Diego Fusaro
Merced a los procesos de supranacionalización y al orden del discurso dominante, los propios pueblos están cada vez más convencidos de que las decisiones fundamentales no dependen de su voluntad soberana, sino de los Mercados y las Bolsas de valores, de los «vínculos externos» y de fuentes más altas de sentido transnacional. Es esta la realidad que los pueblos, desde abajo, simplemente “deben” secundar electoralmente, votando siempre y sólo como exige la racionalidad superior del mercado y sus agentes.
«Los mercados enseñarán a los italianos a votar de la manera correcta«, afirmó solemnemente, en 2018, el Comisario europeo de Programación Financiera y Presupuesto, Günther Oettinger, condensando en una frase el significado de «democracia compatible con el mercado«. Y, en términos convergentes, el eurotecnócrata Jean-Claude Juncker había afirmado categóricamente que «no puede haber elección democrática contra los tratados europeos» («Le Figaro», 29.1.2015). Tesis como las recién mencionadas, acerca de una supuestamente necesaria separación de la representación popular y la esfera de la decisión política, habrían sido consideradas hasta hace poco tiempo como ataques reaccionarios, autoritarios e inadmisibles a la democracia. Con la “horquilla” de 1989, en cambio, se volvieron hegemónicas en el orden del logo dominante: hasta tal punto, que cualquiera que se atreva a impugnarlas de alguna manera es repudiado como «populista» y «soberanista«.
Derecha e izquierda neoliberales aplican hoy las mismas recetas económicas y sociales. Y estas últimas ya no son fruto de la negociación política democrática, pues ha desaparecido la soberanía económica y monetaria de los Estados nacionales soberanos. Por tanto, las recetas vienen impuestas autocráticamente desde instituciones financieras supranacionales, que a su vez no están legitimadas democráticamente (BCE, FMI, etc.). Y dado que tanto la derecha azulina como la izquierda fucsia no cuestionan los procesos de supranacionalización desdemocratizante de la toma de decisiones (que, por cierto, propician en su mayor parte), ambas acaban legitimando la soberanía de la economía posnacional y, con ella, la de la clase apátrida de la plutocracia neoliberal, que siempre se esconde tras el aparente anonimato de entidades «sensiblemente suprasensibles» como los Mercados, las Bolsas de valores o la Comunidad Internacional.
Aun en 1990, Norberto Bobbio sostenía que “por izquierda hoy se entiende la fuerza que está de parte de aquellos que están abajo, así como por derecha la que está del lado de los que están arriba”. Todavía entonces, Bobbio describía de modo pormenorizado el carácter propio del cleavage en el marco del moderno capitalismo dialéctico; en cuyos espacios, efectivamente, la izquierda había representado los intereses de los dominados (los de abajo) y la derecha los de los dominantes (los de arriba). No obstante, Bobbio no alcanzó a descifrar la obsolescencia de ese esquema hermenéutico en el marco del nuevo capitalismo absoluto-totalitario: en su escenario, como ya debería estar claro, la izquierda, no menos que la derecha, representa la parte, los intereses y la perspectiva de los que están arriba.
Por ello, superando la traicionera dicotomía derecha-izquierda, resulta imprescindible resoberanizar la economía para poder así restablecer el primado de la toma de decisiones soberana y, finalmente, instaurar la soberanía popular, id est la democracia como κράτος del δῆμος. Porque la soberanía popular coincide con una comunidad dueña de su propio destino, por lo tanto capaz de decidir autónomamente las cuestiones clave de su propia existencia. La dicotomía entre socialismo y barbarie no ha dejado de ser válida: con la novitas fundamental, sin embargo, de que tanto la derecha como la izquierda se han situado abiertamente del lado de la barbarie. Y en consecuencia, es preciso dar forma a un nuevo socialismo democrático après la gauche .
Los intelectuales orgánicos al capital -el nuevo clero posmoderno– y la política subsumida bajo el poder neoliberal –derecha azulina e izquierda fucsia– mantienen a las clases dominadas, al Siervo nacional-popular, dentro de la caverna globalizada del capital. Convencen a los dominados de que es el único sistema viable. Y lo inducen a elegir entre alternativas ficticias, que también se basan en la asunción de la caverna neoliberal como un destino ineluctable, cuando no como el mejor de los mundos posibles. Contra el nuevo orden mental y el mappa mundi forjado por el clero intelectual en apoyo del polo dominante, debemos tener el coraje de admitir que la antítesis entre derecha e izquierda existe hoy sólo virtualmente, como prótesis ideológica para manipular el consenso y domesticarlo en sentido capitalista, según el típico dispositivo de la “tolerancia represiva” a través del cual al ciudadano global le es dado elegir “libremente” la adhesión a las necesidades sistémicas. De hecho, la elección es inexistente en tanto las dos opciones dentro de las cuales está llamada a ejercerse comparten, en el fondo, una identidad común: derecha e izquierda expresan de diferentes formas el mismo contenido en el orden del turbocapitalismo. Y, de este modo, provocan el ejercicio de una elección manipulada, en la que las dos partes implicadas, perfectamente intercambiables, alimentan la idea de la alternativa posible, en realidad inexistente. Así pues, la alternancia real entre derecha e izquierda garantiza no la alternativa, sino su imposibilidad.
Es por esta razón que, para llevar a cumplimiento la «reorientación gestáltica» que nos permita comprender el presente y orientarnos en sus espacios con el pensamiento y la acción, es necesario despedirse sin titubeos y sin remordimientos de la ya desgastada e inservible dicotomía entre derecha e izquierda. Por eso el abandono de la dicotomía no debe encallar en los bajíos del desencanto y del apaciguamiento de toda pasión política por el rejuvenecimiento del mundo: la pasión perdurable del anticapitalismo y de la búsqueda operativa de ulterioridades ennoblecedoras debe, en cambio, determinarse en el intento teórico-práctico de teorizar y operar nuevos esquemas y nuevos mapas, nuevas síntesis y nuevos frentes con los que vuelvan a vivir el «sueño de una cosa» y el pathos antiadaptativo alimentado por los deseos de una mayor y mejor libertad. Parafraseando al Adorno de Minima Moralia, la libertad no se ejercita eligiendo entre una derecha y una izquierda perfectamente intercambiables e igualmente aliadas del status quo. Se ejercita rechazando, sin mediaciones posibles, la elección manipulada y proponiendo alternativas reales que piensen y actúen diferente, más allá del horizonte alienado del capital. Debemos rechazar la alternancia, para volver a hacer vivir la alternativa.