Nota del editor: como siempre, una montaña de información “existencialmente importante” que todo gentil con un interés personal en su propia supervivencia futura necesita comprender sobre esto.
En primer lugar, damas y caballeros gentiles, que alguien, gentil o no gentil, pase aunque sea un micromilisegundo quejándose de lo mucho que los judíos necesitan un “respiro” por estar “mental y emocionalmente agotados” por los acontecimientos de los últimos 15 meses, un tiempo en el que ha tenido lugar una Juhad apocalíptica, incesante y religiosa de asesinatos en masa de hombres, mujeres y niños inocentes en Gaza, es como un mal chiste contado por la horrible “comediante” hebrea Sarah Silverman.
Cientos de miles de personas han sido asesinadas, varios MILLONES de personas han tenido sus vidas completamente destruidas, miles de niños han tenido sus brazos y piernas amputados –SIN NINGUNA ANESTESIA, OBVIO,– para nunca más poder alimentarse por sí mismos o cuidar de sus propias necesidades personales, y ¿Cómo calcula el cerebro judío todo esto?
‘¡Ay, Dios! Nosotros los judíos realmente necesitamos unas vacaciones…’
Y recuerden, damas y caballeros, que después de su planeado/esperado genocidio de Occidente, provocado ya sea por una guerra nuclear, una nueva pandemia o una combinación de ambas con una pizca de guerra civil/desintegración política añadida, su actitud hacia todo ello será la misma.
‘¡Ay, Dios! Nosotros los judíos realmente necesitamos unas vacaciones…’
El lector notará que sólo UNA VEZ aparece la palabra “Gaza” en la historia, en el título, y ni una sola vez, NI UNA SOLA VEZ, aparece la palabra “palestino”, así como tampoco se menciona el horror al que los judíos y su “estado”han sometido a los hombres, mujeres y niños de Gaza y continúan sometiéndolos en el momento mismo de escribir esto.
Tal vez fue el presidente Henry Truman, ciertamente no un “humanitario” como lo demuestra el hecho de que ordenó el asesinato en masa de un millón de japoneses mediante la detonación de dos bombas atómicas sobre Nagasaki e Hiroshima, quien, en su diario personal fechado el 21 de julio de 1947, lo dijo mejor sobre “ellos”, los “Hijos de Israel”, como les encanta referirse a sí mismos:
‘Creo que los judíos son un pueblo muy, muy egoísta. No les importa cuántos estonios, letones, finlandeses, polacos, yugoslavos o griegos sean asesinados o maltratados (como desplazados) siempre que los judíos reciban un trato especial… Sin embargo, cuando tienen poder, físico, financiero o político, ni Adolf Hitler ni Joseph Stalin tienen nada que reprocharles por su crueldad o maltrato a los desvalidos…’
Merav Roth para Haaretz
Un país entero lleva un año y cuatro meses conteniendo la respiración. En tiempos de emergencia, la mente pone en funcionamiento una especie de adrenalina mental. Activa todos los mecanismos de defensa a su disposición: a veces es frenética, a veces distante; a veces llena de rabia que le da una sensación de control; y a veces, entre medias, se derrumba y se levanta, como una batería que necesita recargarse de vez en cuando. Desde el 7 de octubre, todos hemos estado en medio de una gran tormenta, tratando de remar hasta la orilla.
Algunos de nosotros hemos vivido la terrible masacre o hemos tenido familiares asesinados o tomados como rehenes; y hay otros que se identifican con ellos en distintos grados de simpatía y conciencia, pero no hay nadie fuera del agua. Nadie. Es imposible permanecer fuera de la tormenta, porque los rehenes podrían haber sido los hijos o los hermanos o los padres de todos y cada uno de ellos.
Son ciudadanos a los que les han robado la vida sencilla: el derecho a levantarse perezosamente por la mañana o a saltar de la cama para preparar a los niños para la escuela y salir a trabajar; el derecho a mantenerse erguidos, sin pensar que es un don especial porque es imposible hacerlo en el túnel; el derecho a distinguir el día de la noche por la luz natural del sol, y quién hubiera podido creer que el derecho a verlo se le podía quitar a alguien. Fueron y siguen siendo largos meses de tortura mental, y cada uno remaba agitado por sus propios medios.
Pero ahora, por primera vez en un período tan largo que parece eterno, podemos volver a ver la costa. Las tres jóvenes, Romi Gonen, Emily Damari y Doron Steinbrecher, cuyas imágenes sonrientes han estado apareciendo en nuestros sueños durante un año y cuatro meses, han regresado a casa. Y es este momento, cuando podemos ver la costa de nuevo, el que resulta muy peligroso, mentalmente.
