Selk’nam privados de su libertad

 

En este quinto extracto del libro “Islas-cárcel, castigo a la transgresión política”, Ediciones Mapocho Press, 2020, el autor se refiere a las políticas para eliminar las poblaciones aborígenes de la Patagonia y despejar las tierras para dedicarlas a la crianza de ovejas.

Casi un siglo antes de recibir presos políticos de la dictadura cívico- militar del general Augusto Pinochet en 1973, la misión San Rafael, de Puerto Harris, en Isla Dawson, sirvió desde 1899 como campo de concentración de la etnia selk’nam. Esta iniciativa de la Congregación Salesiana, que arribó a Punta Arenas en 1887 liderada por el cura José Fagnano Verol, pretendía “salvar” almas aborígenes con el pretexto de “proteger” sus vidas del genocidio que llevaban a cabo los grandes ganaderos ovinos cobijados por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego (SETF), liderada por la compañía británica Williamson & Balfour.

Los sacerdotes católicos se propusieron catequizarlos, cristianizarlos, atrapar sus almas y des-culturizarlos por completo, en lo que llamaron proyecto de rescate humanitario, civilización, cristianización y, sobre todo, de desarrollo. Fagnano obtuvo la concesión gratuita de la isla Dawson por un plazo de 20 años por decreto supremo del gobierno del presidente José Manuel Balmaceda.

Mil hombres, mujeres y niños ingresaron a las instalaciones de la Misión Salesiana de San Rafael, compuesta por capilla, casas, galpones, talleres y viviendas construidas por los curas en una millonaria inversión. El 23 de setiembre de 1911, cuando el sacerdote Marco Zanchetta cerró el campo, con nueve curas más cuatro religiosas Hijas de María Auxiliadora, sobrevivían 25 indígenas selk’nam (cinco hombres, once mujeres y nueve niños y niñas) que fueron trasladados a Punta Arenas. Total de muertos: 862.

Los indígenas selk’nam (onas) y kawésqar (alacalufes) fueron expulsados de sus territorios ancestrales por la irrupción “civilizadora” de los ganaderos ovinos SETF, que además se empeñaron en una campaña de exterminio total, una “solución final” a cargo de asesinos profesionales de diversas nacionalidades contratados en el sur de Chile y Argentina, todo esto mientras las autoridades de gobierno chilenas y argentinas miraban hacia otro lado.

La idea de Fagnano fracasó porque los indígenas contrajeron enfermedades nuevas, de las que su sistema inmunológico no podía protegerlos. Otros se fugaron, aunque eran reemplazados, pero lo definitivo fue que no estaban dispuestos a vivir en cautiverio, por muy cómodas que fueran sus habitaciones.

Los terrófagos de la Patagonia y Tierra del Fuego mataron a los pueblos originarios para preservar a sus ovejas, cuya lana y carne comercializaban a gran escala. Los vejámenes a los pueblos originarios de Tierra del Fuego quedaron registrados para la historia en un sumario de 1895, correspondiente al juicio a cargo del juez Waldo Seguel de Punta Arenas. Este documento del Archivo Nacional, que se puede consultar en línea, evidencia que la colonización e instauración de estancias ovejeras provocó el exterminio de los selk´nam y de otros indígenas de Tierra del Fuego.

El Museo Regional y la Universidad de Magallanes, junto al Poder Judicial, revisaron en 2012 este documento que en 700 fojas describe los vejámenes infligidos a indígenas de Tierra del Fuego. El museo obtuvo una copia del original y lo compartió con otras instituciones, además está en su portal.

La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego fundó en 1894 las Estancias Caleta Josefina y San Sebastián, con las que se inició la ocupación de este territorio y la expulsión de los indígenas para liberar grandes áreas destinadas a la crianza de ovejas, señala un informe del Museo de Magallanes publicado en su web site.

El sistema de latifundio fue reforzado con programas públicos de apoyo a los colonizadores y por vacíos legales. Las compañías ganaderas de Tierra del Fuego presionaron al Estado para acumular aún más riquezas:

“Si no se arbitra ese medio [la extracción de los indígenas de su suelo natal], cuente el Gobierno de Chile con que en un año o dos la Tierra del Fuego volverá a ser tan salvaje como antes de que estableciéramos en ella nuestras estancias e industriales laboriosos como creemos haber sido, serán arruinados en la pérdida de ingentes capitales que tienen invertidos y esto redundará en notable atraso de esta próspera región (sic)…”.

