Recientemente he pasado varios días de misión humanitaria en Donbass, una región entre Ucrania y Rusia, que lleva en guerra desde 2014. Entre el público español, este es un conflicto olvidado. En ninguno de los medios de comunicación con mayor alcance se habla de Donbass. Y ya saben, si un conflicto no aparece en los medios masivos, es como si no existiera porque la mayoría de la población lo desconoce. No obstante, el conflicto nunca se ha detenido, solamente ha tenido momentos de mayor o menor intensidad, pero nunca se ha detenido, y tal parece que no se detendrá si continúa invariable el contexto actual.
En primer lugar, echemos un rápido vistazo al pasado para ver los motivos que llevaron a esta guerra. En noviembre de 2013 irrumpió en escena una nueva revolución de color en Kiev (la primera fue en 2004 conocida como “la revolución naranja”). Tal parece que desde el gobierno de Washington subsanaron sus fallos en la revolución naranja de 2004 y durante los 10 años de intermedio se dedicaron a financiar y promover de sobremanera el nacionalismo ucraniano, y así tener a grupos dispuestos para el combate urbano, e incluso, para el combate guerrillero, ya que los liberales urbanitas no tenían valor ni valía para si quiera despeinarse en una mínima trifulca callejera.
No ha de sorprendernos esta metodología, ya que el gobierno estadounidense es conocido por financiar y promover la existencia de grupos terroristas islámicos allá donde les resulte posible (además de necesario) para cumplir un objetivo por medios indirectos. En el contexto de Ucrania, al igual que en otros países ex-soviéticos de su parte europea, en vez del islamismo, la ventana de oportunidades está en el nacionalismo, más específicamente en el nacionalismo anti-ruso. De tal forma que desde el gobierno de EEUU buscaron la instrumentalización de los nacionalismos periféricos de Rusia para crear un cordón de gobiernos tan abiertamente hostiles a Rusia como abiertamente pro-estadounidenses.
Dopaje político
“En este sentido, el nacionalismo ucraniano, dopado con millones de dólares, fue hinchado hasta formar la palanca necesaria para conformar la primera línea de combate en las acciones de la revolución de color de 2013-2014 conocida como la revuelta del maidán (en ucraniano significa plaza, y fue en la plaza de la independencia de Kiev donde tuvo su escenario principal). Siguiendo con todas las tácticas de la tecnología de revoluciones de color y guerras no-convencionales, en Kiev pudimos ver ese discurso mediático en el que a los manifestantes se les catalogaba de luchadores por la libertad, y a los policías como agentes opresores de un régimen dictatorial. Por supuesto, siempre se ocultaban todas las escenas de violencia realizadas por los manifestantes, nada pacíficos, provenientes de ese nacionalismo ucraniano instrumentalizado por los agentes estadounidenses”.
En toda revolución de color es clave la existencia de una minoría organizada que ataque a las fuerzas policiales desde las masas de manifestantes, para provocar una respuesta policial que afecte a esos manifestantes y con ello, en los videos e imágenes, mostrar únicamente a la policía reprimiendo a manifestantes, mientras ocultan todos los ataques a la policía con piedras, cocteles molotov o incluso excavadoras. Guerra mediática en estado puro.
La situación se precipitó hacia el colapso a partir de febrero de 2014. Primero, el gobierno ucraniano huyó de Kiev, y los manifestantes asaltaron el parlamento ucraniano y las instituciones del gobierno, después nombraron un gobierno provisional, cuya traducción real es un gobierno títere, supeditado a los intereses de sus promotores desde Washington. Ese “gobierno provisional” estaba ahí con un objetivo: Provocar una crisis en Rusia mediante la desestabilización en Ucrania, ya que aproximadamente la mitad de Ucrania es población rusa. En este sentido, el conflicto estaba preparado para estallar, y así sucedió tras el decreto de prohibición de la lengua rusa en todo el territorio del Estado Ucraniano, lo cual provocó que la población rusa hiciera su propia revuelta, su propio contra-maidán, que principalmente tuvo dos focos: Crimea y Donbass.
