El Gran Reinicio es actualmente objeto de desconfianza legítima, pero también
de las fantasías más diversas, por su carácter multifacético y adaptable. Para
tratar de hacerse una idea más clara, quizás sea mejor mirar el discurso más
oficial y “políticamente correcto” que haya, con el fin de discernir cuáles
pueden ser las intenciones explícitas e implícitas de aquellos que están tratando
de dar forma al sistema internacional desde todos los ángulos. De eso trata The
Great Reset, el libro de Klaus Schwab y Thierry Malleret. El primero de ellos es
el Presidente y fundador del Foro Económico Mundial o Foro de Davos.

Este libro aborda los temas más diversos como los que componen la cuestión del Gran
Reinicio en sí misma. Pero, además, existe la voluntad de combinar diferentes realidades que no tienen mucho que ver unas con otras como lo demuestra, por ejemplo, el sorprendente inventario de todo lo que la crisis del coronavirus debería cambiar en el futuro. Al mezclar ámbitos que solo pueden experimentar desarrollos duraderos debido a la crisis sanitaria (aumento del uso de lo digital, distanciamiento entre Estados Unidos y China,…) y otros en los que no es tan obvio (política fiscal, búsqueda de un “bien común” mal definido,…), los autores crean unas evidencias que son falsas. Cuando consideran, entre las consecuencias de la crisis, el aumento de reivindicaciones relativas al cambio climático, a la igualdad de sexos (llamados “géneros”) y los derechos de los homosexuales (llamados “LGBTQ”), parece increíble.

Actuando así, quieren hacer admitir, en beneficio de modificaciones inevitables que
resultarán a corto y medio plazo de la crisis del coronavirus, el carácter definitivo de unas
modificaciones de mucha mayor amplitud en unos ámbitos muy alejados del sanitario.
“Muchos de nosotros nos preguntamos cuándo volverán las cosas a la normalidad. La
respuesta es: nunca. “No sucederá porque no puede suceder” dicen, aún más lapidariamente.

Sin embargo, nadie puede afirmar tajantemente que el mundo de antes del coronavirus esté disuelto; es mucho más probable que se haya quedado entre paréntesis. Por supuesto, si se ataca a sectores enteros de la economía, como se hace con el comercio minorista y, en particular, con los oficios relacionados con la restauración, en efecto, pueden quedar destruidos. Pero, entonces, será un proceso puramente voluntario y perverso, no una evolución directamente ligada a la crisis.

Klaus Schwab y Thierry Malleret no llegan a alegrarse abiertamente del colapso de ciertos
sectores y la pérdida definitiva de empleos que se prevén, es decir, el 86%, 75% y 59% de los puestos de trabajo respectivamente en el sector de la restauración, el sector minorista y de ocio; de nuevo según los coautores, cierre en Francia y el Reino Unido del 75% de los
restaurantes que no están vinculados a grandes grupos, como muy oportunamente afirman.

Pero no parece importarles mucho dicha situación; Klaus Schwab llega a afirmar que “La
pandemia nos ofrece […] una “ventana de oportunidad” única pero estrecha para pensar,
reimaginar y reiniciar nuestro mundo”. La virtualización y la robotización a ultranza ¿serán
entonces un nuevo futuro radiante?

Una impresión de inquietud surge de la lectura de este libro, incluso si es lo suficientemente inteligente como para no hundirse en la caricatura mundialista. Mezcla observaciones relevantes; constataciones llenas de sentido común que caen en las obviedades; reflexiones que quieren aparecer como evidencias científicas contentándose con revestirlas de un estilo opaco y frío; afirmaciones categóricas y razonamientos forzados y sesgados… Todo ello como si, invocando verdaderos problemas de los que exageran la amplitud desmesuradamente, Klaus Schwab y Thierry Malleret tuvieran el objetivo de poner en marcha un replanteamiento total de nuestra forma de vida. ¿En beneficio de quién?

