Guillaume Travers es un joven profesor de economía y colaborador de la revista
Éléments , en la que escribe artículos sobre temas económicos y sociales. Ha
publicado un libro sobre el modelo económico medieval en la sociedad feudal y
también sobre el capitalismo moderno en la sociedad de mercado. Pertenece a la
corriente de la Nueva Derecha francesa.
La economía medieval es producto del feudalismo. ¿Cuáles son los aspectos
fundamentales de este sistema que se pueden encontrar en la economía?
Tres elementos me parecen esenciales. En primer lugar, el sistema feudal es parte de un
mundo esencialmente rural, marcado por un fuerte apego a la tierra. Allí todo está
fuertemente territorializado, anclado en comunidades aldeanas, señoríos, provincias. Esto
contrasta fuertemente con el mundo antiguo, que conocía la gran ciudad, el comercio lejano.
El mundo medieval es aquel de comunidades que, en gran medida, son autosuficientes. El
segundo punto es la importancia del ideal de la vida comunitaria: comunidades aldeanas en
el mundo rural y comunidades comerciales en la ciudad. Todo está subordinado a él: ritos,
fiestas, organización del trabajo, etc. Cada comunidad tiene su orgullo, quiere honrar tanto a sus santos como a los demás, etc. Finalmente, un punto fundamental es la importancia del juramento: la jerarquía social se fundamenta en relaciones de lealtad mutua, que de ninguna manera son unidireccionales. Todos tienen deberes para con los demás. La sociedad es el producto de estas relaciones basadas en el honor, la palabra dada y la costumbre.
El mundo campesino está fuertemente marcado por el aspecto comunitario. ¿Cómo
se organiza la propiedad colectiva de los bienes comunales?
El mundo campesino, que obviamente es mayoritario, tiene una dimensión comunitaria muy fuerte. Los grandes momentos de la vida campesina, a partir de las cosechas, ponen en movimiento a toda la comunidad. No se trabaja ni se cosecha cada uno solo en su rincón: todos necesitan a todos. La comunidad del pueblo es, por tanto, una comunidad de vida, pero también una comunidad de trabajo. Además, en muchas tierras el concepto de
propiedad no tiene sentido. Incluso si la tierra es de un señor, no puede venderla o hacer lo
que quiera con ella. Debe respetar los derechos de los aldeanos en esta tierra a pastar
ganado, recolectar madera o frutas, etc. Así, la organización de estos “campos comunes”
está regulada por un gran número de derechos resultantes de juramentos y costumbres
pasados. No es ni la propiedad privada ni la anarquía de la propiedad colectiva que no
conoce límites. En este punto, nuevamente, la Edad Media nos parece un mundo difícil de
entender si nos atenemos a los marcos mentales modernos.
¿Cómo percibían los europeos la noción de trabajo en la Edad Media?
A diferencia de la Antigüedad, que veía el trabajo de forma negativa (el tripalium, de donde
proviene la palabra “trabajo”, era un instrumento de tortura), fue fundamental en la Edad
Media. No todo el mundo trabajaba, claro: los nobles al menos están exentos, porque se
dedican a la función militar (el caso de los religiosos es más complejo, porque la actividad
monástica valora el trabajo manual). En el Tercer Estado, las comunidades se definen
esencialmente por su profesión. La comunidad aldeana es ante todo la comunidad de
campesinos y las corporaciones del mundo urbano son comunidades de oficios. Sin
embargo, la concepción del trabajo reflejada en esta organización es bastante diferente de
la concepción moderna: el trabajo no es una mercancía, no tiene precio de mercado. Todo el propósito de la organización corporativa es supervisar el trabajo, establecer su valor justo independientemente de la oferta y la demanda, mantener altos estándares de calidad en los bienes producidos y permitir que todos vivan con dignidad. El trabajo tiene por tanto un objetivo cualitativo. La idea de que el trabajo es un medio de hacer fortuna o de acumular riquezas, no tiene sentido para las mentes medievales: estas mentes apuntan a la calidad, no a la cantidad. Fue el auge del comercio, como demostró claramente Werner Sombart, lo que gradualmente dirigió la mente de los hombres hacia la cantidad únicamente.