El maidán y el contra-maidán
“Bajo los mismos lemas de levantamiento y lucha contra la tiranía, en este caso contra el gobierno “provisional” de Kiev, los rusos del sur y del este de Ucrania se levantaron contra dicho gobierno recubierto de un nacionalismo ucraniano que pretendía homogeneizar, esto es, “ucrainizar” a toda la población a cualquier coste. Apúntese que el nacionalismo ucraniano, como cualquier otro nacionalismo occidental siempre tiene tres elementos: Alabanza absoluta a lo propio, demonización absoluta de lo otro, y numerosos mapas detallando cuán grande es la nación que se reivindica, sin importar la veracidad de dichos mapas. De manera breve, el nacionalismo (nada que ver con el patriotismo) siempre vino de la mano del liberalismo, a modo de auto-legitimación y de impulso hacia el pueblo para luchar por las causas de los gobernantes liberales. En este contexto, siempre existieron dos tipos de nacionalismo, uno de corte unificador, que cada gran potencia se aplicaba a sí misma para reforzarse, y otro de corte separador, que cada gran potencia aplicaba a potencias rivales para provocar divisiones y desestabilizaciones. Y ahí se enmarca el uso desde los EEUU de grupos terroristas islamistas o grupos nacionalistas, dependiendo de cuál sea la vulnerabilidad que encuentren para desestabilizar a su rival, en este caso, Rusia.”
Probablemente en el gobierno ruso sabían de las intenciones de los estadounidenses en Ucrania, y por ello, usaron también una herramienta indirecta, los “hombres de verde”, aquellos soldados sin emblemas que tomaron el control de toda Crimea rápidamente, y con ello permitiendo la realización pacífica del referéndum en Crimea a mediados de marzo de 2014, cuyo resultado era evidente, no solo entonces, sino que resultaba evidente desde 1991, puesto que los crimeanos nunca estuvieron de acuerdo en formar parte de un Estado ucraniano independiente de Rusia y además, hostil a Rusia, puesto que Crimea fue incluida en la RSS de Ucrania por decreto de Jrushchev en 1954.
Y justo 60 años después, los crimeanos regresaron a Rusia, pero no por otro decretazo, sino por un referéndum popular, es decir, usando el mismo discurso democrático siempre promocionado desde los EEUU, pero tal parece que en función de quién lo ejerza, es legítimo o no, esto es, si el referéndum lo hace alguien afín a los intereses estadounidenses, entonces es legítimo, o incluso, si es una declaración unilateral de independencia como en el caso de Kosovo en 2008. En resumidas cuentas, la legitimidad enmarcada desde los EEUU se basa realmente en que cualquier cosa es legítima mientras sea acorde a los intereses del gobierno estadounidense, y cualquier cosa que no sea acorde, es ilegítima, se haga como se haga.
Donbass sigue el ejemplo de Crimea
Tras un mes de marzo y abril de 2014 en el que la península de Crimea se independizó de Ucrania y pasó a formar parte de la Federación de Rusia, y en un contexto de creciente presión desde el nacionalismo ucraniano instrumentalizado desde el gobierno de Washington en Kiev, crecieron las tensiones en las regiones de Donetsk y Lugansk, esto es, en Donbass, pero también en otras regiones como Jarkov y Odesa. Parecía que la revuelta del maidán se iba a saldar con la desintegración del Estado post-soviético de Ucrania, y que el instrumento estadounidense para hacerse con el control absoluto de Ucrania iba a desembocar en su misma disolución.
En Donetsk y Lugansk, siguiendo el ejemplo de Crimea, también hubo miles de manifestantes que asaltaron y tomaron las instituciones políticas y realizaron un referéndum para determinar su futuro por sí mismos, en vistas de que desde Kiev solo llegaba odio y rechazo contra lo ruso, además de un exagerado pro-occidentalismo. En abril, el gobierno provisional de Kiev decretó una operación “anti-terrorista” en Donetsk y Lugansk, pero su primera oleada de soldados se rindió sin luchar, ya que no encontraron terrorista alguno, sino simplemente población civil atónita ante la llegada de esos soldados.
Así pues, el 11 de mayo de 2014, en ambas regiones del Donbass celebraron su referéndum y como era de esperar, el resultado fue una mayoría abrumadora por la independencia respecto a Ucrania pero, desde la política rusa no hicieron efectiva la vía crimeana, y no admitieron en la Federación de Rusia a estas dos regiones. Y en vistas de esa dejadez rusa, fuese por miedo o reticencia a iniciar un gran conflicto con los EEUU, permitieron que el gobierno provisional de Washington en Kiev lanzara contra Donbass a esos grupos nacionalistas que habían estado dopando durante años para usarlos como arma de primera línea contra Rusia.
