La República Islámica se recuperó rápidamente y, en cuestión de días, lanzó una serie de ataques sin precedentes contra ciudades israelíes clave como Haifa y Tel Aviv.

Peiman Salehi, analista político y escritor de Teherán

En junio de 2025, el mundo presenció el estallido de una guerra a gran escala entre la República Islámica de Irán y el régimen sionista de Israel. Este conflicto, que trasciende con creces el ámbito militar, está transformando el panorama político, mediático y geopolítico. Al inicio de las hostilidades, Israel lanzó una operación sorpresa dirigida contra varios altos mandos militares y científicos iraníes. Tel Aviv consideró este acto un logro significativo, anticipando que sumiría a Irán en un caos psicológico y retrasaría su respuesta.

Sin embargo, esta suposición resultó ser gravemente errónea. La República Islámica se recuperó rápidamente y, en cuestión de días, lanzó una serie de ataques sin precedentes contra ciudades israelíes clave como Haifa y Tel Aviv. La magnitud de los daños infligidos a la infraestructura estratégica sugirió una profunda perturbación del equilibrio psicológico y político, lo que indicó un cambio fundamental en las reglas de enfrentamiento. A medida que el conflicto se intensificaba, el primer ministro Benjamin Netanyahu realizó esfuerzos concertados para involucrar a Estados Unidos en la contienda. Donald Trump, quien inicialmente reaccionó con sarcasmo ante la noticia de las bajas iraníes, pronto cambió de tono, presentándose como mediador. Este giro retórico no refleja un deseo genuino de paz, sino más bien la preocupación por las consecuencias cada vez mayores del conflicto.

La elección entre sumisión y resistencia ya no es sólo de Irán; es una que ahora debe resolver la historia.

Desde la perspectiva de Teherán, la guerra no es simplemente una campaña reaccionaria, sino un esfuerzo calculado para alterar el equilibrio de poder regional. El enfoque iraní indica una visión estratégica destinada a redefinir la arquitectura de seguridad de Asia Occidental. Los analistas se enfrentan ahora a una pregunta crucial: ¿se limitará la guerra a las fronteras regionales o se convertirá en una confrontación global más amplia? Las diferentes posturas de las potencias nucleares de Oriente y Occidente apuntan a la incipiente realineación global. Naciones como Pakistán, India, China y Rusia ven la crisis desde sus distintas perspectivas estratégicas.
Mientras tanto, la relevancia geopolítica de puntos de estrangulamiento como el estrecho de Ormuz y Bab al-Mandeb ha resurgido, subrayando su importancia para el comercio global y la estabilidad internacional. Esta guerra se presenta cada vez más como una confrontación entre dos visiones opuestas del orden mundial. El modelo liberal, centrado en Estados Unidos —caracterizado por el intervencionismo, las ambiciones hegemónicas y las estructuras de poder asimétricas— se enfrenta a una resistencia sin precedentes. En su lugar, un orden multipolar impulsado por las potencias emergentes está ganando terreno.
Si los estados independientes y los movimientos de resistencia aprovechan este momento con sabiduría, podría marcar un punto de inflexión en la historia política contemporánea. El mundo, que una vez se declaró como alcanzado el «fin de la historia», ahora experimenta el regreso de la historia, impulsado por la renovada capacidad de acción de las naciones soberanas.
En última instancia, para contrarrestar las intervenciones imperialistas y desmantelar los marcos globales impuestos, esta guerra debe entenderse no solo como un evento aislado, sino como un momento transformador en las relaciones internacionales. La resistencia actual no se limita a una fuerza regional; es un discurso global que desafía la dominación. La disyuntiva entre la sumisión y la resistencia ya no es solo de Irán; es una disyuntiva que la historia debe resolver ahora.

Por Saruman