Julius Evola. [*] Desde los tiempos más remotos ha sido reconocida siempre la analogía existente entre el ser humano y aquel organismo más grande que es el Estado. La concepción tradicional del Estado -concepción orgánica y articulada- ha reflejado siempre la misma natural jerarquía de las facultades propias de un ser humano en sentido completo, en el cual el elemento puramente físico y somático está regido por las fuerzas vitales, estas obedecen a la vida del alma y al carácter, mientras que en el vórtice de todo el ser se encuentra el principio intelectual y espiritual, lo que los estoicos denominaban el soberano interior [1], el hegemonikón.
A partir de tales ideas, la democracia se presenta en forma manifiesta como un fenómeno regresivo, como un sistema en el cual toda relación normal se encuentra invertida. El hegemonikón es aquí inexistente. La determinación viene desde lo bajo. Falta cualquier centro verdadero. Una pseudo-autoridad revocable al servicio de lo que se encuentra en lo bajo del aspecto puramente material, social, económico y cuantitativo de un pueblo- corresponde, de acuerdo a la indicada analogía, a una situación que, en el caso de un ser individual, sería la de una mente y de un principio espiritual que existiesen y tuviesen su razón de ser únicamente como exponentes de las necesidades de la corporeidad, el servicio de la misma.
El advenimiento de la democracia significa algo más serio y más grave de lo que hoy puede parecer desde el punto de vista puramente político, es decir, como el error y la estupidísima infatuación de una sociedad que se prepara la propia fosa. En efecto, no es osado afirmar que el clima democrático es tal de no poder ejercer, a la larga y con el tiempo, una acción en sentido regresivo también con el hombre como personalidad y en los términos incluso existenciales: justamente como consecuencia de las correspondencias antes indicadas entre el individuo en tanto pequeño organismo y el Estado en tanto gran organismo.
Una tal idea puede hallar su confirmación si se examinan varios aspectos de la sociedad más reciente. Platón manifestó en su oportunidad que los que no tienen un señor en sí mismos es bueno que por lo menos lo tengan afuera de sí mismos. Y bien, lo que ha sido enarbolado como la liberación de uno u otro pueblo, incluso a veces con la violencia (como sucediera luego de la segunda guerra mundial), con el progreso democrático, al eliminarse todo principio de soberanía y de autoridad verdadera y de todo ordenamiento desde lo alto, hoy se opera en un número relevante de individuos una liberación que no significa otra cosa que la eliminación de cualquier forma interior, de cualquier carácter, de cualquier rectitud: el declive o la carencia en el sujeto de aquel poder central del cual hemos recordado la sugestiva denominación clásica de hegemonikón. Ello no solo en lo referente al plano puramente ético, sino en el campo mismo de los comportamientos más corrientes, de la psicología individual, de la estructura existencial. El resultado es la difusión de un tipo lábil e informe, de aquella que con propiedad podría denominarse como la raza del hombre fugaz. Es aquella raza que merecería ser caracterizada en forma más detallada de lo que sea posible hacer aquí: aun recurriendo a métodos científicos y experimentales.
El tipo perteneciente a tal raza no sólo no tolera ninguna disciplina interna, no sólo aborrece colocarse ante sí mismo, sino que es también incapaz de cualquier compromiso, de seguir una línea precisa, de mostrar un carácter. En parte, él no lo quiere; en parte, no puede hacerlo. En efecto, es interesante notar que tal labilidad no es siempre la que se encuentra al servicio del interés privado de escrúpulos, no es siempre la de quien dice: Estos no son tiempos en donde podamos permitirnos el lujo de tener un carácter (Nietzsche). No, en varios casos tal comportamiento se dirige en contra de las mismas personas que lo poseen. Es significativo además que el tipo decadente del cual hablamos hace siempre más pie sea en áreas en donde la raza y la tradición le ofrecían un terreno menos apto (nos referimos sobretodo a la Europa central y a los países nórdicos, en una cierta medida a la misma Inglaterra), sea en estratos, cuales la aristocracia y el artesanado, cuyos integrantes ayer mantenían aun una cierta forma interior.
En efecto, en la misma corriente de disgregación se encuentra también el declive de cualquier honor profesional, honor que ha representado una expresión preciosa en el campo práctico, de la conciencia moral y también de una cierta nobleza. El placer de producir según la propia arte dando lo mejor de sí mismos, con compromiso y honestidad, cede el lugar al más bajo interés que no retrocede ante la adulteración y el fraude. Característicos entre todos los existentes son los fraudes alimentarios, hoy convertidos en desfachatados y difundidos como nunca, en los cuales debe notarse no tan sólo una irresponsabilidad muchas veces delictiva, sino también el carácter oblicuo, la caída de nivel interior, el desvanecimiento de aquel sentimiento del honor que en otros tiempos caracterizaba también a las más humildes corporaciones. (En un determinado sector, paralelamente a la industrialización, se le sustituye la proletarización del carácter y el chantaje social propio de la denominada clase obrera, es decir, de aquellos que no son más que simples vendedores de trabajo).