El resultado no se hizo esperar. Los nuevos oligarcas en el gobierno de Kiev empezaron la formación de batallones compuestos de nacionalistas ucranianos para lanzarlos a primera línea en Donbass. El objetivo era claro: Crear el mayor terror posible y dar lugar a masacres entre ucranianos y rusos, propiciando una situación absolutamente igual a la sucedida en Yugoslavia durante la década de 1990. Así se puede ver la misma manera de instrumentalizar ciertos aspectos sociales para transformarlos en armas verdaderamente de destrucción masiva. El nacionalismo croata y el ucraniano, apoyados desde el gobierno de EEUU tienen grandes similitudes puesto que rescatan simbología, lemas y acciones de la segunda guerra mundial para meterlas a presión en la realidad actual, y con ello dar lugar a nuevas masacres repitiendo las acontecidas hace más de 70 años. Con esto no pongo ningún énfasis en determinar quién fue culpable de qué, sino en el uso interesado de traer al presente ese escenario de muerte desde el pasado cercano, cuyo objetivo es siempre favorable a los intereses estadounidenses y por el contrario, siempre es perjudicial para todos los europeos por provocar la existencia de guerras y masacres en la misma Europa.
Los años de 2014 y 2015 fueron los momentos de mayor intensidad del conflicto en Donbass, con el mayor número de muertos, batallas y refugiados que huyeron de la guerra para refugiarse en la vecina Rusia. Pero según probó la realidad, la población de Donbass ni huyó masivamente como podían haber pensado en Washington, ni tampoco se rindió; por el contrario, la población luchó tenazmente y se alineó en las milicias de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
En cuanto a los años de 2016 y el actual 2017, la guerra ha pasado a ser de posiciones, de trincheras, donde la artillería y los francotiradores son la tónica general. Una guerra donde supuestamente ambos bandos deberían haber retirado sus armas pesadas del frente de guerra pero realmente no lo hicieron, ya que el gobierno estadounidense, principalmente con Obama, siempre ha manejado a su títere en Kiev para continuar con los ataques contra la población civil, o incluso, en febrero de 2017, con Trump en la presidencia, el presidente ucraniano, Poroshenko, ordenó la realización de pequeñas ofensivas para provocar grandes respuestas militares de las milicias de Donbass, y así esperaba atraer de nuevo las miradas mediáticas y políticas de occidente sobre este conflicto. En este contexto, la guerra en Donbass actualmente es un constante desgaste militar a pequeña escala, y ante todo, un desgaste psicológico incesante contra la población civil, que cada noche, en las poblaciones fronterizas, escuchan el vuelo y la explosión de los obuses, y por ello han de dormir en los sótanos de sus casas, habilitados como improvisados refugios.
La guerra como negocio de los EEUU
Desde occidente muchos acusaban a Rusia de apoyar y suministrar armas a los “rebeldes” del Donbass, pero nada decían cuando los gobiernos de los EEUU, Canadá, Francia, y Alemania, entre otros, suministraban armas al gobierno títere de Kiev para hacer que continuase a toda costa y a todo coste humano con esta guerra en Donbass. Los acuerdos de Minsk I y Minsk II no han sido respetados por la parte ucraniana, básicamente porque la existencia misma de ese gobierno en Kiev se cimenta en la creación de conflictos junto a las fronteras rusas, y también, sirve para propiciar la emigración de millones de ucranianos, como así ha sucedido, hacia occidente, y que de tal modo sirvan como mano de obra todavía más barata en occidente, mientras que en Ucrania, los nuevos oligarcas se dedican a explotar todos los recursos naturales existentes. En este sentido, hay que remarcar la gran importancia de los recursos mineros de Donbass, muy conocido por sus yacimientos de carbón.
Es decir, que en Ucrania no hay una cuestión de “democratización” como pintan desde los gobiernos occidentales, ni tampoco hay cuestión alguna de que los “nazis” hayan tomado el control de Ucrania. Esto es una cuestión de poder, una cuestión de control de recursos (principalmente energéticos), y sobre todo es una cuestión de desestabilizar a Rusia (por rivalizar con los EEUU) mediante el cercamiento con países hostiles y/o conflictos dentro de sus países fronterizos. Por ello, si se mantiene esta situación actual, jamás se detendrá la guerra, porque es parte del negocio del gobierno estadounidense, donde su venta de armas y su control sobre recursos naturales depende de la existencia de conflictos como el existente en Donbass y en otras regiones de Ucrania (como Odesa o Jarkov). Pero Ucrania no es un caso único, también el Cáucaso y Asia central que se enganchan con oriente medio (desde Siria a Yemen) forman parte de este sangriento juego por conseguir el control absoluto de todos los países y de todos los recursos naturales en el mundo.