Los fueguinos resistieron huyendo, construyendo trincheras y desplazándose a través de Tierra del Fuego. Según la documentación que ofrece el Museo, en las persecuciones, la suerte de los selk´nam variaba de acuerdo a su edad o género. Los hombres adultos eran asesinados por encarnar la resistencia o eran separados al ser secuestrados.
“…Para matar indios recibiendo en pago, diez pesos por cabeza de cada indio que mataban. Esta orden la recibían del administrador don Alejandro Cameron, quien les pagaba la remuneración y les daba las provisiones. Le dijeron también que tenían orden de matar los machos y traer las hembras y los muchachos”.

Mujeres selk'nam

Mujeres selk’nam

 

“Niños y niñas se mantuvieron con vida y se distribuyeron a familias para servicio doméstico en situación de esclavitud: A nuestra presencia los indios varones emprendieron la fuga, quedando sólo las mujeres a quienes trajimos a las casas de la hacienda”.

Las estancias también capturaban, según constata una carta que Moritz Braun, accionista principal de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego en 1899, envió al presidente de la sociedad, Peter McClelland: “Una indiecita que usted quería que le enviase. He intentado obtener una de la Isla Dawson y Río Grande pero lamento decirle que no he podido. Si podemos capturar indios este invierno, intentaré guardar una niña para enviársela”.

Las mujeres sufrían las peores violencias en contextos de guerra y colonización, violaciones sistémicas y secuestros. Las oleadas migratorias que arribaron a Tierra del Fuego eran mayoritariamente de hombres, quienes hicieron de estas prácticas algo habitual.

El exterminio selk’nam

La extinción de los selk’nam fue “la solución final” acordada por los grandes latifundistas criadores de ovejas y empresarios de minería aurífera que a fines del siglo 19 y comienzos del 20 (1880-1910) invadieron el vasto territorio chileno argentino de la Isla Grande de Tierra del Fuego, hábitat de hasta 4.000 nativos de la etnia selk’nam durante 10.000 años.

El conocimiento ancestral de este pueblo nómade y libre ignoraba el significado de las cercas de alambre de púas y desconocía los conceptos “certeza jurídica” y propiedad privada. Durante milenios, estos hombres fornidos, altos (1,80 mts.), deambulaban en libertad con sus mujeres y niños, alimentándose y vistiéndose (precariamente, pese al frío) de carne y pieles de guanaco, animales silvestres, mariscos y otras especies marinas que recolectaban en las playas y roqueríos. Trabajos recientes de investigadores de diferentes países contradicen la versión desinformadora sobre el pretendido canibalismo y “degeneración de una raza débil”, como causa comúnmente aceptada de la desaparición de estos indígenas.

El genocidio fue oscurecido por la historia oficial y el culto a la personalidad de los “pioneros” blancos que se enriquecieron en Tierra del Fuego aliados con los ingleses de Williamson & Balfour para implantar un capitalismo ganadero ovino a gran escala bajo el pretexto de establecer soberanía en vastos territorios de Chile y Argentina habitados por pueblos originarios que el modelo neo-colonialista de crecimiento económico exigía exterminar, como ocurrió en Estados Unidos y otras regiones del mundo.

Como los guanacos tampoco sabían para qué servían las cercas de alambre de púa, las saltaban olímpicamente para devorar los pastizales destinados a las ovejas, mientras los indígenas comían “guanaco blanco”, mucho más sabroso que el camélido, que también fue diezmado por los invasores blancos.

La antropóloga franco-estadounidense Anne Chapman (1922-2010) aseguró en Fin de un Mundo que al comenzar la ocupación en 1880 la población ona (selk’nam) era de 3.500 a 4.000 individuos. La cifra bajó rápido: en 1919 se contaron 279, en 1929 habían menos de 100 y en 1966 quedaban sólo trece. Ángela Loij, la última representante pura de este pueblo amerindio falleció en 1974. Hoy sólo existen descendientes de la etnia. (30) Pese a todas sus desgracias, los descendientes selk’nam luchan ahora contra un proyecto de ley, ya aprobado por la Cámara de Diputados el 7 de marzo de 2019, que reconoce la responsabilidad del Estado chileno en el genocidio selk’nam y aónikenk (tehuelches).

