Tras los cuestionados resultados de las recientes elecciones presidenciales de EE.UU., el candidato republicano, Donald Trump, se rehúsa a admitir la derrota frente al demócrata Joe Biden. El actual mandatario asegura que hubo fraude electoral e interpuso las respectivas denuncias para el recuento de votos en algunos estados.

A pesar de la insistencia del presidente norteamericano sobre las irregularidades en los comicios, este jueves las agencias electorales y casi una docena de funcionarios aseguraron que no se halló evidencia de votos perdidos o modificados en los comicios.

Según los expertos, es poco probable que las alegaciones de Trump den un giro a los resultados preliminares, cuya versión final se dará a conocer el 14 de diciembre, cuando el Colegio Electoral se reúna para oficializar el resultado.

“Si el país continúa respetando el Estado de derecho, no veo un camino constitucional plausible para que Trump permanezca como presidente, a menos que haya nuevas pruebas de una falla masiva del sistema electoral en varios estados”, aseguróRichard Hasen, profesor de derecho de la Universidad de California a The Guardian.

El experto considera que si eso llega a suceder, “sería una toma de poder descarada y antidemocrática tratar de usar las legislaturas estatales para eludir la elección de los votantes, y no espero que suceda”.

Por otra parte, el profesor de derecho en la Universidad de Nueva York, Richard Pildes, comentó al medio británico que “la ironía, o la tragedia, es que logramos llevar a cabo una elección extremadamente fluida, con una participación récord, en circunstancias excepcionalmente difíciles y, sin embargo, una parte significativa de los partidarios del presidente ahora está convencida de que el proceso fue defectuoso”.

“Las diferencias sondemasiado grandes”

La postura de Trump ha aumentado las preocupaciones de que el voto popular no se refleje en el veredicto del Colegio Electoral, tomando en cuenta algunas consideraciones de las legislaturas estatales.

Aunque el politólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison, Barry Burden, dijoa AFP que ese escenario “es extremadamente improbable”, considera “preocupante que se esté discutiendo”.

En este sentido, el especialista en elecciones John Fortier afirmó a la agencia de prensa que “probablemente en los próximos días, con el avance del conteo y quizás el rechazo de ciertos recursos legales, veremos que las diferencias [de votos] son demasiado grandes como para esperar una reversión mediante acciones legales”.

Por ahora, se prevé que Biden obtenga más de los 270 votos necesarios para alcanzar la victoria, donde los estados de Míchigan, Nevada, Wisconsin, Pensilvania y Arizona han jugado un papel clave. Sin embargo, la campaña de Trump estaría tratando de impedir que en al menos Pensilvania y Míchigan, los funcionarios certifiquen los resultados.

Tendencia de Trump sobre fraude electoral

La tendencia de Donald Trump para argumentar que hubo fraude en procesos electorales de EE.UU. no es nueva. Incluso, sus tuits al respecto ya empezaron en 2012 contra Barack Obama, cuando calificó los comicios de una “farsa”.

Posteriormente, lanzó acusaciones similares contra el entonces senador Ted Cruz en las elecciones de 2016. “Ted Cruz no ganó Iowa, la robó”, publicó el mandatario.

Ese año también atacó a la candidata demócrata Hillary Clinton, afirmando que “las elecciones están siendo absolutamente amañadas”, tuiteó el mandatario. No obstante, ni en 2012 ni en 2016, las autoridades lograron obtener evidencia sobre alguna irregularidad que podría afectar los resultados finales.

Indra desmiente estar detrás de un supuesto fraude en las elecciones de EEUU

Indra, la multinacional tecnológica española, desmiente estar detrás de un supuesto fraude en las elecciones de Estados Unidos, como denunció, sin pruebas más que palabras, el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, cercano a Donald Trump.

En una entrevista con la televisión Fox, Giuliani denunció un supuesto fraude en el recuento de los votos, asegurando que la compañía Dominion Voting System “podía ser hackeable”. El también abogado de Trump aseguró que “Dominion es una compañía propiedad de otra compañía llamada Smartmatic, a través de una empresa intermediaria llamada Indra”.

De acuerdo a Giuliani, “Smartmatic se fundó en 2004. La conformaron tres venezolanos, quienes eran muy cercanos al dictador Hugo Chávez. Está creada para arreglar elecciones. Esa es la compañía que posee a Dominion. Aunque Dominion es canadiense, todo su software es de Smartmatic”, remarcó, señalando que el supuesto fraude se realizó desde Barcelona.

“Dominion eliminó 2,7 millones de votos de Trump a nivel nacional. El análisis de datos encontró que 221.000 votos de Pensilvania fueron cambiados de Trump a Biden. 941.000 se eliminaron. Los estados que utilizaron el sistema de votación Dominion cambiaron 435.000 votos de Trump a Biden”, denunció el propio Trump en su cuenta de Twitter, sin dar pruebas.

