documental sobre la aventura del MIR.

Imágenes de un documental sobre la aventura del MIR.

Finalmente, se formó un grupo de cinco en la zona del frente, pero no lograron nada.

Al cabo de un mes el saldo era que el jefe estaba en Europa, el subjefe en Argentina y el resto dispersos y desconectados entre Temuco y Osorno.

Se hizo un nuevo intento, pero fracasó cuando uno de los enviados fue detenido en Argentina y el otro retornó a Europa nuevamente.

Los miristas encargados de montar las redes en el llano no eran aptos para esa tarea  apenas lograban sostener su clandestinidad.

Al promediar el mes de julio, tres miristas se instalaron en la zona, al mando de “Pedro”. Desde ese instante se iniciaron las actividades para consolidar el frente.

En la segunda semana de noviembre el destacamento volvió a reunirse en la nueva área, en Neltume, en el campamento denominado “El 25”. Estaban ya en la montaña y habían llegado otros cuatro nuevos miembros. Eran 12. Se distribuyeron tareas y se organizaron en patrullas.

Empezaron a explorar la Cordillera de Lipinza, cerca del lago Pirihueico, con accidentes geográficos infranqueables, levantando mapas y cartas, pues lo que llevaban era inservible. No contaban con equipos de comunicaciones, pero disponían de algunas brújulas. Dieron cuenta a la dirección de la inexistencia de redes de apoyo y de la escasa fuerza del partido en el sur, sin bases sociales mínimas.

Al llegar la primavera de 1980 había un pelotón reforzado en Neltume y un pelotón con menos hombres en Nahuelbuta. El primero pasó a denominarse “Destacamento guerrillero Toqui Lautaro”.

Las dificultades que enfrentaron los miristas para abastecerse de los requerimientos mínimos, fueron en parte suplidas por la eficiencia de un ingeniero forestal, cuya identidad se ha mantuvo largo tiempo en el más riguroso anonimato. Ese hombre tenía cobertura de trabajo, era legal y podía justificar sus desplazamientos por la ciudad, el campo y la montaña. Podía comprar, almacenar y transportar el alimento. Conocía la zona, las rutas y los controles represivos. Los guerrilleros lo llamaron “la red Moncho”.

Desde Neltume tuvieron que desarrollar un esfuerzo especial de discusión para demostrar a la dirección del MIR lo equivocado y absurdo de la creencia de que la fuerza podía autoabastecerse de la flora y fauna del terreno, particularmente arraigada en los grupos de apoyo que tenía la dirección para sus elaboraciones en el exterior y que usaban como fuentes las enciclopedias generales o guías turísticas.

Recordaría años después uno de los miristas sumidos en aquella aventura:

Para entender hay que tener presente, por ejemplo, que equipar a un grupo de diez hombres suponía alrededor de 300 kilos en equipos individuales y 200 en equipos colectivos, que se debían renovar cada cierto tiempo (entre tres y seis meses); que eso tenía un costo de alrededor de diez mil dólares, que alimentar al grupo en la montaña requería de unos 300 kilos de comida y mil dólares por mes; que la comida tenía que contener proteínas, calorías y otros componentes necesarios para evitar el desgaste de los hombres sometidos a enormes esfuerzos físicos, un clima muy crudo y una tensión sicológica importante.

Era necesario haber planificado detalles como que un kilo de arroz abulta menos y rinde más que un kilo de tallarines, o que un kilo de leche en polvo es mejor que tres tarros de leche condensada. Nada de eso se había previsto.

Hay que considerar que aparte de los costos financieros, todas estas cuestiones deben ser compradas mes a mes en el llano en un mercado restringido y en un comercio limitado en cantidades y que en general se maneja con poco dinero circulando.

Nosotros comprábamos grandes cantidades, proporcionalmente a lo que se movía en el mercado, agotando muchas veces los stocks de algunos productos, pagábamos al contado, lo que tampoco era habitual y hacíamos la operación sin cobertura comercial, sin facturas, ni RUT ni nada de eso.

Los guerrilleros dejaban huellas e indicios que eran cada vez más peligrosos. Tenían que transportar las mercaderías sin guías de despacho, no podían acumular alimentos, disponían de dinero insuficiente, entre otros múltiples problemas.