El problema es que el proyecto les niega el reconocimiento legal como Pueblo Originario por considerarlos extintos. La presidenta de la Corporación Selk’nam Chile, Hermany Molina, dijo: “Nosotros creemos que hubo un genocidio, pero no nos extinguieron, estamos vivos, luchando por qué se nos reconozca vivos y no muertos o extintos. Añadió: ¿De qué nos sirve una estatua? Éste es un nuevo genocidio, pero por ley aprobada en el Congreso”.

En contraste, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas de Argentina reconoció el 12 de diciembre de 1995 la persona jurídica a la Comunidad Indígena Rafaela lshton de Ushuaia, del pueblo selk’nam. En 1999 murió Virginia Choquintel y en su honor lleva su nombre el Museo de Historia de Río Grande. El Censo del 2010 reveló la existencia de 2.761 personas que se auto reconocieron como onas en toda Argentina, de ellos, 294 residentes en la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

Los invasores de Tierra del Fuego aparecieron en los siglos 18 y 19. Balleneros noruegos, suecos y otros buscadores de pieles de guanaco y zorro, anglosajones cazadores de pingüinos y loberos estadounidenses. Algunos, contribuyeron al genocidio envenenando los restos de animales sacrificados después de extraerles piel y grasa. En 1879, el chileno Ramón Serrano Montaner pregonó haber encontrado oro en Tierra del Fuego. Y aparecieron buscadores del metal provenientes de diferentes países, como ocurrió en California cuatro décadas antes.

Los autores principales del exterminio selk’nam fueron capataces y peones ingleses, escoceses, irlandeses e italianos de las grandes estancias que pagaban a los sicarios una libra esterlina (o 10 pesos) por testículos y senos, y media libra por cada oreja de niño. También colaboró en la matanza el ejército argentino.

El historiador español José Luis Alonso Marchante, autor de Menéndez, Rey de la Patagonia, afirma que la extinción de los selk’nam fue un exterminio ordenado por José Menéndez Menéndez, el mayor latifundista del sur de Chile, sobre cuya familia existen museos en Punta Arenas, y a quien se le atribuye el desarrollo económico de la región. Los autores intelectuales –y a veces también materiales– del genocidio fueron los dueños y administradores europeos (algunos después se hicieron propietarios) de las estancias patagónicas. También contribuyeron al genocidio los buscadores de oro.

En 1893 Menéndez y otros mega terrófagos formaron la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego (SETF) asociados con la compañía inglesa Williamson & Balfour para criar ovejas europeas traídas de Islas Malvinas y, el negocio más rentable, vender su lana en los mercados textiles

internacionales. La SEFT formó un imperio ganadero con gran parte de la Patagonia chilena y argentina, mientras Williamson & Balfour trataba de reproducir el negocio también en Rapa Nui, con la Sociedad Explotadora de Isla de Pascua (SEIP).

El salesiano italiano Alberto María de Agostini (1883-1960), misionero de Don Bosco, fotógrafo, geógrafo, documentalista y expedicionario, llegó a Tierra del Fuego en 1910. Entre las decenas de libros que publicó se encuentra Treinta años en Tierra del Fuego.

En 2013, el historiador español José Luis Alonso  Marchante encontró en la Biblioteca Nacional de España el texto original de1956, comprobando que en las reediciones, incluida la de 2013, faltan párrafos relevantes y reveladores.
En la escritura censurada, Agostini sostuvo rotundamente: la extinción del pueblo selk’nam en la Patagonia chilena y argentina no fue obra de su “ignorante glotonería”, “guerra entre tribus” o producto de su “miserable contextura física”, como dictó durante muchos años la historia oficial, sino que resultado del exterminio y la cacería, ordenada por un solo hombre: José Menéndez, el gran latifundista del extremo sur de Chile.