La producción y el comercio estaban determinados por la idea de “precio justo”.
¿Qué implica este principio?
La idea de un precio justo se entiende sobre todo en contraste con el moderno “sistema de
precios”. Hoy, para nosotros, el precio de algo es impersonal: es el resultado del
enfrentamiento de la oferta y la demanda. Por ejemplo, miramos los precios de las materias primas o de los alimentos, subiendo y bajando sin atribuirles ningún valor moral o
significado. Estos precios son el resultado de la pura confrontación de miles de intereses
privados en el “mercado” global. Por el contrario, el “precio justo” es un precio que refleja
una visión del bien común. Por ejemplo, el precio de un bien debe ser lo suficientemente alto como para pagar el trabajo de un artesano, la calidad de un trabajo. Pero no debería ser demasiado alto para permitir que la comunidad sobreviva. Otro ejemplo revelador es el de la escasez de alimentos. En un mercado libre, quien tiene un stock de grano puede venderlo a un precio elevado explotando la harina. La teoría del “precio justo” nos dice, por el contrario, que debe ofrecer su grano a precios razonables, precisamente porque redunda en interés de la comunidad que está en juego.
¿Cuál fue el lugar del dinero y el crédito en este modelo económico?
Hay que distinguir dos cosas: el dinero y el crédito. En cuanto al dinero, la moneda, tenía un lugar marginal. En gran medida, se puede decir que la Edad Media comenzó como una
respuesta a la “hambruna monetaria” (Marc Bloch) que siguió al colapso del Imperio
Romano y la irrupción del Islam en el Mediterráneo. Si el dinero ya no está disponible, es
necesario encontrar otros modos de intercambio. Estos serán el trueque y los juramentos.
Por ejemplo, dado que la cantidad de dinero no alcanza para pagar los salarios, se recurre a otros compromisos: un señor permite que se explote su tierra, pero a cambio exige un pago en especie. En cuanto a los valores monetarios, no inspiraron en absoluto a los hombres de la Edad Media, que no lucharon por el dinero, sino por otros valores, especialmente los sagrados.
Cuando se trata de crédito, este tema a menudo se malinterpreta. Existen formas de crédito, y los mecanismos del trueque son uno de ellos: si mi vecino necesita una herramienta, se la presto y vendrá en mi ayuda en el futuro. Estas operaciones de crédito diarias generan obligaciones recíprocas que se renuevan constantemente. Son el pegamento de la comunidad: nos debemos hoy porque ya nos ayudamos ayer, porque debemos devolver constantemente lo que hemos recibido. Esto es muy diferente de la usura, que se condena explícitamente. La usura es un exceso, algo que hace añicos la existencia de una comunidad: ocurre cuando exijo demasiado, de inmediato, explotando las necesidades inmediatas de mis vecinos.
Los gremios y corporaciones organizaban el mundo de los artesanos urbanos.
¿Cómo se forman y evolucionan sus instituciones?
El nacimiento de las comunidades comerciales coincide con el de las ciudades. Sin
embargo, su historia temprana no es bien conocida por falta de fuentes. Las corporaciones
solo son bien conocidas varias décadas después de su aparición. Lo cierto es lo siguiente:
la Edad Media fue un mundo de comunidades. Durante la Alta Edad Media, estas
comunidades eran predominantemente rurales. Con el auge del mundo urbano, un número
creciente de artesanos se va instalando en las ciudades. Las corporaciones se forman para
convertirse en su comunidad. Las corporaciones obviamente juegan un papel económico
(regulando precios, limitando la competencia, etc.), pero también son comunidades vivas.