Hubo momentos en que la fuerza central en Santiago operaba casi exclusivamente para cubrir los requerimientos de los guerrilleros en Neltume y Nahuelbuta. La dirección interior del MIR no había logrado mucho más que algunas inserciones artificiales de militantes en ciudades del sur, pero que estaban lejos de ser apoyos reales para los hombres situados en la selva valdiviana.

Al iniciarse 1981 los guerrilleros habían  resuelto el arriendo de vehículos, el reclutamiento de un chofer, la compra directa de los abastecimientos y el traslado a la montaña. Se destinaron dos hombres para apoyar las tareas de la “Red Moncho”, grupo que  quedó integrado por cinco personas Eran abastecidos en el camino internacional Panguipulli – Neltume – Huaún. La fuerza de apoyo era incapaz de entregar las vituallas en zonas más interiores. Debían caminar cerca de 35 kilómetros cargados con más de 25 kilos cada uno y la nieve ya llegaba a un metro al promediar el otoño.

 

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Paine, la chapa del jefe del foco guerrillero

Paine, la chapa del jefe del foco guerrillero

Empezaron a prepararse para el invierno, perdieron movilidad y temían por la seguridad dado el ocasional encuentro con campesinos y la desaparición a fines de febrero de dos hombres que habían sido detenidos por gendarmes cuando cruzaban la cordillera para unirse al grupo.

Jean Paul Levy, un abogado de la Corte de París, presentaría el 17 de julio de 1981, un recurso de amparo ante la Corte de Apelaciones de Santiago, a favor de José Alejandro Campos Cifuentes, estudiante de Enfermería, y de Luis Quinchavil Suárez, agricultor, detenidos el 19 de febrero por gendarmes argentinos cuando intentaban ingresar a territorio chileno por el paso de Huaún, que comunica con la zona de Neltume.

El escrito señalaba que los dos chilenos venían con las identidades falsas de Jorge Fortunato Herrera y Elías Santibáñez Ortiz, y que en fuentes judiciales argentinas, se le había manifestado que ambos individuos habían sido puestos a disposición de las autoridades chilenas, cumpliendo convenios entre las respectivas policías de ambos países.

En marzo de 1981 se instalaron en el campamento en que más tarde serían detectados. Estaban al noreste de Neltume y al sur de Liquiñe, a unos 1.200 metros de altura. Ahí construyeron un tatú y un refugio de invierno

El 27 de mayo bajaron a abastecerse en los alrededores de Puerto Fuy. Esa noche regresaron cargados caminando por un camino de ripio y los campesinos del sector escucharon sus pasos, creyendo que era una manada de jabalíes. Muchos de los lugareños están cesantes y vivían de la caza. Al día siguiente salieron tras las huellas de los animales y detectaron el campamento. Los guerrilleros que borraban los indicios de la descarga de víveres también fueron avistados.

Los campesinos dieron cuenta al retén de Neltume y estos a la IV División de Ejército. Comenzaron a buscarlos los temibles boinas negras del Batallón Llancahue y agentes de la CNI.

Los aprendices de guerrilleros miristas se mantuvieron en el campamento, situado a unos 800 metros de un camino privado casi en desuso. Unos bajaron el 14 de junio a recoger armas a Puerto Fuy. En ese momento disponían de 12 fusiles FAL, dos cohetes antitanques y la pistola y granada oficial del jefe.

El 27 amaneció todo nevado. Los guerrilleros estaban confiados. Unos preparaban botiquines, otros cavaban un hoyo. De pronto, a las 11 de la mañana, apareció un destacamento de militares.

-¡Alto! ¡Están cercados!- gritó un oficial.

Los miristas se desbandaron sin orden ni control bajo el tableteo de las metralletas.

La sorpresa y el desconcierto fue total. Todo quedó abandonado: mochilas, parkas, sacos de dormir, binoculares, brújulas, fotografías, radio receptor, planos, documentos con las redes en el llano, medicinas…

Los militares lograron saber cuántos eran, quiénes eran, cuántas armas tenían, todo lo que en otras circunstancias les hubiese costado meses descubrir.

Sólo “Paine” huyó armado con su pistola.

Un grupo intentó recuperar el campamento, pero fueron repelidos a balazos.

Los 42 días siguientes los pasaron bajo el cerco y la persecución del enemigo, desconectados entre ellos, sin provisiones, bajo el rigor de la nieve y el frío.

“Paine” y siete guerrilleros se dirigieron al tatú de armamentos, eludiendo a los pelotones militares y los desembarcos helitransportados, que iniciaban operaciones de peines y rastrillos.

Una docena de helicópteros Puma y Lama, del Ejército y la Fuerza Aérea, sobrevolaban constantemente la zona.

A fines de julio, la situación es casi insostenible.

Pedro Yánez Palacios, “Jorge”, tenía los pies gangrenados y se desplazaba con grandes dificultades. Otros tenían granos supurantes causados por el frío y por las quemaduras de la nieve.

El hambre les roía las entrañas. Trataban de aplacarla con cucharadas de azúcar y avellanas.

“Pedro” y otros siete guerrilleros lograron mantenerse en mejor estado, pese a que dos de ellos se perdieron en la marcha. Uno de los extraviados, “Gabriel”, oriundo de la zona, intentó organizar una base social de campesinos, hasta que fue detenido y abatido a fines de noviembre. El otro consiguió llegar al llano y transponer temporalmente los controles militares.

El 8 de agosto lograron reencontrarse los grupos de “Paine” y “Pedro” y decidieron preparar a algunos para enviarlos a retomar contacto en Santiago

A fines de agosto salió una patrulla de cinco guerrilleros al llano, tres en misión independiente, a tomar contacto con el partido en Santiago, y dos a buscar medicamentos y equipos al pueblo de Lanco.

Se separaron cerca de Panguipulli. Los tres del grupo 1 marcharon a la capital. Los del grupo 2 avanzaron hasta Huellahue y en ese lugar fueron detenidos.

“Los dos caen en condiciones dudosas, que no están completamente claras. Los compañeros entregaron los puntos con la fuerza en el monte”, afirmaría cinco años más tarde uno de los sobrevivientes en “El Rebelde”, la publicación oficial del MIR.

El 11 de septiembre fue descubierto el campamento alternativo ubicado en Liquiñe. De ahí en adelante el cerco se cerraría de un modo implacable.

El 13 de septiembre fue ejecutado por agentes de la CNI en otro de los campamentos, Raúl Rodrigo Obregón Torres, “Pablo” o “Antonio”, técnico topógrafo, 31, casado, un hijo.

Al día siguiente, el 17, agentes de la CNI asesinaron a escasos metros del río Cua Cua a Pedro Yañez Palacios, “Jorge”, 29, ayudante de electricista.

El 20 de septiembre fueron ejecutados por miembros del Ejército y de la CNI, en el sector de Remeco Alto, Patricio Calfuquir Henríquez, “Pedro”, 28, obrero; y Próspero Guzmán Soto. “Víctor”, 26, obrero.

En el sector de Puente Cortado, también en Remeco Alto, fue ejecutado  ese mismo día José Monsalve Sandoval, “Camilo”, 27, soltero, un hijo.

Veinticuatro horas después, en el sector de Cachín Alto, fueron ejecutados por miembros del Ejército y de la CNI, los miristas René Bravo Aguilera, “Oscar”, 25, obrero; y Julio Riffo Figueroa, “Rigo”, 30, empleado particular.

El viernes 26 de octubre fue abatido en un enfrentamiento con carabineros en Choshuenco, Miguel Cabrera Fernández, “Paine”, 30, casado, obrero, miembro del Comité Central del MIR y jefe de la guerrilla.

Finalmente, el día 28, en el sector de Quebrada Honda, en Choshuesco, fue ejecutado por miembros de la CNI y del Ejército, Juan Ojeda Aguayo, “Gabriel”, el enfermero del grupo

Un número indeterminado de guerrilleros y ayudistas logró trasponer los cercos del Ejército y de la CNI , ocultándose en algunas ciudades del sur y del centro del país.

Muy pronto, sin embargo, las fuerzas de seguridad volverían a caer sobre ellos.

Por Saruman