Selk'nam libres

Selk’nam libres

 

Expertos investigadores del genocidio selk’nam, como el argentino Osvaldo Bayer (1927-2018), consideran a Menéndez, Rey de la Patagonia el texto definitivo sobre la verdad de la extinción de los selk’nam en Tierra del Fuego. En rigor, se trató de un exterminio ordenado por José Menéndez, el gran terrófago asturiano.

En 1882 el periódico londinense Daily News publicó un reportaje a un británico interesado en las posibilidades económicas de Tierra del Fuego: “Se piensa que la Tierra del Fuego sería adecuada para ganadería, pero el único problema en este plan es que, según parece, sería necesario exterminar a los fueguinos [selk’nam]”.

El historiador regional Mateo Martinic publicó una carta estremecedora de uno de los empleados de la estancia Primera Argentina (de Menéndez), el escocés James Robbins, que en 1898 escribía a un amigo: […] Tenemos quince soldados aquí cuyo deber es cazar indios. Ocho de nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al sur, pasado Punta María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más cercano al campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y veinte minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta. Voy a correr el velo sobre los siguientes cinco minutos y dejarlo que suponga el resto.

Los Menéndez Behetty, vástagos del emigrante asturiano, utilizaron el mismo método de exterminio con los tehuelches.

Me han contado que algunos de los invasores pagaban cinco libras por cada indio que se atrapara y se llevará a una Misión.

Algunos pensarán que ello fue meritorio, porque se desembarazaba al país de una plaga peligrosa y se ayudaba, al mismo tiempo, a la Misión a reformar a los salvajes y convertirlos en útiles ciudadanos; pero otros lo consideraban como un medio de reducir a los aborígenes libres, los verdaderos dueños de la tierra, a una servidumbre forzada.

The New York Timesafirmaba en 1887: …Es natural que con el avance de la civilización en la zona del sur templado deberá llegar un renovado interés en la exploración antártica […] Desde 1842 casi nada se ha agregado al pequeño conjunto de conocimiento respecto de la región polar austral. Grandes progresos se han hecho en el trabajo de desarrollar los recursos de la mitad austral de Sud América. A la partición de la Patagonia ha seguido la sujeción o exterminio de las razas nativas en ese país, y los enérgicos habitantes de la República Argentina están ahora explorando el nuevo territorio que han ganado. A pesar de ello, sigue lento el conocimiento antártico…, lamentaba el diario estadounidense en su edición del 16 de mayo de 1887.

Plena comprobación: deportación en masa de las mujeres y niños indígenas de la Tierra del Fuego.

Habiendo uno de nuestros redactores emprendido viaje de recreo a la Isla Dawson, tuvo lugar de presenciar, el día 23 del presente marzo [1895], el desembarque de 19 indios (11 mujeres y 8 menores), tomados en Tierra del Fuego, y llevados a la Misión Salesiana, de Puerto Harris, en dicha isla.
Preguntando a los conductores del cargamento humano por la suerte de los hombres adultos y jefes de esas familias, se nos dijo ignorarla completamente.

Ya se sabe qué suerte corren […] hermanos adultos, los padres, etc., cuando de esas familias sólo se trae a las mujeres y a los niños. Es pues cierto cuanto en La Razón hemos aseverado respecto del exterminio autorizado de los indios fueguinos.

A pesar de cuanto dato se nos había suministrado, esperábamos aún que hubiera algo de exageración (sic) en lo que se nos asevera. No es así. ¿Con qué derecho se destrozan las familias y se deporta o destierra a los verdaderos propietarios del suelo fueguino, por el solo crimen de buscar el alimento que se les ha arrebatado? ¿Donde está la ley o la autorización para tales atentados? Ya veremos si el país y el Gobierno pueden continuar tolerando tales desmanes.

El racismo le impide a la élite criolla apreciar como seres humanos –por lo menos, “a su imagen y semejanza”– a los indígenas selk’nam, ni a ninguna otra etnia de los pueblos aborígenes locales.
El 24 de marzo de 1859, la época en que comenzaba la “civilización del hombre blanco” de Tierra del Fuego, un párrafo del editorial de El Mercurio de Valparaíso, afirmó:

[…] Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género humano; y una asociación de bárbaros tan bárbaros como los pampas o como los araucanos no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización […].

El diario porteño, fundado en 1827 y adquirido en la década de 1880 por el poderoso banquero Agustín Edwards Mc-Clure (en Santiago fue fundado en 1900), ablandaba ideológicamente las mentes de sus lectores ante la proximidad de la guerra de ocupación del territorio indígena desde el río Bío Bío hasta el Toltén.

Eufemísticamente llamada “Pacificación de la Araucanía (1861-1883), esta guerra fue iniciada por la elite bajo el gobierno conservador de José Joaquín Pérez Mascayano (1861-1871) y concluida en el periodo de Domingo Santa María González (1881-1886).

¿Qué hicieron con los selk’nam?

En enero de 1896 el sacerdote Maggiorino Borgatello declaraba ante el Juzgado de Letras de Magallanes que un representante de la principal compañía ganadera fue a Santiago y habló con el presidente de la República [Jorge Montt Álvarez, 1891-1896, triunfador de la guerra civil de 1891], con monseñor Fagnano y con los demás miembros superiores de la Sociedad Explotadora, la cual en una reunión que tuvo aprobó enviar a Dawson a los salesianos, a todos los indios que se hallasen en su propiedad de la Tierra del Fuego, para salvarlos del exterminio, concurriendo por su parte a los primeros gastos con la limosna de una libra esterlina por cada indio, una vez solamente para siempre.

De esos tiempos recordaría años más tarde William A. Blain, “un joven ovejero que salió de las Tierras Bajas de Escocia hacia Malvinas, y desde ahí a Patagonia, y desde ahí a Tierra del Fuego, y desde ahí de regreso a casa dos décadas después”.

“Alrededor del 11 de junio de 1896 oímos de algunos indios siendo avistados cerca del límite de las ovejas. Una expedición fue enviada en su búsqueda. El 16 el grupo regresó con alrededor de una docena de indios hombres, mujeres y unos pocos niños, que serían enviados a la estancia en la Isla Dawson. El 26 de junio Mr. Wales partió a Inglaterra. El 2 de julio dos indios más fueron traídos haciendo el número crecer a 14. El mes de julio pasó sin posibilidad de embarcar a los indios a la isla”, agregó.

También se conoce el caso de una tribu que encontró una ballena varada en la playa de Springhill y como muchas veces aprovecharon de obtener alimento de ésta. En menos de 24 horas gran parte de ellos murieron, ya que el mamífero había sido envenenado.

“Respecto de la matanza de indios en la hacienda de la Tierra del Fuego, el inspector de dicha sociedad don Cruz Daniel Ramírez y su empleado don José A. Concha, me dijeron que cuando en noviembre del año próximo pasado fueron a visitar dicha hacienda, salieron dos individuos contratados por el administrador señor [Alexander] Cameron, para matar indios, pagándoles diez pesos por cabeza. Sé que en la hacienda de Punta Anegada el piloto don José María Rodríguez vio dos cabezas de indígenas y sé que se paga a razón de una libra esterlina por cabeza. Este hecho me lo ha contado el mismo Rodríguez. Don José Agustín Concha me ha contado que Samuel Hyslop es uno de los que hacen este negocio”.

Los autores intelectuales y materiales más relevantes del genocidio, incluidos peones y capataces que actuaron como sicarios, han sido identificados por diversos investigadores, en más de un siglo de recolección de testimonios, documentos, cartas, libros de memoria y otras fuentes que desmienten la versión oficial de la historia que presenta a los empresarios como héroes del progreso y la civilización de Tierra del Fuego:

• José Menéndez Menéndez, español hijo de labriegos asturianos, emigró a Buenos Aires y después de trabajar algunos años en contabilidad se trasladó a Tierra del Fuego en 1874 donde llegó a controlar y cercar con alambre de púa las mayores praderas de la isla con la dispendiosa ayuda de los gobiernos de Chile y Argentina en beneficio del “progreso y la civilización”.

• Alexander McLennan (1871-1917), escocés, apodado Chancho Colorado, administrador de estancias San Gregorio y otras haciendas del asturiano José Menéndez, dueño de la mayor parte del territorio de Tierra del Fuego por concesiones obtenidas en Chile y Argentina. Existen testimonios de una matanza de 17 indios efectuada por McLennan en 1897 siguiendo instrucciones de Menéndez, cuando administraba la estancia Primera Argentina.

Uno de esos testimonios señala: “¡Para poner ovejas mataban indios!…Esos los hizo matar Chancho Colorado (McLennan), administrador de los Menéndez. Otros de los matadores lo voy a nombrar: uno era José Díaz, algo de portugués por ahí. Otro se llamaba Kovasich, yugoeslavo. Alberto Niword, era otro, son tres, Sam Hyslop y Stewart, algo de malvinero por ahí. Que yo sé, que más o menos que los conozco por mi mamá que los nombró a todos […] y hay varios más que yo no me acuerdo, declaró a los realizadores de un documental el sobreviviente Federico Echeuline, de madre ona y padre noruego, fallecido en 1980 a la edad de 75 años”.

La etnógrafa francesa Anne Chapman grabó en Tierra del Fuego entrevistas sobre cantos y relatos selk’nam y de otras etnias, publicadas por Folkways Records, que pueden escucharse en el Museo del Sonido de Londres. Las entrevistas, transcritas por el Museo Marítimo de Ushuaia, fueron hechas a indios ya reducidos por los salesianos.
Allí el “indio” Luis Garibaldi Hone (su madre provenía de la zona de Cabo San Diego, por lo tanto haush), (42) refiriéndose a algunos estancieros de origen europeo, dijo:  “Ellos educaron algunos indios, educar en el sentido del trabajo, darle amor al trabajo, al dinero, en fin. Ahí el indio, en principio, el que quería trabajar trabajaba, el que no, no trabajaba. Pero el que no trabajaba no tenía comida, así que era fácil educarlos”.

Garibaldi Hone relató a Chapman una emboscada preparada por McLennan contra un grupo selk’nam:

“El Cabo Peñas es el que está frente donde está el faro. Es un cabo que desplaya mucho y hay un descanso de lobos, porque es muy desplayada y hay mucha alimentación en la marea baja. Hay peces y mariscos de muchas clases. Hasta el lago (Fagnano) bajaba la gente a marisquear y cazar lobos. Porque ahí estaba el descanso de lobos. Entonces el Chancho Colorado, éste puso una vez unos centinelas armados con Winchester, unos tres, cuatro hombres, tres por un lado, tres por otro lado del cabo. Cuando vino la marea alta a crecerse, en una parte del acantilado del cabo los iban apretando a medida que venían subiendo la marea, los iban apretando y el que quería pasar para el lado de la gente, le metían bala… así que la gente, las mujeres y los chicos, se aglomeraron donde estaba el acantilado y ahí los ahogaron a todos…”.

Garibaldi añadió: “…Lucas Bridges dice que él invitó al Chancho Colorado para ver si podía civilizar a los indios, que era mejor civilizarlos, que podían ser útiles para el trabajo del establecimiento ganadero y el Chancho Colorado le dijo que no, que era mucha molestia, porque para civilizar, primero hay que mantenerlos y después hay que vestirlos y hay que educarlos; mejor es meterle una bala, se termina enseguida la historia. McLennan, administrador de la “Primera Argentina” durante 12 años, recibía órdenes directas de José Menéndez, no actuaba por su cuenta. Cuando se jubiló, su patrón le regaló un valioso reloj en reconocimiento a sus servicios”.

• Julius Popper (1857-1893), ingeniero rumano de origen judío, llegó a Buenos Aires en 1885 olfateando el oro de la Patagonia, adonde se trasladó en 1886. Pero también se dedicó, “deportivamente”, a asesinar selk’nam con secuaces que llevó desde Buenos Aires, quienes operaban disfrazados de “policías” con un estrafalario uniforme castrense de utilería: se les atribuyen 900 ejecuciones en sus “cacerías” de seres humanos en vez de animales.
Garibaldi Hone, en su relato a la antropóloga Anne Chapman, contó que el rumano mataba por gusto: “Popper, un hombre educado, un ingeniero, matando indios y todavía tiene la desfachatez de hacer sacar la fotografía. Y mataba por matar, porque en ese tiempo cuando Popper cazaba él no tenía ovejas, ¡si él era buscador de oro! Mataba por matar, de gusto”.

By Saruman