Garantizan beneficios sociales en caso de accidente, protegen no solo al artesano sino
también a su familia, organizan celebraciones comunitarias, honran a los santos propios,
etc. A lo largo de la Edad Media, esta operación pareció satisfactoria y no se cuestionó el
papel estructurador de las corporaciones. Es sólo tardíamente cuando son atacadas,
principalmente en el siglo XVIII, y por aquellos que rechazan cualquier visión comunitaria de la existencia, en nombre del individualismo abstracto. En ese momento, las cosas tienen
poco que ver con lo que han sido durante mucho tiempo. De hecho, principalmente en los
siglos XVII y XVIII, el intervencionismo real distorsionó gradualmente el funcionamiento de
las corporaciones: si bien eran un componente funcional del orden social, su estatus
evolucionó gradualmente hasta convertirse en un privilegio real que se compraba.
Se debate el origen del capitalismo en Occidente. ¿Cómo se puede explicar que nació
y se desarrolló en Europa a finales de la Edad Media?
La pregunta es muy compleja, y le dedicó un segundo volumen (Capitalisme moderne et
société de marché) que será publicado en unos días por la misma editorial. En pocas
palabras, digamos que hay varias fuerzas. La primera y más poderosa es la filosofía
individualista, fuente del liberalismo, que lleva la clase burguesa en ascenso. Se debate la
fuente misma de esta filosofía, y las influencias religiosas (judaísmo, protestantismo) son
innegables. Luego está el aumento en el poder de los Estados centralizados: estos Estados
se construyen en parte contra los vínculos más locales, contra el feudalismo, las provincias,
etc., que eran el corazón del mundo medieval. Finalmente, existe el papel de la tecnología,
que se manifiesta un poco más tarde: en el siglo XIX, los ferrocarriles permitieron una
apertura sin precedentes de las provincias.
En los siglos XIX y XX, desde William Morris hasta Werner Sombart, corrientes muy
diferentes idealizaron y rehabilitaron el aporte de la comunidad medieval. ¿Qué lugar
ocupa este “contra-modelo” en el imaginario europeo en su oposición al capitalismo triunfante?
Es absolutamente sorprendente que todo el siglo XIX contribuya a rehabilitar el mundo
medieval: además de los dos nombres que mencionas, también podríamos citar toda la
corriente romántica alemana, numerosos autores católicos, una serie de novelas
caballerescas inglesas. Los hombres de este siglo tienen ante sus ojos el triunfo del
capitalismo, que es particularmente violento en el siglo XIX: desarraigo de la vieja población rural, abandono de las fiestas, de las tradiciones populares, destrucción de la naturaleza y aumento de la fealdad del mundo debido a las fábricas, etc. Aunque a veces idealizada, la Edad Media conserva un considerable poder evocador. Creo que todavía lo es hoy. La mezcla de lo sagrado y lo caballeresco, la arquitectura de piedras pesadas, la ligereza de las catedrales, la existencia comunitaria, son imágenes que despiertan la imaginación de muchos de nuestros contemporáneos. Finalmente, cabe señalar que los historiadores han ignorado durante mucho tiempo la idea de una Edad Media “oscura”: por esto debemos dar las gracias a Marc Bloch, Georges Duby, Jacques le Goff, Régine Pernoud y algunos otros.
¿Cree que el “socialismo feudal” sigue siendo una fuente de inspiración?
Creo que el modelo económico feudal puede inspirarnos. En primer lugar, creo que
podríamos retomarlo parcialmente, nos guste o no: las grandes ciudades son cada vez más
inhabitables, hay una necesidad real de nuevo arraigo, de circuitos cortos de
comercialización de alimentos, etc. Veo a mi alrededor pequeñas comunidades que se están reformando en las zonas rurales. Todo esto es, obviamente, obra de una minoría muy consciente. Pero las circunstancias podrían acelerar el impulso de formas imprevistas.
No olvidemos que el fin del Imperio Romano vio el colapso de la población de las ciudades (la de Roma dividida por 20): la civilización urbana no es un hecho y podría menguar algún día.
Entonces necesitaremos otros modelos. Fuente: Rébellion (http://Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera