Después de la caída del muro de Berlín, mientras que el paradigma del “fin de la
historia” de Fukuyama y el triunfo del modelo de la democracia liberal de
mercado a nivel planetario prevalecen, la tecnocratización de las élites
dirigentes mundialistas y su separación del pueblo ponen en cuestión la
legitimidad democrática de tal modelo de gobierno oligárquico.

La pandemia del Covid-19, en tanto que crisis sanitaria mundial, es un indicador de la actual crisis del modelo político, económico y social del liberalismo, planteando así la cuestión de la eficacia y la responsabilidad del modelo dominante de gobernanza liberal, especialmente en tiempos de crisis. Uno de estos problemas desemboca directamente en las penurias, es decir, en las sucesivas penurias producidas en diversos sectores claves de la economía y de la sanidad pública, causadas por la ausencia de una producción nacional autosuficiente que revela el estado de dependencia económica y sanitaria. La pandemia ha revelado el corazón de la crisis contemporánea del liberalismo posmoderno, a saber, la crisis de la hybris, de la desmesura del crecimiento, del consumo y del progreso, así como del desequilibrio en la producción nacional. No es sorprendente, por tanto, que serias opciones ideológicas y políticas alternativas conservadoras, soberanistas y populistas, sean propuestas como correctivo de las dinámicas neoliberales destructoras, porque satisfacen la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio: la necesidad de moderación en la innovación, la producción y el consumo, así como la estabilidad en los intercambios. Esta es la razón por la que algunos ya han visto en la crisis global del Covid-19 el fin de la “feliz mundialización”. Incluso si algunos hablan de derrota del neoliberalismo, abogando por el retorno del Estadoprovidencia, otros de la recuperación del Estado-nación soberano, y otros apelan al retorno a las fuentes del liberalismo clásico. Parece, sin embargo, que la ola posliberal se encuentra lejos de anunciar una ruptura radical con el modelo liberal dominante, en la medida en que nuestro imaginario individual y colectivo sigue estando bien anclado en la concepción economicista de la vida moderna que condiciona el pensamiento y los modos de vida.

Como el de posmoderno, el término posliberal sigue siendo contradictorio, porque es difícil
superar lo que tiene como vocación la renovación permanente, como es el caso de la
modernidad liberal. El “post-ismo” liberal sería entonces un concepto “atrapatodo”, federador de diversas familias de pensamiento que evolucionan como un camaleón bajo
diversas formas y en función de las épocas. De igual forma que existe una nebulosa
posmoderna, hay también una nebulosa posliberal que, lejos de inscribirse en una estructura, una jerarquía, se inscribe en un universo horizontal, fluido, líquida y heterogéneo… Por otra parte, mientras que la “razón de ser”, el sentido del liberalismo, se sitúa en la reproducción economicista del orden sociopolítico espontáneo, en repuesta al absolutismo del Estado, el posliberalismo funda su legitimidad, su “ethos”, en la gestión excepcionalista del desorden y el caos. En efecto, el liberalismo siempre ha maridado muy bien con medidas represivas de excepción cuando el orden liberal era amenazado, mientras que la religión de los “derechos humanos” no le ha impedido acomodarse con los peores regímenes totalitarios, de tal forma que se ha hablado de “régimen de libertad liberticida”.

El liberalismo, una antropología política patógena

La emergencia del posliberalismo plantea, de hecho, la paradójica cuestión del éxito del
liberalismo, pero también de su necesaria superación. En este sentido, Patrick J. Deneen, en su libro Why Liberalism Failed, constata esta paradoja: «El liberalismo ha fracasado
precisamente porque ha logrado el éxito». Deneen sostiene que la derrota del liberalismo es el producto de sus contradicciones internas, las cuales crean constantemente patologías
sociales que amenazan, no solo al liberalismo en sí mismo, sino la estabilidad política y social en general. Desde los inicios de la teoría del liberalismo de Francis Bacon, Thomas Hobbes y John Locke, Deneen estima que las premisas originales del liberalismo se basan en una “falsa” antropología filosófica que reposa sobre dos pilares: el voluntarismo y el
individualismo. No es, entonces, sorprendente que el posliberalismo contemporáneo busque promover y articular una nueva antropología, antropocena y biopolítica, bajo la forma de una visión transhumanista de la condición humana que es el resultado sociopatológico directo de la primera antropología clásica, protoliberal, progresista y antropocéntrica, igual que una expresión de la concepción evolucionista del mundo. Por supuesto, el liberalismo tiene también sus corrientes alternativas y disidentes bajos las formas de libertarismo y paleoliberalismo, que abogan por la rehabilitación del liberalismo clásico en respuesta a los excesos de las experiencias desviacionistas del neoliberalismo.