La escalada imparable
Tanto los habitantes de Donbass, como los sirios o los yemeníes han demostrado una tenacidad y una constancia en la defensa de sus patrias que ha llevado a una escalada cada vez más sangrienta en las acciones realizadas por los intermediarios estadounidenses, es decir, por sus grupos terroristas sin importar que sean aparentemente islamistas o nacionalistas.
Así se puede constatar que la escalada de los crímenes cometidos por los batallones privados en Ucrania, o los grupos terroristas en Siria, siempre cumplen con esta máxima de incrementar el terror para provocar reacciones violentas desde la población atacada y sus fuerzas armadas, y con ello, venderlo en los medios occidentales como masacres terribles provocadas por Siria, Rusia, Irán, o cualquier país que se oponga a los EEUU. Además, bien saben en el gobierno de EEUU que es muy difícil que se detenga una cadena sangrienta, donde cada bando vengará una masacre con otra, y así sucesiva e incesantemente. Por ello resulta tan crucial la comprensión de esas acciones terroristas encaminadas a crear la imparable corriente sangrienta.
El tablero mediático es también de importancia crucial en la legitimación de las revueltas y las guerras por todo el mundo, que son afines a los intereses del gobierno estadounidense. En este sentido, nunca mostrarán la realidad, sino su montaje mediático para justificar posteriores acciones militares. Lo hemos visto en Donbass con el derribo de un avión civil, donde acusaron rápidamente a las milicias del Donbass por su derribo, y usaron la misma treta sangrienta en atentados similares contra autobuses repletos de civiles en Donbass. Pero no olvidemos que eso mismo dijeron recientemente en Siria, con el supuesto ataque con gas sarín acusando al gobierno sirio de su realización, y con ello justificando más bombardeos y más ataques por toda Siria, así como el apoyo con suministros militares a los grupos terroristas que desde los EEUU califican como “rebeldes democráticos”.
“Solo queremos paz”
Volviendo al tema inicial, Donbass, hay una frase que escuché a todas las personas con las que hablé allí. Todos repetían que “solo queremos paz”, todos sentían que estaban viviendo una guerra impuesta, que nadie quería esta situación, que nadie quería la escalada conflictiva que comenzó en 2014. Nadie quería llegar a esto, y seguramente la mayoría de ucranianos tampoco deseaba llegar a la situación de 2017, en que todo su país está hundido en una miseria aún mayor que en 2014, pero sus oligarcas en el poder han aprovechado para enriquecerse aún más.
Esta vivencia personal desde luego hace reflexionar a cualquiera cuyo interés esté en la paz y en las personas, y no en el negocio de la guerra. Escuchar a las personas más ancianas que se entristecían o incluso lloraban al narrar cómo ahora están reviviendo la guerra de su juventud (la segunda guerra mundial), que de repente han vuelto las mismas escenas de pánico y destrucción, y con ello inevitablemente, la existencia de una dura postguerra cuando llegue la paz, que llegará tarde o temprano. Y los más jóvenes, que habían estudiado durante algún tiempo en Europa occidental, también señalaban que en Europa occidental no sabemos apreciar verdaderamente lo que es vivir en paz, lo que es vivir sin mirar al cielo y escuchar el vuelo de las bombas y su estallido final, acompañado inevitablemente de la destrucción y la muerte.
Exactamente las mismas frases las he escuchado de los sirios, y de buenos conocidos que han visitado Siria y han constatado la misma situación, la misma profunda tristeza por la guerra impuesta contra su pueblo. Y digo contra su pueblo porque en Siria o Donbass, su población sabe mayoritariamente que no sufren una guerra contra su gobierno, sino contra ellos mismos, que los intermediarios terroristas no van contra su gobierno, sino que desatan un terror cada vez mayor contra la población para hacerla huir de sus patrias y con ello, dominar por completo esos territorios que están repletos de importantes recursos naturales.
Para terminar, invito a que cualquier persona visite esas zonas de conflicto, y no me refiero para realizar ayuda humanitaria, que quizá sea pedir demasiado para muchos, sino simplemente como “periodistas improvisados”, para ver la situación de la población que sufre esas guerras impuestas y entonces verán como todo el marco mediático mostrado en occidente, no son más que mentiras dispuestas en favor de los intereses económicos de la élite capitalista dominante, que desde Washington, Bruselas, Tel Aviv, Riad, o donde sea que pongan su sede, usarán cualquier debilidad, cualquier método, lo que sea que puedan usar para crear las guerras que sostengan su economía mundial. Mientras tanto, esos mismos hablan de derechos humanos, pero ni los derechos ni los humanos les importan lo más mínimo a esas élites del dinero y del interés. Esa es la cruda realidad.