La insurrección revolucionaria desarrollada en Chile a partir del 18 de octubre de 2019 y como bien se ha dado a conocer en este sitio, obedece en esencia a una operación debidamente planificada y que ha sido orquestada por determinados actores políticos, cuyo fin último es la imposición de un gobierno Socialista-Comunista de características Castro-Chavista y para ello, siguiendo las directrices del Foro de Sao Paulo y al amparo de las dictaduras de Cuba y Venezuela, han ido desarrollando una lucha territorial de “resistencia” contra el restablecimiento del orden, con miras a provocar la desestabilización de la institucionalidad a través de la impunidad, el caos y el miedo.
Todo se lleva de acuerdo con directrices de manual, como el “Manual del Guerrillero Urbano”[1] de Carlos Marighela (1969) donde se describe textualmente: “El guerrillero urbano es un enemigo implacable del gobierno e inflige daño sistemático a las autoridades y a los hombres que dominan el poder y ejercen el poder” o como en “Contribución a la Guerra en curso” de Gilles Deleuze – Tiqqun, (2012) que señala: “Pero, si nos olvidamos de tanta pamplina estéril, recordaremos lo que ya sabíamos: el terror y la crisis son, ante todo, maneras de gobernar. Ante el terror y ante la crisis, la máquina imperial justifica sin dificultad la puesta en marcha acelerada de sus nuevos dispositivos de control. ¿Nuestra respuesta? ¿Nuestra estrategia? Devenir máquinas de guerra antiimperiales y acumular, clasificar y difundir todos los saberes-poderes que puedan contribuir a este objetivo”.
Esta base teórica es la esencia de la insurrección revolucionaria que está viviendo Chile y que no es más que la operativización de una planificación acabada para hacerse del poder, a través de acciones que generan el caos y el cese del flujo de normalidad, todo lo cual es parte de un modelo de guerra asimétrica denominada “Guerra o Revolución Molecular Disipada”.
Definición de revolución molecular
La Guerra o Revolución Molecular Disipada es una acción de revolución horizontal que normaliza de manera gradual y cotidiana las disposiciones y conductas sociales en orden de alterar el estado de normalidad social del sistema dominante con la finalidad de que sea abolido y sustituido. En síntesis, es una forma de guerrilla urbana de acción simbólica y de combate, cuyos militantes del orden horizontal, propios de la sociedad civil que se organizan a través de movimientos sociales, colectivos, agrupaciones, etc., combaten molecularmente al sistema para imponer su propia dominación (López, 2019)[2].
Félix Guattari (2004)[3], autor del modelo, diseñó un diagrama o plan de deconstrucción del poder sistémico encarnado en el Estado y entendiendo que la palabra “territorio” corresponde al concepto de poder, su estrategia deconstruccionista concibe el desencadenamiento de un proceso de integral y permanente “territorialidad”, “desterritorialización”, “reterritorialización” y nueva “territorialización”. Este consiste en un proceso de apropiación y expropiación de la subjetividad de los sujetos para permitir la destructuración del sistema de poder dominante, lo cual implica conferirles nueva integridad ideológica o nuevo sentido a las cosas, para su reintegración como nuevo poder.
Este proceso de apropiación y expropiación de la subjetividad se realiza mediante la activación y articulación de distintos “segmentos” o “movimientos” que, desde la marginalidad, actúan como acciones de “empoderamiento” destinadas a realizar la “producción de liberación” y generar “flujos semióticos y materiales que cambian la subjetividad” del sistema social, constituyéndose como partículas que actúan focalmente y que producen “esquizes”, es decir, cortes o quiebres del sistema de dominio.
