2 y 3 de abril de 1957

LA “BATALLA DE SANTIAGO”.

EN Santiago, la lucha contra las alzas la iniciaron los estudiantes universitarios y secundarios.

E l año 1957 se inició con una avalancha de alzas y gran descontento popular. Muy atrás habían quedado las ilusiones surgidas en amplios sectores de la población durante la campaña presidencial de 1952. Una heterogénea coalición política, en que participaban desde marxistas hasta fascistas, había levantado la candidatura del ex dictador Carlos Ibáñez del Campo. Lo proclamaron “el General de la Esperanza” y adoptaron como símbolo la escoba, que -según ellos- barrería la corrupción, la politiquería y la pobreza. En los comicios del 4 de septiembre de 1952, Ibáñez obtuvo 446.000 sufragios de los 953.000 válidamente emitidos. Venció por enorme diferencia a los otros tres candidatos, entre ellos Salvador Allende, abanderado del Frente del Pueblo, que postulaba por primera vez a la presidencia de la República.
En 1957 tampoco quedaban en Ibáñez restos de la actitud paternalista que adoptó hacia el movimiento sindical. Al inicio de su administración, incluso participó como orador en la primera concentración de la Central Unica de Trabajadores de Chile, el 12 de marzo de 1953, al mes de haber sido fundada.
La escoba había barrido ilusiones y promesas. Ahora, siguiendo las recetas de la misión Klein-Sacks, aplicaba una política económica que golpeaba a los sectores populares. Chile ya no era una taza de leche. Lo que vino a rebalsar la paciencia de la gente fue el alza de las tarifas de la movilización colectiva. No se harían esperar las acciones de protesta.

EL EJEMPLO DE VALPARAISO

En Valparaíso se había constituido un amplio Comando Contra las Alzas. Lo formaban la CUT, las federaciones de estudiantes de las universidades Católica y de Chile, la Confederación Marítima, el Frente de Acción Popular, el Partido Radical, la Falange Nacional, la Federación de Estudiantes Secundarios y la municipalidad porteña. El comando confeccionó un plan de acciones que el miércoles 27 de marzo de 1957 se inició con mítines relámpago de obreros y estudiantes. Se repitieron el jueves y viernes. El sábado 30, masivas marchas recorrieron las principales calles del puerto. Culminaron con un mitin en la Plaza O’Higgins, a pesar de que las autoridades habían negado la autorización. Irrumpió la policía disparando contra los manifestantes y quedaron numerosos heridos y un muerto.
La represión no impidió que las protestas prosiguieran. El Comando Contra las Alzas organizó una serie de paros progresivos. El lunes 1º de abril hubo paralizaciones de una, dos y tres horas. El martes 2, un paro de 24 horas. Fue total en Valparaíso y Viña del Mar. Ese mismo día, se efectuaron los funerales del trabajador fallecido. Participaron miles de personas en una nueva expresión de fuerza y decisión.

Santiago, lunes 1º de abril de 1957
En la capital las acciones contra las alzas tuvieron mucho de improvisación y espontaneísmo. No existía un comando, como en Valparaíso. La CUT, el FRAP y otros partidos de oposición fueron sobrepasados por los acontecimientos.
La lucha contra las alzas en Santiago la iniciaron los estudiantes universitarios y secundarios. Salieron a la calle el 1º de abril formando rondas, cantando y lanzando consignas contra la carestía, en abierto desafío a la policía.
Al caer la noche se agudizó la represión. Manuel Vásquez Ferreira, estudiante secundario de 15 años, fue gravemente herido. Más tarde relató a la prensa: “En la calle Miraflores, entre Huérfanos y Merced, nos salieron al paso los carabineros… Dos carabineros, sin mediar provocación, nos dispararon al cuerpo. Algunos estudiantes se defendieron lanzando piedras… Cayó Alicia Ramírez: quedó tendida ante la puerta del teatro Miraflores. Yo sentí un fuerte golpe en el pecho. Me dolía mucho, como si tuviera una brasa ardiente…”.