Hemos dicho que el fenómeno no se refiere sólo al campo moral. La labilidad, la evasividad, la alegre irresponsabilidad, la desenvuelta falta de corrección se demuestra aun en las banalidades de la vida de todos los días. Se promete una cosa -escribir, hablar por teléfono, interesarse en esto o en aquello- y no se hace. No se es puntual. En ciertos casos más graves la misma memoria no es ahorrada: nos olvidamos, somos distraídos, se manifiesta una gran dificultad en concentrarse. Muchos especialistas han constatado por lo demás la menor memoria que poseen las nuevas generaciones, fenómeno que se ha tratado de explicar con diferentes razones peregrinas y adyacentes, mientras que la causa verdadera debe verse en la mencionada modificación del clima general que parece llevar a una verdadera y propia alteración psíquica estructural. Y si se recuerda lo que agudamente ha escrito Weininger acerca de las relaciones entre eticidad, lógica y memoria, sobre el significado de la memoria en un plano superior, no simplemente psicológico (la memoria posee estrechas relaciones con la unidad de la personalidad, con su resistencia a la dispersión del tiempo, al flujo de la duración: tiene pues también un valor ético y ontológico: no por nada un particular refuerzo de la memoria ha formado parte de disciplinas de alta ascesis, por ejemplo en el buddhismo[2]), se pueden comprender las más profundas implicaciones en tal fenómeno.
Además, lo propio del estilo del hombre fugaz es el de mentir con naturalidad, muchas veces incluso gratuitamente, sin siquiera un verdadero fin; de aquí también su rasgo específicamente femenino. Y si a alguno de tal raza se le reprochara un tal comportamiento, él o se asombraría, pues lo siente como algo muy natural, bien se sentiría atacado, reaccionaría con una intolerancia casi histérica. No se quiere ser molestado. En el círculo de las propias relaciones cada uno podrá constatar fácilmente, esta especie de neurosis, tan sólo si le presta un poco de atención. Y se podrá también resaltar cómo muchas personas que ayer nos ilusionábamos de conocer como amigos o como hombres poseedores de un cierto carácter, hoy, luego de la guerra, son irreconocibles.
Del mundo de los politiqueros con sus coimas y con todo aquel régimen de corrupción que siempre ha caracterizado a las democracias parlamentarias, pero que hoy se pone en evidencia de manera desfachatada, no es el caso de hablar aquí, pues es algo ultraevidente el rol que en el mismo le cabe al hombre de raza fugaz, la que es idéntica siempre más allá de las diversidades de etiquetas de partidos. Hay que observar que muchísimas veces ni siquiera hacen excepción a tal regla los que se profesan de ideas de derecha puestos que en ellos tales ideas ocupan un sector separado, privado de contactos directos y de consecuencias de compromiso con su realidad existencia. Vale la pena mencionar más bien el carácter de una cierta corrupción minúscula, en especial en el campo sexual, entre las nuevas generaciones emancipadas, bajo la forma aproximada de lo que se ha dado en llamar la dolce vita. Ello es referible a la misma causa, a la labilidad y a la inconsistencia. No corresponde a algo positivamente inconformista, a la afirmación de una libertad superior, de una pronunciada personalidad. Es en vez el efecto de un puro dejarse ir, así, en el fondo, de una pasividad, de una banal caída de nivel; sobre lo cual volveremos al estudiar el subsuelo de ciertas corrientes ideológicas sexológicas de nuestros días. El lugar en donde debería hallarse el soberano interior, quizás para oponer la propia ley del propio ser a toda ley externa, a toda hipocresía o mentira (Stirner, Nietzsche, Ibsen), está vacío. Se vive al día, en manera por lo demás estúpida. De allí que en algunos momentos muy raros en que se tome conciencia el resultado sea el disgusto y el aburrimiento.
Falta de una autoridad, de verdaderos jefes, en lo externo, en el organismo del Estado y, correlativamente, falta de una forma interior en los sujetos: una cosa es solidaria con la otra y una cosa corrobora a la otra, de modo de hacer pensar que quizás se trata de dos diferentes aspectos de un fenómeno único de nuestros tiempos evolucionados y democráticos. .
NOTAS
[*] Evola, Julius, El arco y la clava, pp.19-23, Ed. Heracles, Buenos Aires, 1999. (1ª ed. 1968).
Este mismo tema fue tratado en artículo homónimo de febrero de 1951.
[1] NdR. El«soberano interior» (kirieûon tò éndon)es una de las formas que utilizaba Marco Aurelio para referirse al principio intelectual y rector (hegemonikón). Véase Marco Aurelio, Meditaciones.

[2] NdR. Evola fue uno de los principales introductores del budismo en Europa. La publicación de su obra sobre el budismo de los orígenes y centrada en las fuentes del budismo Theravada (La Dottrina del Risveglio)data de la temprana (y significativa) fecha de septiembre de 1943. Aquí hace referencia a la memoria como uno de los aspectos fundamentales de la sati(más conocida en castellano como «atención plena» o en inglés «mindfulness«). Jean Varenne señala que «Evola se entrega incansablemente a borrar la imagen flaca y desteñida que el Occidente se ha creado» de la doctrina del Buda.