Las “vacunas” contra la COVID-19 no funcionan como medicamentos, sino como armas genéticas. En esta charla, exploro los mecanismos biológicos que subyacen a la proteína de pico, el consiguiente colapso del sistema inmunitario y los elementos ocultos, como la contaminación por ARN modificado y ADN. La campaña de vacunación no solo es ineficaz, sino profundamente perjudicial, con un aumento de cánceres, enfermedades autoinmunes y muertes súbitas que marcan el inicio de una crisis sanitaria crónica.
Inyecciones genéticas, no vacunas tradicionales
A diferencia de las vacunas tradicionales, que contienen unos pocos cientos de partículas de un virus inactivado, las vacunas contra la COVID-19 contienen hasta 280 billones de copias de código genético modificado. Este código, administrado mediante nanopartículas lipídicas, viaja a todos los tejidos del cuerpo, incluyendo el cerebro, el corazón y los órganos reproductivos. Una vez dentro de las células, les indica que produzcan una proteína de pico tóxica que puede inducir inflamación y coagulación.
Una preocupación importante es que el ARN mensajero modificado utilizado en estas inyecciones está diseñado para persistir en el organismo. Años después, muchas personas siguen produciendo proteínas de espiga, lo que continúa envenenándose eficazmente mucho después de la inyección.
La proteína Spike como arma
La proteína de pico, fundamental en el diseño tanto del virus de la COVID como de la vacuna, no es inerte. Es una potente toxina, conocida por desencadenar la coagulación sanguínea, dañar las paredes de los vasos sanguíneos y provocar ataques inmunitarios contra los propios tejidos del organismo. Las células cardíacas, por ejemplo, pueden presentar proteínas de pico en su superficie, lo que induce al sistema inmunitario a destruirlas como si fueran invasores extraños. Esto provoca afecciones como la miocarditis, sobre todo en varones jóvenes.
De igual forma, la placenta y los ovarios también están marcados por esta proteína, dando lugar a ataques autoinmunes, abortos y reducción de la fertilidad.
Colapso del sistema inmunológico
Una de las consecuencias más preocupantes es la erosión del propio sistema inmunitario. El cuerpo se mantiene constantemente ocupado produciendo anticuerpos contra la proteína de la espícula, lo que lo deja vulnerable a infecciones y cánceres. Células inmunitarias cruciales, como las células auxiliares T4, están disminuyendo en la población general.
Las enfermedades autoinmunes también se deben a proteínas malformadas que se generan cuando el ribosoma no lee correctamente el ARN modificado. Esto da lugar a fragmentos de proteína incompletos o aleatorios, algunos de los cuales se asemejan mucho a los tejidos humanos y desencadenan respuestas inmunitarias destructivas.
Contaminación del ADN y piratería genética
Para complicar aún más la situación, se descubrió que las inyecciones contenían contaminantes de ADN, incluyendo herramientas de edición genética derivadas de secuencias de virus simios. Estos componentes tienen la capacidad de integrar ADN extraño en los cromosomas humanos, lo que genera preocupación por la alteración genética a largo plazo, el riesgo de cáncer y consecuencias futuras desconocidas.
Una fase crónica que apenas comienza
A pesar de las muertes y lesiones generalizadas, el impacto total de las inyecciones apenas comienza a manifestarse. El exceso de mortalidad, el deterioro cognitivo, el aumento de las tasas de cáncer y los trastornos autoinmunes son cada vez más visibles, especialmente entre las personas con mayor vacunación. Según estimaciones mundiales, es probable que decenas de millones de personas ya hayan muerto a causa de las vacunas.
El resultado no es inmunidad, sino una población sumida en una enfermedad crónica por un producto presentado como cura. Es necesario restaurar la legitimidad de los sistemas corruptos para que podamos comenzar a ayudar a los afectados.