De acuerdo con López (2019) entre los componentes de este modelo de revolución molecular se distinguen tres fases esenciales:
-
- Escalamiento: Es generar motivos para la movilización a través de acciones de desacato, insumisión y rebelión de baja intensidad (por ejemplo, el incremento del pasaje en el metro conllevó a la evasión masiva y actuó como detonante del mal llamado “estallido social”). Incremento del nivel de violencia
- Copamiento: Es la activación de múltiples e incesantes focos de conflicto, saqueos, atentados y ataques, sin pausas o con repliegues tácticos momentáneos, en diferentes puntos de la ciudad, de la región y del país, logrando superar y copar la capacidad de respuesta de los organismos de orden y seguridad del Estado. Ataques múltiples, simultáneos y coordinados a todo nivel.
- Saturación: Es la inmovilidad terminal de Estado, el desborde de las acciones de conflicto a nivel Nacional, y la suspensión de toda autoridad en los hechos. Literalmente, buscan que el Estado se derrame y desborde, y que cese todo Estado de Derecho, llegando a una eventual situación técnica de Guerra Civil. Suspensión del Estado de Derecho y desborde del Conflicto
Por su parte, Guattari señala que la praxis de esta ruptura produce un flujo de “transversalidades” que, en conjunto, conforman un nuevo tipo de “andamiaje referencial”, que posibilita la formulación de nuevas propuestas y la fundación de nuevas “composiciones de existencia”, es decir, un nuevo sistema. Así, el sistema molecular constituye un devenir que, como proceso disipativo, deconstruye el orden molar dominante y constituye uno sustitutivo o nuevo sistema dominante.
Los ejes de poder de la revolución
Los ejes de poder de la revolución molecular se basan en conceptos deconstruccionistas que anticipadamente comenzaron a ganar “territorio” en el campo subjetivo de los sujetos para cambiar el sistema social. Así por ejemplo aparecen varios “movimientos” que se guían por conceptos que centralizan el poder, deconstruyen el sentido valórico de las cosas y confieren una nueva integridad ideológica a estos conceptos.
Tal es el caso del concepto “DIVERSIDAD”, sobre el cual se circunscriben movimientos que empoderan a determinados grupos sociales, como el “Movimiento Feminista”, el “Movimiento LGTB”, “Ni una menos”, “Movilh” “Inmigrantes”, “Indigenismo” (causa mapuche), “Anarquismo” etc., todos los cuales en su conjunto representan una fuente de poder individual, como movimiento, pero también una fuente de poder colectivo que se orienta hacia el mismo objetivo, deconstruir valores sociales que cambian los cánones de lo considerado “normal” y “binario”. En otras palabras, el concepto clave de “diversidad” es el paraguas para la apropiación y expropiación de la subjetividad de los individuos para empoderarlos de nuevos “valores” e involucrarlos en la “revolución”.
Otro concepto es el de “DERECHOS HUMANOS” que se transforma en el paraguas para el despliegue de movimientos que, como la CUT (Central única de Trabajadores), la AFEP (Asociación de Familiares de Ejecutados Políticos), la ANEF (Agrupación Nacional de Empleados Fiscales), el Colegio de Profesores y los distintos movimientos estudiantiles, entre muchos otros, persiguen en su conjunto fines de reivindicación política de la izquierda radical. Sin embargo, a su vez, existe un articulador preponderante en este sentido y es el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), que conforme las facultades otorgadas en la ley, es un permanente inquisidor de las fuerzas encargadas de establecer el orden y la seguridad pública y que en la actualidad inhibe su accionar, al amparo de organismos internacionales que permiten, soterradamente, el avance de la insurgencia en el terreno y generar fisuras en la institucionalidad.