Leyendo todo esto, es imposible no pensar en las GAFAM, esas nuevas puntas de lanza de la economía estadounidense y, más todavía, del mundialismo, que son los únicos verdaderos ganadores en la crisis sanitaria. El hundimiento puro y simple de sectores enteros de la economía no les ofrecería ninguna dificultad, sobre todo si esta ruina concierne esencialmente al comercio minorista:

– Eliminaría una competencia incómoda, y los costes resultantes correrían a cargo del sector público, según el estupendo principio de la privatización de los beneficios y nacionalización de las pérdidas.

– En efecto, este hundimiento, al empujar a muchos artesanos y comerciantes al desempleo (en el cual, generalmente, no tienen derecho a ninguna compensación), alentaría a los Estados a crear una renta básica universal, menos costosa que las prestaciones por desempleo y que podría situarse entre la renta garantizada y el salario mínimo, es decir, al nivel de las ayudas para adultos discapacitados.

– Ese poder adquisitivo mínimo no sería suficiente para las necesidades de una gran parte de los trabajadores abandonados, muchos de los cuales están a cargo de la familia o en el mejor momento de sus vidas. El resultado sería la creación de un ejército de trabajadores mal pagados responsables de empaquetar y entregar productos comercializados por las GAFAM.

La importancia del número de efectivos de esta mano de obra “de rebajas”, aparecida muy
oportunamente en el mercado laboral, sería desfavorable a las presiones al alza de sus
salarios (que, de todas formas, no serían verdaderos sueldos sino pagos cuando se trabaje).

– Cabe señalar que, para cuidarse a sí mismos, estos “trabajadores reinicializados” no
tendrían problema gracias a la telemedicina, que los autores defienden cuando, en realidad, es un ejemplo típico del mal menor provisional, pero que algunos sueñan con perennizar como fórmula degradada destinada a los pobres.

La uberización del mundo se convertiría, así, en total ¿Es esto lo que quieren los hombres del Sistema internacional? Son lo suficientemente inteligentes como para no decirlo claramente, pero describen este escenario con tal complacencia que entendemos hacia dónde van sus intereses y preferencias.

Ciertamente, hay lecciones que aprender de la crisis del coronavirus, y cambios reales
duraderos para implementar. Sin embargo, no son los mismos que los buscados por Klaus
Schwab, Thierry Malleret y la GAFAM, sino que deberían ser estos:

– Mejorar los procesos de toma de decisiones en situaciones de crisis.

– Reorganizar la producción para no depender totalmente de los países extranjeros
(especialmente si se depende de un solo país) para productos vitales, como los equipos
sanitarios.

– Abordar el problema de la deuda pública reduciendo los gastos innecesarios y, si es posible, reprogramando la parte de la deuda pública que tenga el Banco central a muy largo plazo, al tiempo que se aumenta el número de plazas en las unidades de cuidados intensivos y se aumenta el número y remuneración del personal sanitario.

– En cuanto al teletrabajo, probablemente se practicará más que en el pasado, ya que muchos empleados lo descubrieron durante la crisis sanitaria. Pero, como todo lo que es robótico o virtual, encontrará sus límites en el hecho de que una empresa, como cualquier otra organización, no puede funcionar de forma plenamente satisfactoria en un modo
esencialmente virtual.

Todo esto es importante, pero no cambiará radicalmente el mundo. Se tratará de ajustes y
evoluciones; no de una revolución. No se puede excluir que, aquellos que pretenden lo
contrario, lo hagan para promover objetivos e intereses específicos. Recuerdan a uno de los
personajes de la famosa película francesa Le Viager que, una vez superada la Segunda Guerra Mundial, lamentaba la quiebra de una compañía de taxis-bicicleta en la cual había invertido.

Pero no es así como funciona el mundo: cuando la pierna se cura, la muleta vuelve al armario y, después de la crisis sanitaria, las personas volverán a la verdadera vida. Pero con un problema, y de tamaño considerable: aquellos que aspiran hoy a lo contrario tienen muchos más medios de presión que aquel pobre hombre que invirtió en los taxis-bicicleta.

Fuente:Metainfos.com

By neo