La “más grande” del mundo

“Smartmatic se fundó en la idea de que la tecnología puede ayudar a garantizar la integridad de las elecciones.Establecida en Florida a raíz de las elecciones del 2000, Smartmatic se centró en crear tecnologías de votación más seguras, accesibles y fáciles de usar, diseñadas para salvaguardar el proceso de principio a fin”, afirma la compañía en su web. La empresa fue fundada por Antonio Mugica, Alfredo José Anzola y Roger Piñate, y está presidida hoy por Pedro Mugica, oriundos de Caracas.

“Hoy en día, Smartmatic es la compañía de tecnología de elecciones más grande, avanzada e innovadora del mundo. De Chicago a Manila. De Utah a Bélgica. Y desde Los Ángeles a Londres, desde 2003, Smartmatic ha diseñado e implementado con éxito tecnología de votación segura para comisiones electorales en los cinco continentes en 25 países”.

Paralelamente, Dominion Voting Systems pertenece a Dominion, una empresa canadiense creada en el año 2002. Dominion Voting Systems es una filial en Denver: ha desmentido las acusaciones en los 28 estados en los que intervino.

‘Fake news’

Fuentes cercanas a Indra han desmentido a Vozpópuli cualquier vinculación con estas empresas y cualquier injerencia en las elecciones.

“Indra nunca ha desarrollado ningún proyecto de gestión de procesos electorales con Dominion ni con Smartmatic. Y nunca ha tenido ninguna relación contractual o comercial con esas dos empresas, que son competidores de Indra. Indra no ha intervenido de ninguna forma en las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos”, señalan.

Las mismas fuentes aseguran que se trata de “otra fake news” de Giuliani.

Indra está participada en un 18,75% por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), un 11,32% por la Corporación Financiera Alba, un 9,80% por FMR, un 5,67% por Fidelity Low Priced Stock Fund y alrededor de un 3% por Norges Bank (el banco de Noruega), State Street Corporation y T. Rowe Price Associates.

EEUU, ¿un faro roto de la democracia?

Javier Benítez.Mientras el demócrata Joe Biden se autoproclamó como vencedor en las elecciones de EEUU, la Administración General de Servicios [GSA por sus siglas en inglés] encargada de iniciar el traspaso de poder, no la ha certificado. Sin embargo, la Unión Europea [UE] y varios presidentes de ese continente se han adelantado y han felicitado a Biden.

Los sospechosos de siempre

La Administración General de Servicios, agencia que se encarga de iniciar el traspaso de poder en EEUU, sigue sin certificar el triunfo del demócrata Joe Biden en las elecciones cuando ya ha pasado una semana de los comicios.

No importa, para eso ahí está una mano –negra de acuerdo al presidente de EEUU, Donald Trump– que mueve los hilos coreográficos cual titiritero. A la voz de ‘¡ya!’, el sábado las principales cadenas estadounidenses –léase CNN o NBC, declaradas abiertamente enemigas íntimas del actual inquilino de la Casa Blanca–, lanzaron su proyecciones –encuestas– que en la práctica se convirtieron en un ‘anuncio oficial’ de la victoria de Biden.

“¿Las encuestas? Pero ellas no deciden las elecciones. Ellos nombraron a Joe Biden… No, no lo es, ¿Quién lo nombró así? ¡Oh, Dios mío! ¿Todas las cadenas? ¡Guau! Todas las cadenas. ¡Tenemos que olvidarnos de la ley, los jueces no cuentan! Todas las cadenas pensaron que Biden iba a ganar las elecciones por un 10%. Vaya, ¿qué pasó? Vamos, no seas ridículo: las cadenas no pueden decidir las elecciones, los tribunales sí”, reaccionó entre vehemente e irónico el abogado de Trump y exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, al enterarse de esto en plena rueda de prensa en Filadelfia.

A la coreografía de los medios se sumó de inmediato el principal interesado: Biden se autoproclamaba, al mejor estilo Guaidó, como vencedor de los comicios. “La gente de esta nación ha hablado. Nos han entregado una victoria clara, una victoria convincente”, aseguró Biden. No sorprende viniendo de quién viene. Para no quedarse corto, disparó a discreción: “Esta noche el mundo entero está mirando a EE.UU. y creo que, en nuestro mejor momento, EEUU es un faro para el mundo”.

Tampoco sorprende que del otro lado del Atlántico replicó una coral incauta en una suerte de canon musical, esa pieza de una composición basada en la imitación entre dos o más voces separadas por un intervalo temporal. Así, personalidades como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel, o su discípula al frente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, entre otros, atizaron el verbo para felicitar a un ganador no oficial. El primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, se tomó su tiempo, pero acabó felicitándole también. Hasta ahí, todo normal.

De acuerdo a José Luis Orella. Dr. Historia y Dr. Derecho, esta reacción europea tiene una lectura económica, al indicar que en su momento el presidente Trump subió los aranceles a las importaciones de productos europeos, favoreciendo la economía nacional por tener un tamaño continental, lo que provocó que todos los grupos económicos exportadores europeos perdiesen un gran mercado como el estadounidense.

“En ese aspecto, el que pueda haber cambios en ese sentido, puede favorecer todo ello. Aparte de que ya muchísimos políticos, como Macron, seguían mucho en unas líneas atlantistas muy similares a lo que podríamos llamar ‘ese centrismo’ que siempre ha perdurado en EEUU y que intenta favorecer un hermano paralelo en la UE”, señala el experto.

Lo que también ha sido normal, fueron las reacciones de países como Rusia y China, cuyos líderes son más cautos y muestran coherencia. Por un lado, el portavoz de la presidencia rusa, Dmitri Peskov, declaró que el Kremlin esperará el resultado oficial de las elecciones antes de felicitar al candidato ganador. Del mismo modo, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino Wang Wenbin, declaró que China espera los resultados oficiales y no se apresura a comentar la posible victoria de Biden. “Tomamos nota del anuncio del señor Biden”, lanzó indiferente.

Rusia, el único enemigo para Biden

“Creo que la mayor amenaza para EEUU ahora mismo, en el sentido de vulnerar nuestra seguridad y nuestras alianzas, es Rusia”, declaró Biden el pasado 3 de octubre. Unas palabras que causaron estupor en el Kremlin, y a las que respondió Peskov: “Con tales actitudes se alimenta un odio absoluto hacia Rusia”.

Mientras, la portavoz de Exteriores de Rusia, María Zajárova, aseguró que “en Moscú hay disposición a una cooperación constructiva con cualquier presidente estadounidense, sea quien sea”. Al mismo tiempo, hizo una valoración sobre los comicios en EEUU: “el sistema electoral estadounidense adolece de deficiencias evidentes”. Añadió que esas carencias “han sido destacadas innumerables veces por observadores internacionales, incluida la OSCE y expertos reconocidos en este asunto”.

Pero no sólo desde Rusia se tiene esa visión del sistema electoral de EEUU. Desde Reino Unido, el líder del Partido del Brexit, Nigel Farage, publicó en Twitter un mensaje diciendo que “el ridículo sistema de votación postal ha contaminado la política británica. Ahora está haciendo lo mismo en Estados Unidos” y adjuntó un artículo de opinión de su propia autoría en Newsweek titulado “Why Trump Should Keep up the Fight” –¿Por qué Trump debería seguir luchando?–.

En este sentido, Orella  observa que “lo primero que nos puede resultar a los no estadounidenses es la sorpresa de que [EEUU] el país que va de primera potencia del mundo, el más avanzado, con unos sistemas muy sofisticados de nuevas tecnologías, o por lo menos eso es lo que siempre sus empresas privadas nos intentan vender a todos los demás, pues que tengan uno de los sistemas de recuentos mucho más antiguos. Desde luego incluso en España antes de las 10 de la noche [de una jornada electoral], todos ya sabemos quiénes son nuestros representantes democráticos”.

“Entonces, es muy sorprendente que [en EEUU] todavía sigan con un sistema de recuento que habrá que mirar el por qué es tan antiguo, y a quién conviene que se mantenga”, remacha el Dr. José Luis Orella.

Mujtahed: MBS se ofreció a pagar los costes de las demandas legales de Trump contra los resultados electorales.

El famoso tuitero saudí Mujtahed ha revelado nuevos detalles sobre los contactos entre el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, y el asesor saliente del presidente de EEUU, Jared Kushner en un intento por salvar al “suegro” de este, Donald Trump, derrotado en las elecciones estadounidenses por el candidato demócrata Joe Biden.

Mujtahed escribió en un tuit que “Mohammed bin Salman y el asesor especial de Trump, Jared Kushner, han discutido las posibilidades de mantener a Trump en el poder a través del respaldo financiero de Mohammed bin Salman para cubrir los costos de las demandas legales”.

MMBujtahed agregó: “Se le ofreció a Trump un cheque en blanco por parte de Mohammed bin Salman para cubrir todos los honorarios de los abogados en los casos que se presentarán en relación a las demandas por una supuesta manipulación de votos en muchos estados y para explotar todos los medios legales para desafiar la victoria de Biden”.

Análisis: No hay como aguantar la respiración

Alain de Benoist

Nicolas Gauthier: Joe Biden ha sido proclamado ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Donald Trump, que no admite la derrota, grita fraude y está a punto de entablar una batalla legal. ¿Cuál es tu análisis?

Alain de Benoist: Lo principal no se dice. Todo el mundo admite ahora que las encuestas que presagiaron un aumento de los demócrata fueron, una vez más, equivocadas, ya que Biden, siempre que se confirme su victoria y las sospechas de fraude sean infundadas, solo ganó apenas. Pero esta observación no es suficiente. Lo que las encuestas no habían pronosticado era que Donald Trump reuniría entre 7 y 10 millones de votos más a su nombre que en 2016. La idea que transmitieron los medios fue que hace cuatro años, la “demagogia trumpiana” había abusado de un electorado ingenuo y que ahora se arrepintió amargamente (de ahí la ola anunciada). Ha ocurrido lo contrario. No solo los que votaron por Trump en 2016 confirmaron sus votos, sino que millones de ex votantes demócratas se unieron a ellos.

Habiendo sido considerable la participación en la votación -lo cual es raro al otro lado del Atlántico-, el hecho masivo e indiscutible es que la mitad de los estadounidenses son hoy “trumpianos”, es decir, que acampan en posiciones populistas. Trump perdió una batalla, ¡pero el trumpismo no perdió la guerra! El tradicional sistema bipartidista está patas arriba: el electorado republicano no tiene nada que ver con lo que fue. Y a medida que la enemistad feroz prevalece en ambos lados, y los viejos cimientos de la identidad estadounidense colectiva se han desvanecido, Estados Unidos se encuentra dividido en dos como nunca lo había estado desde la Guerra Civil. Un diario danés habló estos días de “un abismo de división, ira y odio”. Una revolución en un país hasta ahora considerado bastante “unanimista” en términos de sus valores e instituciones.

¿Cómo caracterizar a los dos campos?

Al contrario de lo que a menudo imaginamos, a derecha e izquierda, la división no es fundamentalmente étnica. Trump ha sido acusado de ser el “presidente de los blancos”, incluso hubiera deseado serlo, pero si ese hubiera sido el caso habría sido mucho más (y esto es seguro) golpeado. Las tensiones raciales son obvias, al otro lado del Atlántico como en cualquier otro lugar, pero no lo resumen todo. Las condiciones de vida de las “minorías” (que están en camino de convertirse en mayoría) han mejorado mucho más bajo Donald Trump que bajo Obama. Esto explica por qué Trump mejoró su puntaje con ellos al ganar el 17% de los votos entre los negros, frente al 13% en 2016, y el 35% entre los latinos, frente al 32%. El movimiento Black Lives Matter, se olvida con demasiada frecuencia, que no nació bajo Donald Trump sino bajo el segundo mandato de Obama …

Si el trumpismo se está fortaleciendo, no es porque los votantes de Trump sean “supremacistas blancos” o porque, conquistados por las teorías de la conspiración, imaginen que Hillary Clinton está devorando niños vivos durante las oscuras “ceremonias de pedo-satanistas”. Lo que separa a los dos campos que se encuentran hoy cara a cara son las afiliaciones de clase y concepciones de la sociedad totalmente opuestas. Por un lado, tenemos a los representantes del establishment, apoyados por casi todos los medios, por otro, estadounidenses apegados a sus raíces, su propia sociabilidad y valores compartidos. La gente sedentaria que es de alguna parte y los nómadas que son de ninguna parte, la gente corriente de las clases populares y medias en proceso de degradación (aquellos a los que Hillary Clinton llamó los “deplorables”) y los cabilderos “enraizados” que consideramos producen el auge del populismo como un fenómeno tan incomprensible como escandaloso. Es muy parecido a lo que vemos en los países europeos: una lucha frontal entre los habitantes de las ciudades globalizadas y lo que llamamos la “Francia periférica”. Con, en el caso de Estados Unidos, un importante detalle geopolítico: los Estados más favorables a Trump se concentran en el centro del país, pertenecen a la América continental, mientras que los bastiones de Joe Biden pertenecen al América marítima: las principales metrópolis de la costa Este y California. Tierra y mar, siempre es así.

Inmediatamente elegido, Joe Biden proclamó su deseo de ser un “presidente que une a la gente”. ¿Existe la posibilidad de hacerlo?

Yo no lo creo. Pasemos a la mediocridad palaciega del personaje. Que los demócratas hayan elegido como su campeón a un político senil, experto en desatinos y sólidamente corrupto ya dice mucho de la crisis que atraviesa el Partido Demócrata, que, además, acaba de perder escaños en la Cámara de Representantes y no pudo ganar el Senado. El campo de Biden está profundamente desunido y su margen de maniobra será muy estrecho. Donald Trump fue un chivo expiatorio providencial para los demócratas: fue solo el odio a Trump (el mismo odio mostrado por el 90% de los medios europeos) lo que los unió. Si Trump ya no está, todas sus diferencias saldrán a la luz, mientras la ira de la gente continúa rugiendo. Y si, como es muy posible, si no probable, Kamala Harris, representante del ala izquierda del partido, sucederá a Biden durante su mandato, la brecha entre las dos Américas se ampliará aún más. Hasta que punto, en un país en el que circulan libremente más de 350 millones de armas de fuego (muchas más que las personas), es muy posible que se espere lo peor.

