En su nuevo ensayo ( Le jour d’après) , un gran éxito editorial, el fundador del parque
histórico Puy du Fou profetiza un “mundo del día después” dominado por la
tecnología y el biopoder. ¿Y si las nuevas costumbres tecnológicas que nos hemos
visto forzados a incorporar durante el confinamiento se convirtieran en la norma?

En su nuevo ensayo, usted explica que la crisis del Covid es una estupenda ocasión para
crear un mundo sin fronteras en el que los individuos serán todos desarraigados,
formateados y controlados. ¿No exagera un poco?

Pues no, lo siento. Lo que he descubierto y que me ha llevado a escribir es aterrador: la
lectura del libro “Covid-19: El gran reinicio”. El presidente del Forum de Davos anuncia, el 2 de junio de 2020, la hoja de ruta. Se atreve a escribir que “la pandemia representa una ventana de oportunidad” para una “nueva normalidad”, es decir, la fusión progresiva de la
identidades física, biológica y digital. En otras palabras, el dueño de la plataforma
culminante de la “aldea global” donde, cada año, el capitalismo sin entrañas se reúne para
realizar su siniestro balance, invita a los gigantes de la web a aprovechar la ocasión para la
digitalización de las mentes y la transformación del fuero íntimo en algoritmos.

Una parte de esos desarrollos, ¿no estaba ya realizándose antes de la pandemia? ¿No
es más que el catalizador de las mutaciones que estaban en marcha?

Tiene usted razón. Pero lo que es inédito es perturbador, es decir, que los nuevos dueños
del capitalismo de vigilancia parecen haber previsto el encadenamiento de nuestros males,
como aquellos que se aprovechan de un naufragio y se alegran con la idea de que suceda
el siguiente. En efecto, he descubierto una sesión grabada sobre un ejercicio de simulación
de una pandemia de Covid, organizada por empresas privadas (Big Data, Big Finance, Big
Pharma). Pero este ejercicio de anticipación tuvo lugar el 18 de octubre de 2019, es decir,
varios meses antes de oír hablar de ello. Conclusión: Lo que hemos vivido ya había sido
interpretado. Y no son los Estados los que estaban maniobrando, sino Gates, Johnson and
Johnson y Davos, es decir, los grandes hacedores de negocios privados.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Muy fácil. Con la creación de la OMC en 1995, los
grandes actores de la globalización habían querido un mundo sin fronteras, unos por interés, para abrir un mercado planetario de masas; los otros por ideología, para reemplazar los muros por puentes y favorecer la fraternidad cósmica. Conocían el riesgo inherente a ese mundo sin obstáculos: un planeta altamente patógeno y contagioso. Lo sabían y se preparaban para ello. Esperaban la “ventana de oportunidad” para cambiar la sociedad, para cambiar de sociedad. El asunto ha tenido éxito. Los gigantes de la web se han enriquecido y el biopoder se ha instalado para largo con el higienismo de Estado.

Pero las restricciones de libertades que usted denuncia son temporales…

Con la salvedad de que las nuevas costumbres tecnológicas que nos han obligado a
incorporar durante el confinamiento se van a convertir en la norma. Así lo entienden
nuestros dirigentes. Incluso ese es su proyecto. La fiesta del “cloud” no hace más que
empezar. Ya están proclamando que hay que “acelerar la marcha implacable hacia la
automatización”. La empresa se va a transformar, el consumidor también… La mayor parte
de las cosas se han convertido en e-cosas. Entramos en Webistan. Se nos invita a
“perennizar el teletrabajo”, a quedarnos en casa, a digitalizar para evitar el CO2, se nos
prepara para el próximo virus… En la sociedad del trabajo a distancia, pronto se nos dejará
elegir entre acariciar el siamés que maúlla y sacar a pasear al ratón que hace click.

Lo digital, aliado a la robotización y la inteligencia artificial, no esconde ya su proyecto de
acabar con las últimas muestras de la economía “a la antigua”: la clase media está
destinada a desaparecer. De ahí la idea de una renta universal para tener a la gente en sus
casas y comprar la tranquilidad pública.

Ya nos hemos desconfinado y la campaña de vacunación parece que va dando sus
frutos, ¿no cree?

No, no lo creo. Se nos explica que, incluso vacunados, habrá que seguir llevando
mascarilla… Lo hacen todo al revés. El confinamiento de masas (el que consiste en encerrar a las personas sanas) fue un error funesto; la transición del poder hacia el biopoder ha impuesto la abdicación de la vida al servicio de la profilaxia. La biopolítica ha matado a la política. El animal social se ha convertido en un asintomático desocializado.
Rechazaron el cerrar las barreras del exterior y tuvimos que aceptar las barreras en el
interior con las fronteras domésticas. Todo ha sido un pretexto para mantener a la sociedad a distancia: su nuevo ideal metapolítico.

