El libro de François Bousquet está dirigido “a todos y a nadie”. Por un lado, se trata de un llamamiento a la movilización general; por otro, es un llamamiento al sacrificio ‒de aquellos de los que puede decirse que solo
son unos cuantos elegidos. Es también un texto abundante en reflexiones audaces y en fórmulas que dan en el blanco. ¡Un libro para leer en voz alta en la vía pública!
El ensayo de François Bousquet, publicado por primera vez por las ediciones de la Nouvelle Librairie, toca a rebato, con su acento belicoso y el brillo de los sables.
“Coraje” es un grito de batalla, con su acento belicoso y el brillo de los instrumentos de metal. “Coraje” es un grito de llamada a la adhesión y a la concentración, un llamamiento para el asalto.
Sin exageraciones, no obstante: también se pueden detectar las grietas de un instrumento durante muchos años olvidado entre las máquinas de asalto. Y ello por dos simples razones: en primer lugar, el redactor-jefe de la revista Éléments toca a rebato por nuestros contemporáneos, tan poco acostumbrados al coraje. Durante mucho tiempo, solo era audible la trompeta del ¡sálvese quien pueda!; la de la desbandada liberal, cada cual precipitándose por la pendiente del egoísmo. Después, la relación de fuerzas está tan desequilibrada que el camino de la victoria tiene demasiadas sinuosidades. Ulises regresa a Ítaca. Las disonancias de la campana llevan el rumor del maquis: bienvenidos a la guerrilla.
El autor señala que “la visión del mundo que nosotros defendemos es mayoritaria en la opinión, o está a punto de serlo, pero la opinión no lo sabe, o no quiere saberlo. Se encuentra, sin embargo, en depósito en el inconsciente y en el imaginario colectivo (…) De
nosotros despende despertarla. A nosotros corresponde transformarla de latente en patente.
A nosotros, devolver al hombre a sí mismo y a los pueblos a su historia.
Es por ello que el objeto cultural y político de nuestro tiempo es el pueblo, “el colectivo sobre
el que se ejerce el poder” (Michel Onfray dixit). Esa gente que ocupa, inadvertidamente, las ciudadelas de la fidelidad. Porque no tienen dónde ir, porque se rinden a la inercia para no cambiar. Por falta de liquidez para abandonar su depreciada bandera y su anticuado
vehículo, el beauf (el francés medio) continúa siendo un punto fijo, una base fiable. A través de la época en la que todo ha sido alterado, el pueblo continúa siendo el pueblo. El coma de las elites no es más que una somnolencia difusa en buena parte del pueblo.
¿Dónde están los corazones para escuchar?
Simultáneamente, las ediciones de la Nouvelle Librairie publicaron, en la colección Eternel retour, otro llamamiento a la movilización general: La revolución nacional (1924), de Georges Valois. Se trata de un manual político, escrito por un combatiente de la Gran
Guerra a sus hermanos de armas, cinco años después de la paz de Versalles y de la monopolización de la victoria militar por las fuerzas liberales.
Entre esas dos épocas hace ya un siglo ‒y dos contextos opuestos. Por un lado, la dura prueba de un pueblo herido en la guerra y retemplado por la victoria; por otro, una masa desmoralizada que lleva, en sí misma, la responsabilidad de la elección de un Hollande y de
un Macron sobre sus hombros.
¿Podemos reunir energías en el marasmo de los años 2020? ¡Por supuesto! No importa si el pueblo convocado para luchar todavía no lo sabe: cada uno de nosotros es el pueblo, acepte o no el combate. El pueblo lleva la revolución necesaria que una vanguardia formula
y propaga en su seno. Además, este marasmo dura (desde 2008 de forma patente) y se acompaña de una evidente toma de conciencia. Creemos que la era de Trudeau, Merkel y Macron terminará igual que paso la era de Clinton. Después de Clinton llegó Trump, aunque
los europeos puedan, con razón, dar la espalda a esta alternativa o, al menos, no estar satisfechos con la misma. El mañana, sin duda, será posliberal, en el sentido izquierdista del término; sin embargo, puede ser un mundo de pesadilla de homúnculos aplastados por la
técnica. Una época postracial y postcultural, un siglo de descomposición interna inexorable de los pueblos europeos, a pesar de la parcial y anárquica desmundialización. Es ante esta fatalidad que cada acto de coraje cuenta, que cada organización positiva se impone para cristalizar y catalizar “el rechazo a vivir en la mentira”, según el axioma del disidente Solzhenitsyn.
Entendemos que, para François Bousquet, el mañana comienza hoy y en nosotros.
Madurará entre nosotros, en el maquis cultural. El autor no espera, por encima del pueblo, una elite ideal; no busca, por debajo del pueblo, un subconsciente heroico capaz de resurgir por milagro. No espera tampoco un pueblo vecino para salvar al nuestro, ni una potencia
extranjera para cubrir nuestra debilidad. No, él solo mira al corazón del pueblo, simplemente. Es decir, mira a los ojos de cada lector, con esa mirada franca y limpia que
muestra en las portadas de sus libros.
Exponerse para tener más peso
Si el tiempo de los hombres ha llegado es que la era del “trans” presenta síntomas evidentes de delicuescencia. Desde este punto de vista, Coraje es el sonido de las trompetas que anuncia el acontecimiento: el lugar debe ser tomado. Debemos salir del bosque para no
morir por la inanidad de los otros. Con la asombrosa similitud que tienen todas las producciones de una misma época, el futuro identitario exige también un coming-out.
Reivindicar lo que somos, le guste o no al orden burgués. Pero hoy, ya no es cuestión de exhibir las tendencias sexuales ‒ese narcisismo de puritanos que han roto el estandarte de los gais. Es la afirmación, cueste lo que cueste, de nuestra pertenencia a lo que va más allá
de nuestra individualidad, es la reunión de todos nosotros que el liberalismo espera disolver en la cacofonía del “yo”. Es la expansión de la persona individual en esas personas colectivas que son la familia, el pueblo, el gremio de oficios, la civilización.
Homero es la primera de las tres referencias que dominan este ensayo incendiario, porque
él nos enseña quiénes somos. A continuación, Solzhenitsyn: para el gran disidente ruso, el
valor consiste, en primer lugar, en rechazar la mentira; luego exige matar al mensajero;
dicho de otra forma: reducir al agente de la dominación inicua, cortar sus correas de transmisión.
La tercera figura tutelar del coraje, en fin, es Gramsci. Con él, la ofensiva adquiere su método. Volviendo al leitmotiv de François Bousquet: la hegemonía cultural no se alcanza sin riesgos. Los caminos de la victoria, por variados que sean, no residen a la sombra protectora de la clandestinidad. Nosotros hablamos y actuamos en el foro. La acción valerosa y sensata desplaza hacia nosotros el cursor del pensamiento corriente, y este es el
objeto de nuestra guerrilla. A fin de hacer pensable y legítimo lo que todos nosotros somos.
Y para ganar la guerra…
Thibaud Cassel