Análisis: Perdió Trump, Biden no ganó. Es la geopolítica

Manolo Monereo

Hace cuatro años pronostiqué la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton. Ahora las cosas estaban más claras, quizás demasiado. El desgaste del presidente norteamericano parecía evidente y las encuestas auguraban una victoria nítida de la dupla Biden/Harris. Me ha sorprendido la consistencia y la fuerza del voto republicano. Biden ha sido el candidato más votado de la historia de EEUU; el segundo ha sido el candidato Trump. Lo que teníamos delante de nuestros ojos era una enorme polarización y una fortísima movilización que ha ido creciendo día a día. A Trump lo ha derrotado una “coalición negativa”. El “todos contra el presidente” ha funcionado. ¿Hubiese perdido Trump sin la covid-19? No lo creo. La pandemia ha sido un catalizador que ha activado una amplia oposición cansada de tanta retórica, de tanto negacionismo que contrastaba con una imponente cifra de muertos, de infectados y, sobre todo, que ponía de manifiesto el desastroso, caro e injusto sistema sanitario norteamericano. El aparato del Partido Demócrata ha hecho de esta cuestión el tema central de su campaña; no se equivocaron.

¿Gana Biden? Lo dudo. Una coalición negativa (de eso sabe mucho Donald Trump) es relativamente fácil de ahormar en determinadas circunstancias. La propuesta Biden/Harris se ha ido construyendo por oposición, atrapando perfiles de votantes, sumando expectativas sociales y traduciéndolas en votos. Trump, como tantos otros populistas de derechas, domina el discurso, la capacidad para definir enemigos y situar como fuerza social a aquellos que cuentan poco o que se sienten marginados de la política. La piedra de toque es gobernar; es decir, diseñar estrategias, alianzas sociales, gestionar la maquinaria del Estado y tener un equipo solvente que dé confianza a la ciudadanía. Trump ha sido demasiadas veces su peor enemigo; ha emitido mensajes contradictorios y sus decisiones han carecido la más de las veces de coherencia. Las memorias de John Bolton dan cuenta de una gestión caprichosa, carente de fundamentos y de una improvisación impropia de un dirigente político. La polarización que tan buenos resultados le ha dado, le ha impedido ampliar consensos; abrió todos los frentes posibles y se equivocó en el fundamental, la pandemia. Aun así, ha conseguido casi la mitad de los votos.

Trump fue la reacción de una Norteamérica profunda que estaba harta del reinado de Obama y de los demócratas, que tenía la sensación de que EEUU se estaba quedando atrás frente a una China que le disputaba abiertamente la hegemonía y, era básico, que se sentía en la obligación de defender una identidad político-cultural en peligro. Los datos electorales nos dicen que estas percepciones se han hecho fuertes, han devenido en cultura política y que con Trump o sin él, seguirán estando ahí. Con Biden/Harris llega al gobierno la derecha del Partido Demócrata. De nuevo, como diría la Nancy Fraser, ¿“neoliberalismo progresista” en el poder? Seguramente. Habrá neoliberalismo sin duda; progresismo en los grandes enunciados sobre feminismo, crisis climática y apoyo a las minorías. Los retos son grandes, las expectativas creadas son muchas. El bloque del “no” sumaba muchas cosas, demasiadas; demandas viejas y nuevas, necesidades sociales históricamente insatisfechas, libertades por conquistar y dignidades pisoteadas. Al principio todo será fácil y se cabalgará con el entusiasmo de la victoria. Pronto se tomarán decisiones y se verá el margen de maniobra real en la Cámara de Representantes y en el Senado, no hay que olvidarlo, en momentos de pandemia y de depresión económica, social, político cultural.