Este es el momento en el que todos los sentimientos y emociones que hemos reprimido para poder remar a través de la tormenta salen a la luz de golpe: la terrible fatiga que busca cubrir al mundo con un enorme manto y finalmente descansar un poco de esta pesadilla continua; la rabia por lo que ha estado pasando todo un pueblo junto con familias que han sido arrancadas de sus vidas en esta pesadilla sin fin; el asombro por la pérdida de la forma humana del país que conocíamos y amábamos; la desesperación y el dolor por tanto y tantos que hemos perdido y que nunca volverán; el terrible miedo por el destino de los retornados, por el destino del país, por el destino del espíritu de Israel democrático, liberal y buscador de vida, tan orgulloso de su solidaridad, sin paralelo en el mundo entero.
Todas esas emociones y muchas otras las hemos mantenido, en cierta medida, en un estado de contención mental. Hemos reprimido algunas para preservar nuestra cordura, para funcionar, para luchar por el regreso de todos y cada uno a casa. Esto ha provocado un desgaste severo. Nuestras clínicas están abarrotadas de pacientes que se desploman debido a los síntomas secundarios de esta restricción personal prolongada: trastornos del sueño, depresión invisible o visible, desapego disociativo, desgaste mental y físico.
Pero ahora el peligro no reside en la erosión, sino en la sensación de alivio. Aquí estamos, vislumbrando la costa mientras aún estamos en el mar, en medio de una tormenta que tardará mucho en apaciguarse, hasta que el último rehén sea devuelto a la orilla. Y si no prestamos atención y permitimos que todas esas emociones se desborden espontáneamente, como anhelan hacerlo, nos ahogaremos en el acto.
Nos ahogaremos en recriminaciones mutuas, en peleas en casa y en el lugar de trabajo. Nos ahogaremos en la más primitiva de las tendencias mentales: volver a dividir el mundo en buenos y malos, odiar, ser violentos unos con otros, olvidar que esta herida, más que nunca, es compartida, dolorosa, sensible y requiere tratamiento. Incluso la alegría que brota de nosotros es peligrosa, porque podríamos prodigarles a los repatriados una atención que no se ajusta a su necesidad de tranquilidad y privacidad.
También es peligroso porque la alegría inmediatamente evoca dolor por todo y por todos los que no se salvaron. Es la culpa de los sobrevivientes la que amenaza la alegría como si fuera una traición, lo cual no es cierto en absoluto. Y evoca miedo por la fragilidad de esta alegría, ya que cada fase del regreso del resto de los rehenes depende de tantos factores. Pero no nos queda nada por hacer más que contener toda esta complejidad, creer y luchar por todos los medios posibles para que el proceso de retorno abra las puertas al regreso de todos y cada uno a casa.
El espíritu humano es grande y fuerte. Está ahí todo el tiempo, estable, erguido, poderoso, recordándonos lo que la mente olvida a cada instante. Es nuestra brújula. Nos indica que el camino siempre es, ahora más que nunca, ante todo un movimiento decidido e inflexible para deshacer todo error y todo abandono humano, dondequiera que se produzcan. Pero al mismo tiempo, en el plano interpersonal, nos recuerda que debemos actuar con moderación, con consideración mutua y con mucha delicadeza.
El peligro es inherente a la gran complejidad de este momento: entre los que regresan y quienes los esperan, entre los que vuelven vivos y los que vuelven para ser enterrados. También existe entre las familias de los rehenes que podrán abrazar a sus seres queridos que regresan por fin, y entre las familias de los rehenes que creen que ese es el camino equivocado, que todos deberían haber regresado juntos o ninguno, o quienes creen que no deben ser devueltos antes de agotar las capacidades militares contra Hamás.
La debilidad de la mente es la tendencia a convertir a cada “otro” en un enemigo, para descargar sobre él todo el exceso de equipaje mental que llena la mente y la inunda de toxinas que buscan ser liberadas. Es fácil y accesible, pero nunca proporciona la liberación esperada; sólo nos carga de más toxinas. Si esto es lo que sucederá, será un colapso lamentable en un momento muy valioso.
Todos esperamos que la llegada de Romi, Emily y Doron marque el comienzo de nuestro rescate de la peor tormenta de nuestra historia y nuestro regreso a la costa. Pero en este momento tan preciado, cuando finalmente levantamos la cabeza del agua y vemos la costa frente a nosotros, es importante darnos cuenta de que estamos empezando a tambalear y que estamos en grave peligro.
Tomemos aire, porque aún nos quedan unos meses de remar, ya que esperamos empezar a reconocer el cambio ansiado desde que nos extraviamos. Nuestro faro es el espíritu humano: rememos hacia él y dejémonos inspirar por él, todo el tiempo, sin extraviarnos, sin ahogarnos a pocos metros de la orilla.
El profesor Roth es psicólogo clínico, psicoanalista supervisor de la Sociedad Psicoanalítica Israelí e investigador cultural.