El Holodomor, una hambruna provocada por el hombre que devastó Ucrania entre 1932 y 1933, es uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad, en el que el control estatal sobre la agricultura condujo al genocidio de entre 7 y 10 millones de personas. Este acontecimiento, orquestado bajo el régimen de Joseph Stalin, implicó la colectivización forzada de la agricultura, que no sólo despojó a los campesinos ucranianos de sus tierras y su ganado, sino que también diseñó deliberadamente una hambruna que atacó la identidad y la cultura ucranianas. Las lecciones del Holodomor son conmovedoras, especialmente si se las analiza a través de la lente de las políticas agrícolas globales contemporáneas y el impulso hacia el control centralizado bajo el disfraz de la gobernanza ambiental y social.
Contexto histórico: El Holodomor
La política de colectivización de Stalin no era simplemente una estrategia económica, sino una herramienta de opresión política. Al confiscar tierras privadas e imponer cuotas de cereales imposibles de cumplir, el régimen soviético convirtió la agricultura en un arma. La hambruna se vio exacerbada por políticas que impedían a los ucranianos abandonar las zonas afectadas, lo que garantizaba que el sufrimiento se contuviera e intensificara. Los historiadores y académicos han detallado que estas medidas no solo tenían como objetivo el control económico, sino también la erradicación cultural y nacional de los ucranianos, lo que encajaba en la definición legal de genocidio.
Paralelismos modernos: la influencia del Foro Económico Mundial, la ONU y el PCCh en la agricultura
Hoy, el Foro Económico Mundial (FEM), las Naciones Unidas (ONU) y el Partido Comunista Chino (PCCh) abogan por unos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que, si bien apuntan a la sostenibilidad, podrían conducir, inadvertida o deliberadamente, a resultados similares a los del Holodomor. Estos objetivos suelen impulsar políticas que podrían reducir la producción agrícola bajo el pretexto de combatir el cambio climático. Por ejemplo, las propuestas para reducir la ganadería, limitar el uso de fertilizantes o controlar el uso de la tierra podrían afectar significativamente la producción de alimentos, lo que podría conducir a una escasez no muy distinta a la provocada en Ucrania.
La alarmante tendencia a la adquisición de tierras por parte de extranjeros
A estas preocupaciones se suma la tendencia de entidades extranjeras, incluido el PCCh, a comprar tierras agrícolas en países como Estados Unidos. Esta adquisición de tierras agrícolas plantea interrogantes sobre la seguridad alimentaria, la soberanía y la posibilidad de que entidades externas influyan en las políticas nacionales de producción de alimentos. El escenario refleja los temores de un control estatal o extranjero sobre la agricultura, donde las decisiones sobre qué cultivar, cuánto y para quién se toman lejos de los propios campos.
La Casa Blanca de Biden y Harris se ha opuesto a las medidas legislativas para impedir que China y otros adversarios extranjeros compren tierras agrícolas estadounidenses, lo que tal vez no sea sorprendente dado que Biden y Xi han trabajado juntos anteriormente para “abordar la crisis climática”. Muchos ven esto como una política muy peligrosa, especialmente considerando la proximidad de las adquisiciones de tierras agrícolas por parte de China a las bases militares estadounidenses.
Un llamado a la vigilancia
El Holodomor es un duro recordatorio de los peligros del control centralizado sobre la agricultura. Cuando los gobiernos o los organismos internacionales imponen prácticas agrícolas con el pretexto de objetivos más elevados, como la mitigación del cambio climático, existe el riesgo de repetir errores históricos. El impulso a una agricultura “sostenible” no debe darse a costa de la seguridad alimentaria o la soberanía nacional.
Conclusión
Las lecciones del Holodomor son claras: el control sobre la agricultura puede utilizarse como herramienta de opresión y genocidio. Mientras navegamos por las complejidades de las políticas agrícolas modernas, influidas por organismos globales e inversiones extranjeras, es crucial permanecer alerta. Debemos impedir que cualquier gobierno (incluido el gobierno mundial) implemente un Holodomor moderno. El mundo debe recordar que, si bien las intenciones detrás de las reformas agrícolas actuales pueden diferir, los mecanismos de control y sus posibles consecuencias siguen siendo históricamente consistentes. La concienciación y la educación histórica son vitales para garantizar que tales tragedias no se repitan.