No es este el momento de hacer una evaluación de lo que sido el gobierno de Donald Trump y sus políticas. El “América primero” fue el intento de situar a la ofensiva a un país en decadencia en un mundo que iniciaba una gran transición geopolítica. China era el enemigo, si no a batir, al menos, frenar. EEUU no podía consentir (nunca lo ha consentido) la hegemonía de una potencia enemiga en el hemisferio oriental. En términos militares: repliegue táctico, reducir el frente y acumular fuerza en el punto decisivo. En un primer momento intentó hacer la “jugada Kissinger” al revés; es decir, una alianza, más o menos explícita, con Rusia frente a China. No le fue posible. Constató la enorme habilidad de China para usar en su favor las instituciones y tratados multilaterales creados por los EEUU y, a martillazos, la administración Trump fue agrietándolos, cuando no, rompiéndolos sin miramientos. Un tema tan central como la OTAN fue dejado a un lado, los aliados tradicionales fueron maltratados en el marco de una estrategia que tenía como objetivo central Asia y sus enormes desafíos. Ha sido penoso ver a los dirigentes políticos europeos ir detrás de un presidente norteamericano que los trataba con prepotencia y, a veces, con un desprecio rayano en la humillación. Demasiadas ocurrencias, excesivas prisas y decisiones arbitrarias. Eso sí, Israel, Israel siempre al mando.

La otra cara del asunto, la política interna, lo esperado y un poco más. Gobierno al servicio de los ricos, masivas ayudas a las grandes empresas y defensa intransigente de los postulados liberales más rancios. La Reserva Federal inyectando masivamente dinero y el gobierno acumulando deuda. Los datos macroeconómicos antes de la pandemia eran buenos, eso sí, conviviendo con enormes desigualdades, bajos salarios, carencias estructurales de servicios públicos, sobrexplotación de una fuerza de trabajo segmentada territorialmente, por su composición racial y por su género. La retórica nacionalista e industrialista no se vio traducida en políticas concretas y los llamamientos al retorno de empresas o a la reintroducción de las cadenas de valor no encontraron demasiado eco; por cierto, los demócratas llevan propuestas parecidas en su programa electoral.

Asombra las loas a la democracia americana y a su supuesta salvación, Biden. Bastaría tomar nota del sistema electoral y de los juegos de estrategia de las élites para darse cuenta que se trata de la quintaesencia de un sistema político plutocrático, centralmente antidemocrático y controlado por los grandes poderes económicos, mayoritariamente alineados hoy con la derecha del partido demócrata. El asombro se convierte en perplejidad cuando se conjetura que la nueva administración será positiva para las relaciones internacionales, las instituciones multilaterales y para la salud del planeta. Hablar de la supuesta ejemplaridad democrática de EEUU no ayuda a entender un mundo que está cambiando radicalmente y que lo hace en contra de su hegemonía, de su, hasta ahora, indiscutible dominio; frente a un orden creado a su imagen y beneficio; tampoco ayuda, paradójicamente, a comprender la reacción de una parte significativa de la población norteamericana que se ha movilizado contra un poder autoritario al servicio de una oligarquía cada vez más rica y omnipotente.

¿Qué cabe esperar de la nueva administración? Habrá, seguramente, una reordenación de prioridades donde lo interno y lo internacional se solaparán en función de intereses del momento. Según algunos medios, estaríamos ante un programa económico y social marcadamente de izquierdas que significaría, en la práctica, una enmienda a la totalidad a la política seguida por Trump. Esto ya lo oímos con Clinton y con Obama. Necesariamente tiene que haber un giro sustancial en el combate contra el virus, importantes inversiones en la sanidad pública y una mayor atención a las enormes desigualdades sociales y territoriales, sin olvidar la cuestión del desempleo que ha crecido mucho con la pandemia.

Los cambios, a mi juicio, vendrán de la política internacional de la nueva administración demócrata. En primer lugar, China será el enemigo a batir, el adversario sistémico (como lo denomina la UE) a contener y derrotar. Para EEUU es una cuestión existencial: no consentirán, repito, la hegemonía del viejo imperio en el hemisferio oriental. Hablar de cuestión existencial significa que irán en serio y hasta el final empleando todos sus enormes medios, todas sus capacidades, combinando poder duro y blando, guerras económicas e hibridas, el ciber espacio y la inteligencia artificial. Sin olvidar un asunto no siempre bien subrayado, su desequilibrante superioridad político-militar y geoestratégica. En segundo lugar, la estrategia va a cambiar. Será, por decirlo así, trilateral. EEUU sabe que, por sí mismo, no puede ganar esta la guerra y necesita aliados estables. Se trata de construir un bloque alternativo a China-Rusia a nivel mundial sumando a la UE, a Gran Bretaña, a Australia, Japón y Corea del Sur. La condición previa es que, de una y otra forma, los aliados cuenten, sean tomados en consideración e incorporados en las decisiones. Es lo que no supo ver Donald Trump. El territorio es favorable y el señor Borrell, disponible. Es más, Pedro Sánchez, discípulo siempre aventajado, habla ya de construir económica y políticamente un espacio transatlántico más allá de Berlín y de París. La UE quiere ser aliada privilegiada a cambio de renunciar a ser un sujeto político autónomo, un actor internacional con intereses propios y definidos; protagonista de un mundo multipolar en construcción. La Unión Europea parte de una alianza estratégica hegemonizada por los EEUU, Esta es la línea de demarcación decisiva que marcará el futuro de nuestro país.