En Las metamorfosis de la lucha de clases, el filósofo francés Michel Clouscard muestra cómo el liberalismo, en tanto que discurso legitimador de la dinámica del mercado capitalista, sabe adaptarse y transformarse en función de la nueva antropología cultural y política del momento. El individualismo y la permisividad, lejos de cuestionar radicalmente los fundamentos de la sociedad burguesa, han permitido, de hecho, la realización de nuevos mercados para una nueva forma de capitalismo de diversión y “seducción”.

Además, David Harvey, en su Breve historia del neoliberalismo, sitúa el fenómeno del neoliberalismo en un amplio intervalo histórico, del reino de Reagan en los Estados Unidos, de Thatcher en Gran Bretaña, a la China de Deng y el Chile de Pinochet, señalando la gran adaptabilidad reproductiva de este fenómeno político y económico. Encontramos sus transformaciones en el modelo neoliberal de México en los años 80, e incluso en Suecia como modelo neoliberal nórdico. El sociólogo Michel Freitag considera que el liberalismo ha destruido el sistema simbólico de la sociedad y la posibilidad de una coexistencia armoniosa porque toda relación humana, como la sociedad, está basada en un sistema de códigos simbólicos. Según él, en la sociedad de la antigua Grecia, nos encontramos la concepción más rica de la libertad política, que combina los principios de “aidos” (solidaridad) y de “diké” (justicia) que han sido derrotados en las sociedades liberales atomizadas e hiperindividualistas. El neoliberalismo contemporáneo es una negación de lo político en tanto que res publica, una lucha por el bien común, mientras que su dinámica darwinista de mercado destruye la capacidad de acción colectiva y la creación de una coexistencia razonable.

Nueva regla antropocena global.

No obstante, el posliberalismo, que implica, a día de hoy, que la sociedad y la política son
dominadas por los paradigmas específicamente liberales (o neoliberales), tales como la
democracia, el libre mercado, el mundialismo y el individualismo cultural, no significa que
hayamos superado hoy esa matriz sociopolítica liberal. Esta noción sugiere, más bien, que
hemos dejado el viejo mundo dominado por el liberalismo en todos sus componentes de
izquierda socialdemócrata o de derecha liberal, y que entramos en un mundo en el que
nuevos paradigmas iliberales o antiliberales dominarán el espacio público. Sin embargo, en
tanto que producto de transformaciones constantes del liberalismo a lo largo de la historia, el posliberalismo es actualmente un fenómeno político híbrido, en emergencia, que, según
algunos analistas, habría roto con el liberalismo clásico (el protoliberalismo) y el
neoliberalismo. Como sus predecesores, el posliberalismo se fundamenta en sus propios
postulados, sus “regímenes de verdad” y de poder. Según Michel Foucault, se trataría
entonces de la “ley”, es el nomos de la biopolítica, es decir, un modo de gobernanza que se
basa en su propia racionalidad, su práctica, su tecnología y sus normas pospolíticas propias.

De la teoría liberal, el posliberalismo retiene el mito del progreso, el discurso y el
“comportamiento social”, y de la teoría económica neoliberal, acepta la idea de que un
mercado que produce empíricamente una competencia y precios armónicos no es natural,
sino que resultaría de una frágil construcción social. El posliberalismo, a través de la
radicalización de los mecanismos de gestión de la vida humana, redefine la experiencia
humana, incluso ontológicamente, combinando el “sujeto liberal egoísta” y “el emprendedor neoliberal del librecambio” con el modelo biohumano. Contrariamente al liberalismo y al neoliberalismo clásicos, el posliberalismo reduce la diferencia entre el individuo y la colectividad porque solo puede apelar al gobierno de dominación terapéutica de los cuerpos mediante el fundamento de una nueva biopolítica global. En efecto, las medidas biopolíticas que han sido concebidas como respuesta a la propagación del virus Covid-19, han configurado una nueva forma de gobernanza aplicada a nivel planetario, apoyándose en tecnologías de gobernanza digital para aplicar la regla antropocena. Aunque no ha sido objeto de consulta a los Estados soberanos, la gestión de la crisis pandémica mundial implica el establecimiento de sistemas de evaluación de riesgos en tiempo real basados en las matemáticas y la informática, que incluyen medidas de control de la población y la imposición de medidas se seguridad y de restricción sanitaria (llamadas de distanciación social, utilización de drones detectores de presencia, geolocalización automatizada). Así, hoy, la mayoría de las democracias liberales occidentales aplican medidas biopolíticas en respuesta a la propagación del virus que dibujan los contornos de la regla global del biopoder. Giorgio Agamben habla de la nueva condición humana de la “vida sin alma” (homo sacer), la cual ha marcado la entrada en la era antropocena (el momento en que la humanidad es erigida en fuerza geológica que transforma irreversiblemente su marco vital).