Por otra parte, el concepto de “DESIGUALDAD SOCIAL”, es el eufemismo que se utiliza para reemplazar la llamada “Lucha de Clases” eje principal del Marxismo y el cual, desde su origen en 1847 con Karl Marx hasta la actualidad, ha ido variando en la forma de imponerse. Dentro de este concepto, en la actualidad, se ha dado origen a distintos movimientos sociales que componen la “Mesa de Unidad Social” (MUS), un símil de la “Mesa de Unidad Democrática” (MUD) de Venezuela[4], precisamente para ir en contra de un sistema económico opresor, abolirlo y reemplazarlo finalmente por el comunismo. Pero para ello se debe pasar necesariamente por el “Socialismo” como figura de transición[5], donde el Estado toma el poder de todo, expropia y distribuye en una supuesta igualdad (pobreza) para ejercer el control o dominación social. Por lo tanto, desde esta perspectiva el poder se concentra en movimientos sociales que promueven la “Nueva Constitución” y “la Asamblea Constituyente” como mecanismo para establecer el “Nuevo Estado”.
Sin embargo, este “Nuevo Estado”, denominado por Badiou (2019) como “figura de transición” obedece a un “Estado” que una vez emporado, debe abolirse así mismo para pasar al “comunismo” el que finalmente desaparece como figura de sí mismo y lo sustituye “el partido” (comunista).
Consideraciones finales
El anuncio del presidente Sebastián Piñera, respecto de que Chile estaba en una guerra con un enemigo poderoso, a juicio de este analista, está en lo correcto. En este caso, el concepto se concentra precisamente en una “guerra asimétrica”, es decir, una guerra donde se miden bandos con fuerzas muy dispares[6] y donde además concurren poderes que conducen, entre otros, a la guerra de guerrillas, la contrainsurgencia y la desobediencia civil. No se trata de una guerra convencional donde se enfrentan militares de ambos bandos, sino que se trata de un concepto, que además de generar la lucha o “resistencia” en el terreno (sin armas convencionales), se desarrolla una lucha simbólica para apropiarse de subjetividad de los individuos y generar masas que se puedan sumar desde lo político.
De acuerdo con Raul Sohr (2009), “en las guerras de contrainsurgencia libradas en Vietnam y Centroamérica, EEUU acuñó la doctrina de ganar las «mentes y los corazones» de la población ya que, en última instancia, constituyen el campo en que se resuelve la pugna. Es la ciudadanía de los países en conflicto la que definirá quién es el vencedor. En las guerras asimétricas, para la victoria en el largo plazo no basta un poder de fuego superior. El elemento político, que es el dominante, termina por inclinar la balanza a favor del que tiene de su parte ese esquivo y crucial factor que es la legitimidad.”
Bajo esta doctrina y en concordancia con la estructura hegemónica de Gramsci, la disparidad en esta “guerra” corresponde en esencia a la masa insurgente y adoctrinada que viene desarrollando esta Guerra o Revolución Molecular Disipada, a través de distintos ejes de poder que les ha permitido ganar “legitimidad social” por medio de la estrategia discursiva y que a su vez, dirigida por poderes fácticos que circundan las dictaduras de Cuba y Venezuela, se ha transformado en un enemigo “poderoso” y “peligroso” para la democracia de Chile, en términos de que se ha ido neutralizando la respuesta política para el restablecimiento del Estado de Derecho y por ende una superposición de fuerzas hegemónicas que terminarían cumpliendo su objetivo.
Referencias:
[1] Disponible en : https://www.marxists.org/espanol/marigh/obras/mini.htm, consultado el día 20-01-2020
[2] Alexis López Tapia (noviembre, 2019) “El modelo de la revolución molecular disipada”.
[3] Disponible en: http://23neomarxismo.blogspot.com/2011/04/64-felix-guattari.html?m=1 , consultado el 23-10-2019
[4] Disponible en: https://www.eltiempo.com/noticias/mesa-de-la-unidad-democratica-de-venezuela-mud , consultado el día 23-01-2020
[5] Alain Badiou (2019). “Qué entiendo yo por marxismo”. Siglo XXI Editores, Biblioteca del Pensamiento Socialista.
[6] Disponible en: https://nuso.org/articulo/los-peligros-de-la-guerra-asimetrica/ consultado el día 23-01-2020.