Santiago, martes 2 de abril de 1957
La noticia del asesinato de Alicia Ramírez, alumna de la escuela de Enfermería de la Universidad de Chile, aumentó la indignación. Poderosas marchas recorren las calles. La policía se vio impotente para contener a los manifestantes. Entonces, el gobierno sacó tropas del ejército a la calle, al mando del general Horacio Gamboa Núñez, jefe de la Guarnición de Santiago.
Al mismo tiempo, las autoridades ordenaron abrir las puertas de las cárceles: decenas de delincuentes salieron a quebrar vitrinas y saquear tiendas y negocios del centro de Santiago. Desataron el caos, creando condiciones para una sangrienta represión. Soldados y carabineros disparaban sus armas contra la gente desarmada, que se defendía con piedras.
En la noche del martes 2 de abril, el general Gamboa leyó por cadena nacional de radios un “parte de guerra” de lo que calificó como “batalla de Santiago”. Informó que la situación estaba controlada y que el “enemigo” tuvo 18 muertos y 500 heridos.
Posteriormente, la cifra oficial de asesinados subió a 21. Pero todo indica que la cantidad real fue superior.

Santiago, madrugada del 3 de abril
La “batalla de Santiago” proseguía, tomando otras formas. A las 2.15 horas del miércoles 3 de abril fue asaltada la imprenta Horizonte. En esos momentos trabajaban en ella veinte operarios y el redactor de turno, periodista Elmo Catalán Avilés, quien narró lo ocurrido esa madrugada: “En la puerta de calle empezaba a desarrollarse la tragedia. La policía había llamado. El portero se acercó lentamente. Cuando se disponía a mirar por la ventanilla, una mano grande y regordeta penetró y lo aferró del cuello. Varios revólveres se agitaron ante su cabeza.
-Abre la puerta, viejo… de tu madre.
La mano apretaba más y más el cuello. Los revólveres lo urgían.
La puerta se abrió. La turba se distribuyó estratégicamente: unos en la prensa, otros al fotograbado. La mayoría en el segundo piso. Julio Fauré, inspector de la policía política, abrió de una patada la puerta del segundo piso. Con paso seguro, con la pistola en alto, gritó:
-Alto… de su madre. Se acabó el trabajo.
Unos diez o quince policías penetraron con sus revólveres desenfundados y garrotes en las manos. Un detective de unos 24 años entró en mi oficina. El jarro de té dio bote en el suelo. El pan corrió la misma suerte. Con mano de experto destrozó en un santiamén los cordones de los teléfonos y citófono. Fui obligado a ponerme contra la pared con las manos en alto.
Más al interior, el valiente comisario Juan Ruiz (fue reconocido por varios obreros de Horizonte por las fotos aparecidas en el diario La Tercera), con una mano amenazaba con el revólver y con la otra sacaba de sus asientos, violentamente, a varios linotipistas. El inspector Fauré comenzó a romper los vidrios. Un grupo de policías, con furia inusitada, empezó a descargar garrotazos sobre las máquinas. Mirábamos impotentes el crimen que cometían los ‘representantes del orden’.
Con las manos en alto, en fila india, fuimos obligados a bajar. El jefe de la policía política, Raúl del Campo, subía los escalones. Su cuerpo obeso resaltaba con el elegante traje claro que vestía.
-Bajen luego a estos desgraciados, rugió.
En la puerta nos esperaba el pelotón militar. Nos apuntaron con los fusiles ametralladora.
-Suban de a uno al camión, ordenó.
El vehículo dio un largo rodeo, enfiló por calle Lira hacia Alameda. Dobló por Morandé. Se escuchaban algunos disparos aislados. Pronto llegamos al siniestro cuartel de Investigaciones. Bajamos con las manos en alto…”.
Los agentes de Investigaciones no sólo destruyeron todo lo que era posible destrozar. También robaron todo lo que les fue posible llevarse. Simultáneamente a este operativo tuvo lugar otro similar en la oficinas de El Siglo.