Se trata de una ruptura total entre las vidas política y biopolítica del individuo, y el homo
sacer, en su nueva condición biológica, se encuentra sometido a la soberanía del Estado de
excepción. La regla posliberal sería el reflejo del poder antropoceno que debería encontrar
respuestas a la situación de inestabilidad general y mundial causada por el desarrollo de una economía posmoderna basada en la utilización ilimitada de los recursos naturales, una
inestabilidad que afecta a todos los seres vivientes y la que los Estados-nación modernos no pueden responder. Si la regla política moderna estaba basada en una antropología exclusiva que oponía la humanidad a la naturaleza (en tanto que factor externo), el poder antropoceno elige la antropología inclusiva, que integra la naturaleza en un sistema destinado a ser controlado e integrado.

Del Estado Leviatán al Estado Ciborg

El virus Covid-19, que aparece como “game changer” (cambio de juego), funciona como el
motor disruptivo de una nueva política posliberal. La pandemia ha permitido la activación de un gobierno mundial opaco, que ya estaba operativo pero que todavía no era visible bajo la forma de un biopoder. La crisis global sanitaria del coronavirus es “un acelerador de
transformación” que permite el establecimiento de estrategias de choque según la tesis de
Schumpeter de la “destrucción creativa”, mientras que la pandemia a nivel planetario es una oportunidad para acelerar el establecimiento de la regla global antropocena. Así, las
sucesivas transformaciones del liberalismo en el curso de los últimos cuarenta años dejan
ahora su lugar al posliberalismo en tanto que nueva forma de gobierno de transición, el cual hace de la economía un medio de transformación antropológica y transhumanista de la
especie humana en el marco de un nuevo “medioambiente hostil” planetario. En este sentido, el análisis propuesto por Barbara Stiegler en Hay que adaptarse, a partir de los trabajos de Walter Lippmann (conocido por su tesis sobre la “fábrica del consentimiento”) demuestra que el objetivo del neoliberalismo no es solo de naturaleza económica, sino también antropológica; se inscribe en la filiación evolucionista y constructivista (de inspiración darwinista) de la especie humana, si bien Lippmann añade un objetivo político: organizar masivamente la adaptación de la especie humana al nuevo estado del mundo, impuesto por la mundialización del mercado. Así, el neoliberalismo, pero también el ordoliberalismo alemán, legitiman el recurso al rol organizador y regulador del Estado. En el nuevo contexto del biopoder mundial, el Estado liberal se convierte en el principal nivel de la dominación global antropocena que debe intervenir a favor de la vigilancia y renovación de la especie humana. Pero este modelo de Estado liberal ya no es aquel que encarnaba la autoridad trascendente del Leviatán hobbesiano. En la era posliberal, el funcionamiento del Estado liberal consiste esencialmente en el establecimiento de un cuadro normativo que vigila, compromete y controla las transformaciones antropológicas del cuerpo social en tiempo real.

Finalmente, el Estado liberal del Leviatán cede su lugar en beneficio de un Estado-ciborg
posliberal y biopolítico que busca integrar todas las dimensiones de la existencia, de lo
mineral a lo psíquico pasando por lo biológico. La pandemia es, ciertamente, un “acelerador
de transformación”, pero también un buen indicador de los usos de las viejas ideologías
modernas como el liberalismo de la modernidad. De ahí los llamamientos que emanan de
esferas políticas, académicas o económicas, como la del antiguo secretario de Estado
norteamericano Henry Kissinger o de Robert Kagan, o de los mundialistas de Davos, como
Klaus Schwab, que abogan por un “nuevo reinicio global” y un nuevo “capitalismo inclusivo”, apelando a la “humanización” del capitalismo neoliberal en el sentido de la conciencia ecológica. El discurso moralizador de superación del liberalismo, en tanto que impostura, se inscribiría así en la inversión debordiana: «lo verdadero es un momento de lo falso». Por supuesto, es necesario ver los dispositivos narrativos destinados a legitimar las
transformaciones emergentes del orden posliberal con la adaptación de la especie humana a la nueva configuración global del biopoder. © Fuente: Polémia

Jure
Georges Vujic