La OTAN, en tercer lugar, va a ser refundada por enésima vez. Será el eje vertebrador de la estrategia político militar ampliando, aún más, sus zonas de influencia. La llamada Defensa Europea queda así definida: fuerza complementaria y subalterna a la política global de la OTAN; es decir, de EEUU. Por último, en esta estrategia tendrá mucha importancia lo ideológico, la plataforma político-cultural que legitime el discurso de esta nueva etapa que se abre. El objetivo explícito será reconstruir el Orden Liberal Internacional frente a las viejas políticas de Donald Trump y el autoritarismo de China y Rusia. La nueva administración retomará viejos temas y viejas consignas en nombre del multilateralismo, el libre comercio y los derechos humanos. La confrontación será sistemática y a nivel global. Veremos la exigencia de derechos humanos en Bielorrusia, en Hong Kong, en China, en Rusia. En paralelo, el retorno a los acuerdos de París, a la OMS y, reservas, renegociar los acuerdos con Irán.

Antes hablé de Nancy Fraser. Como es conocido, ella defendió un populismo progresista frente al populismo reaccionario de Donald Trump. Esto no es lo que ha ganado en EEUU. Biden-Harris representan lo que la conocida politóloga norteamericana llamó el “neoliberalismo progresista”. Es difícil que el banderín de enganche para el” nuevo consenso transatlántico” sea este término. Vendrá un “liberalismo progresista” que exprese una nueva síntesis y que permita romper con la tradición de la izquierda europea. En medio, una crisis geopolítica de enormes dimensiones, una pandemia que muta en depresión económica, social y psíquica y una sociedad que vive entre el miedo y el resentimiento. El quién gana lo veremos pronto.

Análisis: ¿Se encamina EEUU a una guerra civil?

Alfredo Jalife-Rahme

La elección de la democracia bananera de EEUU es el brote agudo de la involución del sistema, fracturado en 2 repúblicas irreconciliables —la azul, demócrata, y la roja, republicana— con subfracturas entre los ‘progresistas’ de Sanders y los ‘centristas’ de Biden, quienes en su conjunto avizoran una guerra civil que no se atreve a decir su nombre.

Con el fin de no cometer crímenes cronológicos y equivocaciones simplistas y ultrareduccionistas, se aconseja diferenciar entre el nivel de desinformación de los medios mainstream —los omnipotentes oligopolios del deep state que boicotearon a Trump— de perfil cortoplacista cuando no efímero, y los análisis académicos profundos de perfil visionario de largo plazo. A estos últimos no les perturba en absoluto si gana la Presidencia Biden, que cumplirá 78 años el próximo 20 de noviembre, o Trump, que tiene 74 años, debido a su enfoque más estructural que subjetivo, coyuntural, sicoanalista o interesado.

A mi juicio, sea cual fuere el epílogo de la cuestionada elección presidencial de la democracia bananera que practica EEUU —quien todavía se da el lujo de pontificar al género humano— , lo relevante radica en la reconfiguración de un país muy dividido y polarizado en todos los ámbitos. No se diga cuando se aprecia en un mapa electoral los colores imperantes: el azul demócrata, que reina en la costa occidental, en la costa noreste y en las zonas metropolitanas de las grandes ciudades, frente al rojo republicano que predomina en el sur, en el cinturón bíblico o bible belt, en las zonas rurales profundas del país, en gran parte del sur —cinturón solar o sun belt— y del cinturón industrial o rust belt y, quizá, alrededor del lago Niágara.

En fechas recientes se han acelerado las publicaciones que vaticinan una inexorable guerra civil en EEUU.

Ya desde 1996, Thomas Chittum, excombatiente de la guerra de Vietnam, se atrevió a enunciar la “Segunda Guerra Civil: la Balcanización que viene de EEUU”.

​Hace dos días, el polémico investigador Wayne Madsen —connotado investigador del contraespionaje del National Security Agency (NSA) y furibundo trumpófobo— aseveró que “existe una distintiva posibilidad de que EEUU se sumerja en una anarquía política no vista desde la guerra civil en la mitad del siglo 19”. Y advierte la probabilidad de que Trump proclame su “Republica Roja” en su propiedad de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). Esta contaría con la protección del gobernador y de los residentes potentados cubanos, colombianos y venezolanos, y así recibiría el reconocimiento de Brasil, Colombia y el presidente venezolano interino Guaidó, además del de los primeros ministros de Hungría y Eslovenia y el del presidente Erdogán, de Turquía.

David French —evangelista trumpófobo de corte conservador— publicó su polémico libro Nos caemos divididos: la amenaza de secesión de EEUU y cómo restaurar nuestro país. En la misma línea, Richard Kreitner evoca la balcanización de EEUU: “Desintegrarse: secesión, división y la historia secreta de la unión imperfecta de EEUU”.