¿Qué piensa de los debates sobre el pasaporte digital? ¿No sería la forma más segura
de retomar pronto una vida normal?

Es la gran idea de los gigantes de la web (la Big Tech): poder escanearnos y realizar la
exploración de la vida íntima. Así se prepara el advenimiento del “hombre global”
biotecnológico. Se adivina una connivencia entre las dos vigilancias: la vigilancia mercantil y la vigilancia cívica.

El teléfono móvil es la prótesis de entrada para el producto nuevo que estamos destinados a ser: la crisis del Covid es el acontecimiento que desencadena la transformación de la
humanidad, para ir hacia el ciudadano digital. El pasaporte verde es la primera etapa: al
final, los siervos de la gleba digital serán controlados, dirigidos, supervisados e implantados.

“El cerebro será el campo de batalla del futuro” nos dice. La idea de leer las ondas
cerebrales, de geolocalizar las hormigas errantes. En mi libro, cito un artículo del diario Le
Monde, del 19 de diciembre de 2019, que rinde homenaje a Bill Gates por su experiencia en un “carnet de vacunación implantado bajo la piel” en Kenia y Malawi. La idea subyacente es el control total, la sociedad disciplinaria.

Nuestra sociedad ha perdido el norte y pone a la persona en peligro. Los aprendices de
brujo han explotado bien el Covid: han aprovechado para continuar con la procreación
asistida, el aborto a nueve meses por “sufrimiento psicosocial”, es decir, el infanticidio, sin
olvidar las quimeras hombre-animal cuyo proyecto ya fue votado en el Parlamento francés.

El Deshumanistán ya está en marcha.

¿Por qué relaciona usted el gran reinicio con la cultura de la cancelación? ¿No se
trata de dos sistemas de pensamiento muy diferentes?

La coincidencia no es sólo cronológica. Entre los dos asaltos erradicadores, hay una
relación ideológica y militante: se borra cualquier vínculo del individuo con el “antiguo
mundo”. Desaparece su identidad, lengua, memoria y pensamientos. Con el reinicio, se para un momento y se vuelve a comenzar desde cero. Con la cancelación, se anula y se elimina.

Es la misma idea del hombre genérico y la tabla rasa. Pero mi descubrimiento no está ahí: he visto los “transformation maps” de Davos, que se presentan como ruedas de la fortuna y quieren ser los “motores del cambio”. Las palabras utilizadas en Davos para el mundo
económico y social (“inclusión”, “equidad”, “LGTB”) son los mismos que estaban en la
universidad de Evergreen donde nació la cultura de la cancelación que acecha a la raza
blanca: el Foro de Davos defiende así la transformación de los proyectos a base de cartas
éticas al servicio de las minorías y del clima.

El reinicio, es el arresto domiciliario digital. Y la cultura de la cancelación, es el arresto
domiciliario cromático. Uno prepara el control, la otra la venganza. Para destruir los antiguos equilibrios.

La fractura que hemos visto entre los sectores “esenciales” y los “no esenciales”, ¿va
a agravarse y estructurar la vida política?

Seguro que sí. Lo que es “esencial” para nuestros gobernantes, el verdadero santuario, es
la tecnología y las nuevas empresas de la diversidad globalizadas, lo que llaman la “nueva
economía”.

Lo “esencial” para nosotros (los independientes y los arraigados) es accesorio para ellos.
Desconfiaban de las compras de proximidad y de las conversaciones cívicas en los bares,
así como de las reuniones familiares. Se resisten a abrir los lugares de convivencia. No
creen en que los pueblos tienen algo en común superior a sus soledades aglomeradas. Ya
no creen en las naciones; solo creen en átomos desnudos.

¿Qué puede pasar en el corto plazo? ¿Cómo ve las elecciones de 2022?

Francia está al borde del abismo. Nuestras élites se preparan para la Gran Sumisión frente
al otro virus. Estamos en vías de colonización. Y no hacemos el buen análisis: se habla de
“bandas”, de “violencias”, de “inseguridad” e incluso de “terrorismo”. No; las verdaderas
palabras son la “guerrilla” y el “yihad”. El enemigo no quiere separarse de nosotros; quiere
conquistarnos.

El reto de las elecciones presidenciales es sencillo: reestablecer una política de civilización;
imponer la vuelta a lo francés. Si no, será el fin de la aventura. Puede que Macron llegue a
la primera vuelta, pero no a la segunda. El “joven líder global” de Davos pretende
“deconstruir nuestra historia”. No podemos permitírselo. Ya nos ha decepcionado
demasiado. Fuente: Le Figaro

Alexandre Devecchio

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