Con las manos
en las mAquinas

Para contar con más medios de represión, el ejecutivo envió un proyecto de Facultades Extraordinarias (al parecer no le bastaba la Ley Maldita), que fue rápidamente aprobado por la mayoría del Congreso. Sólo se opusieron los parlamentarios del FRAP y del Partido Radical. En virtud de ellas detuvieron, encarcelaron y relegaron a decenas de opositores.
El senador radical Luis Bossay señaló en la Cámara Alta: “El gobierno ha perpetrado el más grave desmán, de todos los cometidos durante los sucesos: la destrucción organizada y sistemática de la imprenta Horizonte… Yo admiro la fría impasividad del señor ministro del Interior (el coronel Benjamín Videla) cuando se atreve a poner su firma a un oficio dirigido al Congreso Nacional en el cual se afirma que el gobierno cree que fueron las mismas turbas que cometieron desmanes en el centro, las que asaltaron la imprenta Horizonte”.
El proceso por el caso Horizonte fue entregado al fiscal militar Francisco Saavedra Moreno. Actuó con gran celo y objetividad. A mediados de abril efectuó la más sensacional de las pesquisas: el allanamiento del hogar del subcomisario de Investigaciones y miembro de la policía política, Carlos Estibill Mahuida, donde se encontraron dos máquinas de escribir robadas en Horizonte. Esto echó por tierra todos los intentos del gobierno por desvincularse del asalto a la imprenta.
Conversando, en julio de 1993, con el ex diputado José Oyarce, me contó cómo se gestó la operación Estibill: “Estábamos -nos dijo- junto con Sergio González y Víctor Galleguillos en la Cámara de Diputados, cuando se nos acercó el diputado radical Raúl Morales Adriazola. En voz baja nos cuenta que recién alguien le pasó el dato que en la casa del subcomisario Estibill se encontraban dos máquinas de Horizonte. Incluso le indicó la dirección y el lugar preciso en que estaban las máquinas: en la parte de arriba de un ropero en el dormitorio del detective. Nuestro primer impulso fue denunciar el hecho en la hora de incidentes. Recapacitamos. Me encargaron a mí que llevara la información al abogado Jorge Jiles Pizarro. Nos dijo que no hiciéramos la denuncia, que dejáramos todo en sus manos. Se entrevistó con el fiscal Saavedra, le comunicó lo que supimos y el fiscal militar encabezó el allanamiento. Las máquinas estaban en el lugar indicado”.

A manera de conclusiones

  1. La “batalla de Santiago” fue una de las 55 masacres perpetradas en el siglo XX -de las cuales en 19 participaron efectivos del ejército- sin considerar el genocidio llevado a cabo durante la dictadura de Pinochet.
    2. A diferencia de Valparaíso, donde se constituyó un Comando Contra las Alzas que dirigió desde el primer día las luchas de protesta, en Santiago no hubo tal comando. Por tanto, tampoco dirección única de las acciones. Las masas actuaron en forma espontánea.
    3. La carencia de una conducción dejó abierto el camino a las provocaciones de los agentes del gobierno. Los elementos provocadores lograron arrastrar a acciones vandálicas a algunos manifestantes, desesperados por la brutalidad de la represión.
    4. Falló el factor subjetivo. Los dirigentes del FRAP, de la CUT y otros partidos de oposición fueron incapaces de lograr la unidad de todas las fuerzas que estaban contra las alzas, y conducirlas acertadamente. Esto, más la furia represiva de los soldados, significó el alto número de víctimas. Según los informes oficiales serían 21, pero otras fuentes las hacen llegar a 76. En cambio en Valparaíso hubo una víctima fatal, siendo las manifestaciones muy masivas.
    5. Las fuerzas represivas, en especial los efectivos del ejército, utilizaron la experiencia internacional acumulada por el imperialismo. Hay que tener en cuenta que desde 1945 -y más específicamente desde abril de 1952, cuando el gobierno de González Videla suscribió el pacto militar con Estados Unidos-, las fuerzas armadas chilenas quedaron subordinadas a las instituciones militares estadounidenses, las que tomaron la función de entregarle adoctrinamiento, entrenamiento y equiparlas.
    6. Su actuación en las jornadas de marzo-abril preocupó al PC de Chile. En el informe entregado al XXIV Pleno del Comité Central, efectuado en mayo de 1957, Luis Corvalán -que en diez meses más asumiría la secretaría general- planteó con elevado espíritu autocrítico que en las luchas del 2 de abril “nos faltó mejor orientación y más audacia. La desvinculación de las masas es lo que, esencialmente, explica estas fallas”.
    Por otra parte, en la revista teórica Principios, Nº 43, correspondiente a julio-agosto de 1957, aparecieron dos artículos: “Las luchas de abril y la provincia de Valparaíso” y “Las luchas de abril y la provincia de Santiago”. El primero, señalando los méritos de los comunistas porteños. El segundo, mostrando sus falencias en la capital

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