La cacería de brujas que han solicitado la progresista Alexandria Ocasio-Cortez y la ex primera dama Michelle Obama para publicar la “lista de los sicofantes de Trump” ahonda las profundas divisiones en el seno de la sociocultura de EEUU. Porque tanto demócratas como republicanos en la respectiva cuarta parte de sus integrantes se vitupera de ser “malignos. ¿Puede un país coexistir así con esas características centrifugas tan ahondadas?

De hecho, ya existe el portal ex profeso de nombre Una nueva guerra civil, que expone la dinámica centrífuga de las incompatibles contradicciones en EEUU. Abundan artículos al respecto en la pluralidad de portales como Vice,pasando por Prospect de Gran Bretaña —Dos tribus, Trump y el estado de una unión en peligro: la nueva guerra civil estadunidense—, hasta el británico The Guardian —controlado por la fauna del megaespeculador globalista Soros—, donde el clintoniano anterior secretario del Trabajo Robert Reich evoca que “el país de Trump está dividido”.

¿La República Roja de Trump es la República WASP (White AngloSaxon Protestant)? Nada menos que Michael Vlahos —del Colegio de Guerra y profesor en la Universidad Johns Hopkins— en tres preguntas que le realiza el conocido comentarista John Batchelor, además de su reciente metanálisis, opera la analogía de la guerra civil del Imperio romano con la secuencia vivencial muy similar de EEUU.

  • Primera Pregunta: postula el control de los optimates —el eje formado for Biden, Wall Street, Silicon Valley, Hollywood y MassStream Media— frente a los populares —los populistas rurales y deplorables del multimillonario de Manhattan Donald Trump.
  • Segunda Pregunta: el cinismode la plutocracia estadounidense.
  • Tercera Pregunta: “La transformaciónde EEUU de ser una república a un imperio”.

El reciente metanálisis postelección: a Vlahos no le preocupa la guerra civil, sino la transformación teológica, maniquea y excluyente de la vida en EEUU con la narrativa progresista del Proyecto 1619 y las impositivas agendas explícitas de BLM y LGBT que han provocado la feroz reacción de la República Roja WASP y sus respectivos cinco escenarios.

Bryan Walsh, consagrado a la tecnología y a la geopolítica, comentaque la elección no fue la “causa” de la “profunda división” que vive EEUU, sino su “consecuencia”. Sea cual fuera el resultado, “las divisiones entre estadounidenses seguirán creciendo hasta que un día, quizá, se llegue al punto de ruptura”.

Por su parte, Alastair Crooke —anterior espía británico del MI6 y exasesor del Alto Representante de la Unión Europea Javier Solana —evoca el impasse vigente cuando “Biden puede o no ganar, pero Trump es el presidente de la República Roja“. Crooke fustiga severamente al texano ultraconservador Mike Lind, cuyo concepto de una “sociedad tecnomanejada (managed society)”, basada en la ciencia, forma parte de la ideología de Biden.

El problema radica en que, a juicio de Crooke, “EEUU se ha fracturado en dos placas tectónicas que se disgregan en diferentes direcciones” cuando “una mitad del electorado estadounidense votó precisamente para expulsar a la otra mitad”. Crooke pone en duda la “legitimidad” del proceso electoral al presuponer la manipulación cibernética del sufragioen Wisconsin y Michigan, lo cual presagia la balcanización de EEUU.

La conclusión es que, desde la perspectiva mexicana, sería un grave error de juicio que tanto los mexicanos tanto allende como aquende la transfrontera —no se diga ya el gobierno de la Cuarta Trasformación— se inmiscuyan en una guerra civil de las dos repúblicas, una azul y otra roja, cuando sus consecuencias tendrían efectos deletéreos tanto en el mismo México —que ahora padece las veleidades secesionistas con la federación de gobernadores adictos y controlados a George Soros que buscan balcanizar al país mediante mil pretextos— como en el seno de EEUU, donde los mexicanos —residentes, emigrantes e indocumentados— son mayoría en los dos principales polos de la secesión balcanizadora: California, principal proveedor de votos electorales (55), que favorece la balcanización del oeste de EEUU bajo control de la republica azul, y Texas, segundo estado con el mayor número de votos electorales (38): un polo decisivo junto a Florida (29) para la conformación de la República Roja o República WASP de Trump.

No me gusta ser fatalista, menos determinista teleológico, pero el destino de EEUU, más que en otras partes de su inmensa geografía, se juega en tres estados: California, Texas y Florida, cuyas inéditas reverberaciones afectarán a los mexicanos de EEUU como a México mismo al sur de su frontera.

By Saruman